Juan Van-Halen
22:11
05/05/23

Sí, somos tontos

Nos merecemos los desastres por recibirlos sin rechistar. Quedan las urnas.


​​Publicado en primicia en el digital El Debate (29/04/2023), y posteriormente en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 747 (2/MAY/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.​

Sí, somos tontos

Muchas veces al hablar de decisiones o proclamas del Gobierno alguien se pregunta: «¿Creerán que somos tontos?» Cuando las mentiras son tan gruesas, las promesas reiteradas tan incumplidas y las desfachateces tan evidentes, sólo son entendibles bajo la suposición de que piensan que se dirigen a tontos. Hay un pensamiento del llorado Javier Marías que me interesó siempre: «Lo más fácil del mundo es destruir y hacer daño; para ello no se precisan sagacidad ni agudeza ni menos aún inteligencia, un tonto siempre puede hacer trizas a un listo». Un tonto con poder se cree sabio, como les ocurre a muchos tontos, y tiene en sus manos hacer trizas a quien quiera aunque se exponga a que un día se le pidan cuentas.

Los tontos gubernamentales gozan de preeminencia, alta paga, coche oficial –y hasta avión, según lo empingorotado de su cargo–, equipo y asesores. ¿Qué más puede pedir un tonto que nunca soñó en algo parecido? Un sabio ejerce la sabiduría y una persona normal vive su vida con discreción, pero un tonto crecido por la soberbia mira a su alrededor desde un pedestal como si fuese la estatua de Espartero. Ese tonto que se cree sabio desprecia a los demás, con su ego aderezado por las ruidosas salvas de los palmeros, que nunca faltan cerca del poder.

Un tonto con poder –puede ser listillo para él pero no inteligente–, carente de aplausos, es como un niño sin juguetes en Reyes: los echa de menos. Y si el protagonista es egocéntrico patológico tratará de paliar esa ausencia engañándose a sí mismo. Y peor se sentirá si en lugar de palmeros le rodea gente vociferante. Entonces los aduladores le montarán escenarios amables y sin público para que el jefe esté contento. ¿Cómo el líder de la gente puede consentir que la gente, que es de su exclusiva propiedad, no le jalee? Es capaz de todo para evitar tamaña afrenta. Hasta es capaz de dar plantón al Rey en la entrega del Premio Cervantes, con evidente indelicadeza. Aunque las faltas al protocolo no son nuevas. Ya intentó recibir junto al Rey a los invitados, no suyos sino del convocante, en el Palacio Real, o se atrevió a saludar antes que el Rey a las autoridades autonómicas en la inauguración de un trayecto del AVE o, la última, hacer esperar al Rey cincuenta minutos ampliando su encuentro con un controvertido visitante extranjero.

No es sólo que nos mientan manipulando las cifras económicas, ese «todo va bien» que a los que padecen la realidad les da todo menos risa, es que ahora se han inventado algo así como los propietarios fijos discontinuos para los okupas como un día se inventaron para los parados lo de trabajadores fijos discontinuos. Mero maquillaje. La nueva ley de Vivienda que, en otra tontería, Sánchez proclama como la primera ley de Vivienda no siendo cierto, es un atentado contra la propiedad privada; por ello, otra lesión a la acosada Constitución. Y una fuente de conflictos. La han ideado ERC y Bildu ante la satisfacción de Sánchez. Cuando salte en pedazos y sea una nueva ley del sí es sí, Sánchez dirá que no fue cosa suya y pedirá al PP que le ayude a enmendarla. Eso sí, tapándose cobardemente la nariz.

Hay un rastro del menester de los tontos con ejemplos recientes. Sánchez en su último debate empleó «peripatético» como insulto –¿no le suena Aristóteles?– sin saber lo que significa; un ministro de esos que no han hecho nada pero cobran se felicitó de que el dictador Primo de Rivera hubiese sido exhumado, confundiendo a José Antonio –que no tuvo ocasión de ejercer dictadura alguna– con su padre; otro ministro zascandil acudió a Guernica como «representante del Gobierno de la República» olvidando que tomó posesión ante el Rey de una Monarquía parlamentaria, y a este ministro no le esperan en Cabra, destruida por aviones soviéticos el 7 de noviembre de 1938; una gentil política con vara alta en la radiotelevisión pública, confundió al personaje don Juan Tenorio con su autor José Zorrilla. Y así.

Siempre pasa nada. El buen pueblo español se lo traga todo. Sí, también somos tontos. Nos merecemos los desastres por recibirlos sin rechistar. Quedan las urnas.




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