Todo es según el color

«En este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es según el color con que se mira» (Campoamor).

Publicado en Cuadernos de Encuentro (N.º 155. Invierno 2023/24). Editado por el Club de Opinión Encuentros. Ver portada de Cuadernos en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

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Todo es según el color

El otro día estuve viendo el espectáculo Puy du Fou en Toledo, y quedé impresionado no solo por el buen hacer de los artistas, sino por el alarde gigantesco de los especialistas de la tramoya, que en segundos y a la vista del público, son capaces, con un juego de luces, unos módulos de madera y cartón hábilmente manejados, y unos cuantos telones pintados con diferentes escenas, transformar un escenario en otro completamente distinto y sumergir a los asombrados espectadores en mundos y situaciones distintas y ficticias pero que parecen auténticas.

Y como uno en estos días está muy políticamente susceptible, y aunque parezca que se está divirtiendo tiene la cabeza en otra parte, sin poderlo remediar, no pude por menos de pensar que algo parecido nos estaba ocurriendo en España.

Que cada vez se notaba más, que nos estaban manejando de igual forma a los españoles, y que el conocido verso de Campoamor, de, «En este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es según el color con que se mira», era cierto, y que un conjunto de hábiles tramoyistas trileros sin escrúpulos, igual que con su tradicional y conocido juego de los vasitos y la pelotita hábilmente escamoteada, nos estaban engañando y convenciéndonos con sus malas artes, de que todas estas cosas que vemos, oímos y sufrimos no son ciertas, y son imaginaciones nuestras, malos sueños de noches agitadas.

Nada de que los precios de los alimentos hayan subido exageradamente, ni que existan las colas del hambre en las puertas de Cáritas o de las iglesias, ni que el paro juvenil sea el más alto de Europa, ni que la Deuda esté por las nubes, ni que miles de pequeños negocios hayan cerrado o que estén abocados a ello. Todo eso, nos dicen, no solo son fantasías, sino que por el contrario, vivimos en un país de fábula, y no hay más que ver las playas y restaurantes llenos hasta los topes, aunque lo sean por un porcentaje de españoles de alto nivel económico, o endeudados hasta las cejas, que de todo hay, gracias a los desvelos de un gobierno progresista, socialista, y por supuesto democrático. Vendiéndonos una España convertida en un gigantesco y falso escenario, que cuando termine la función, que terminará al igual que el espectáculo que estoy viendo, y se baje el telón, todo se convertirá en un montón de arrugados papeles y cartones.

En algún sitio he leído, que en algunos pueblos de Rusia, sus alcaldes levantaban enormes telones en un gigantesco traspantojo, con multitud de figuras humana saludando y hermosas casas al paso del tren en el que viajaba Stalin, para engañar al «padrecito». No sé si era o no cierto, pero lo que no cabe duda es que nuestros políticos y sus medios afines, se empeñan todos los días en presentarnos, los unos todavía en el poder, una España cada vez mejor, más satisfecha, y más importante en Europa, y los otros, prometiéndonos otra España más unida, eso sí, y con unos valores que ahora brillan por su ausencia, pero que hasta este momentos, solo vemos que el foso se va haciendo cada vez más profundo entre los dos bandos, y la prometida concordia, ofrecida y cacareada por ambos, se transforma en una intransigencia abismal, y un odio, que amenaza con separar otra vez a los españoles de una forma tan peligrosa, que nos recuerdan situaciones que desearíamos no se volvieran a suceder en nuestra patria.

Pero también en otro momento del espectáculo se producía otra similitud con la vida real. Y era la rapidez de las transformaciones.

Yo siempre me suelo quejar en otros artículos, de que la periodicidad de nuestra revista nos impide el poder opinar sobre hechos que ya hace tiempo que han ocurrido, y envidio a los columnistas, que lo hacen todos los días sobre lo que ha ocurrido el día anterior. Pero lo cierto, es que llevamos una temporada en que ni siquiera ellos pueden trabajar al ritmo de la noticia, que puede cambiar en cuestión de horas, y cambiar radicalmente el panorama político.

Tenemos un presidente, que acostumbrado a hacer su voluntad –he estado a punto de escribir coloquialmente como es costumbre española, «su santa voluntad», pero sería un sacrilegio– sin consultar siquiera a sus más allegados, porque no solo cambia de opinión sobre los temas más importantes, diciendo un día una cosa y al día siguiente la contraria, sino que también nos sorprende con una decisión o una ocurrencia que ha surgido en alguno de sus agitados insomnios.

Pero en fin, como todo no puede ser mohína, como dice nuestro rico refranero, cuando falta la harina, preferible es pensar, que hay señales de que, como nos recordaba don Quijote en sus consejos a un Sancho atribulado por sus desgracia, estas borrascas son señal de que vienen prestos vientos mejores y en calma, y valorando también que además, la situación de España, a pesar de nuestras preocupaciones, desánimos, y justas irritaciones, no tiene nada que ver con las cosas que nos sucedieron en los años de nuestra Segunda República, de triste memoria, aunque parezca que se repiten hechos y situaciones, que son las que nos hacen temer que se pudieran repetir.

Y no es así, por ejemplo, si nos referimos a aquellos barullos de gobiernos sucesivos, en cortísimos espacios de tiempo, no hay color, ni tampoco si lo hacemos al tumultuoso día a día del Parlamento de los años 30, con cruces de insultos, bastonazos y amenazas. Amenazas, que por desgracia, se cumplieron, en la persona del líder de la oposición. Aquí todavía no hemos llegado gracias a Dios a esos extremos, aunque algunas caras y torvas miradas entre las bancadas azules y rojas, parecen presagiar tormentas parecidas. Y si nos referimos a los esperpentos independentistas, e incluso a los altercados y violencias que ahora se quieren perdonar, o hacer desaparecer, bastaría con reproducir algunos párrafos de lo que cuenta que ocurría por aquellos años, el nada sospechoso historiador Salvador de Madariaga, en su ensayo de la Historia Contemporánea, respecto a las andanzas de la CNT en Cataluña, que «organizaba gradualmente unas milicias que ponían en forma sus energías en columnas volantes que se adentraban por los pueblos catalanes para hacer la “revolución”, es decir, a dar muerte a la gente rica, quemar la iglesia, matar al cura y al registrador de la propiedad».

Parece por tanto que afortunadamente, no se pueden comparar cosas como estas, con los esfuerzos de los independistas actuales, que sospecho se conformarían con seguir enseñando y predicando en catalán, haciendo manifestaciones, echando a la Policía Nacional y a la Guardia Civil, y seguir viviendo de la teta española recibiendo cuantiosas indemnizaciones. Y que si lo de la independencia, pudiera significar, un cierre de fronteras, pasaporte para pasar a España, interminables e infructuosas solicitudes a Bruselas para que se les admitiera en la Unión Europea, que el Barça tuviera que jugar lo que hoy se llama Copa del Rey contra el Palafrugell y que sus empresas y los fondos bancarios se fueran a Madrit y Valencia, me sospecho que se iban a pensar mucho, pero mucho, lo de la nación independiente. ¡Ay si no fuera por los miles de catalanes patriotas que se baten el cobre allí y no se les puede dejar abandonados…!


Liderazgo

Una de las cosas que más nos irritan a muchos españoles de este gobierno, no es tanto la perversidad manifiesta, o incluso el odio que demuestran muchas de sus acciones, es su demostrada ineptitud para la compleja tarea de manejar los recursos del Estado en sus múltiples facetas. Porque incluso teniendo en cuenta que varios miembros del mismo, presumen de haber terminando determinadas carreras, eso no es suficiente para ejercer tan altos puestos, en la Administración o el Estado, porque les falta la necesaria experiencia y formación para ello. De ahí sus frecuentes y sonoros patinazos, haciendo bueno aquello de que es preferible tener al frente de que un gobierno a un malo listo que a un bueno tonto. Y si se dan las dos cosas juntas pasa lo que pasa. 

Y no solo eso se nota en su diario quehacer y en muchos casos deshacer, sino en otra fundamental y natural virtud para brillar en la política que es el liderazgo.

El líder, salvo excepciones, nace. Aunque con su ejercicio se vaya creciendo. Y se manifiesta por su inteligencia, natural o cultivada, aunque no necesariamente esto se corresponda con títulos académicos, sino que se aprecia en sus conocimientos, su apostura física, su empatía con aquellos a los que quiera liderar, su honestidad personal y política y su facilidad de palabra, con su oratoria. Y si no tiene esas virtudes, capaces de atraer y entusiasmar a sus partidarios, no es un líder.

Se hizo célebre aquella lacónica frase del torero, cierta o apócrifa, que ante la pregunta maliciosa del motivo del nombramiento de gobernador civil de uno de sus colegas, contestó: Degenerando.

Porque esto del liderazgo hace ya mucho tiempo va ocurriendo en España, y ese apelativo se lo van colocando a cualquiera que ostente o detente cualquier puesto de poder por raquítico y escaso que ande, de las virtudes anteriores que siempre han definido al auténtico líder.

Líderes fueron por poner ejemplos, y por su inteligencia y excepcional oratoria a finales del siglo XIX Emilio Castelar, y a principios del siglo pasado, Azaña, Alcalá Zamora, Indalecio Prieto, y en otro nivel, Dolores Ibarruri, o Pablo Iglesias por la izquierda, y Calvo Sotelo o Gil Robles por la derecha, y como independiente Ortega. Más tarde José Antonio Primo de Rivera, y ya en el régimen anterior, Fernández Cuesta, Fernando Suárez o Martínez Esteruelas... ¿Y hoy? Un auténtico páramo. Ausencia, con pocas excepciones, a nivel nacional y regional en nuestra clase política, de conocimientos propios, de dicción y vocalización y por supuesto de ingenio, lo que se llama cultura parlamentaria, es decir, largos y penosas intervenciones casi siempre leídas en la chuleta de wikipedia que les han facilitado los fontaneros o asesores correspondientes y muy poco más.. Así estamos.