Juan Van-Halen
18:03
28/05/23

El voto en contra

En España es fama que el ciudadano suele votar a la contra. Más que «a favor de» vota «en contra de». Y en esta posibilidad Sánchez ocupa el pódium porque se lo ha ganado con creces.


​​Publicado en primicia en el digital El Debate (23/05/2023), y posteriormente en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 755 (26/MAY/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.​

El voto en contra

Acaso nunca antes una campaña electoral había llegado a la crispación de la que padecemos. Su antecedente más claro es la campaña de las generales de 2004 en la que Pablo Iglesias, lo confesó él, utilizó los mensajes de móvil y otras vías para calentar el ambiente, incluso se organizaron movilizaciones callejeras sin respetar la jornada de reflexión. Lo que años después sería Podemos ya enseñaba la patita. Se dieron la vuelta todas las encuestas y hubo dirigente socialista que brindó con cava. Siempre he creído que el Gobierno cometió un grave error al no aplazar aquellas elecciones en un ambiente de dolor generalizado y de tensión provocada. Es más que probable que en cualquier otro país de la UE se hubiesen retrasado.

La campaña actual, que vive ya sus últimos días, está plagada de despropósitos, de mentiras, de groserías, de ataques personales incluso a ciudadanos que no tienen que ver con la política, y de intentos de manipulación del electorado, aunque me temo que el plato fuerte de la demagogia mentirosa lo viviremos en la campaña de las generales cuando las haya. A Sánchez no le temblaría el pulso en aplazarlas si encontrase algún motivo más o menos real o figurado, interior o exterior. Ya sabemos que el presidente encaja, como el guante en la mano, con la célebre frase de Stanislaw Jerzy Lec: «Tenía la conciencia limpia; nunca la usaba».

La utilización del Falcon y el Superpuma por Sánchez para asistir a actos de su partido está siendo bochornosa. Programa visitas oficiales a empresas cercanas a lugares en los que convoca a los suyos; en una ocasión el mitin se suspendió y el presidente retiró de la agenda su programado acto oficial que era mero maquillaje. Una vergüenza y un agravio a la empresa por la que había mostrado tan repentino interés pero ya no le servía para el vuelo partidista pagado por todos. Mientras, Feijóo no pudo acudir a un mitin en Canarias porque su vuelo se suspendió. Los vuelos de Sánchez nunca se suspenden; la cobertura aérea es suya.

España es una nación de buena gente, de buenismo inmarcesible. Aguantamos la situación y las mentiras sin rechistar como si fuésemos borregos, y no lo somos. Nos tragamos las reiteradas promesas que decide cada Consejo de Ministros tras anunciarlas antes Sánchez en el mitin que toque, previo al eco de la portavoz del Gobierno, reiteradamente expedientada por la Junta Electoral Central. Lo que Sánchez no ha hecho en cinco años le acucia ahora. Incluso asuntos que corresponden a las comunidades autónomas como su última promesa sobre Sanidad. Además de su apego a sí mismo a Sánchez le caracteriza su más que dudosa capacidad para entender el poder en democracia.

Y me pregunto ¿qué nos pasa? ¿España es un país sin nervio, sin capacidad de reacción? La Historia lo desmiente. Hemos accedido a una democracia plena no sin esfuerzo, no sin superar problemas y dificultades, desterrando enfrentamientos y apostando por la concordia, para en lugar de vencer al pasado regresar a él en su peor representación. Se atribuye a Einstein una sentencia reveladora: «Sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y no estoy tan seguro de la primera». Como es evidente que los españoles no somos estúpidos trato sin éxito de buscar una explicación al silencio, a nuestra realidad nacional dormida, en momentos en los que nos jugamos el ser o no ser de una España como la conocemos. Que nadie se engañe. El plan está diseñado para que seamos la primera Venezuela de Europa.

Pero, a pesar de todo, no quiero abrazarme al pesimismo. Pese a las trampas, que ya son evidentes, y que para no pocos españoles tendrían que ver con el reflejo real del voto emitido, con el voto por correo, y con otros procesos como las urgentes concesiones masivas de la nacionalidad española en plan saldo, teniendo en cuenta el desembarco de amigos y coleguitas de Sánchez por ejemplo en el INE y en Correos, unido al refuerzo en los consulados, debemos creer que los españoles son juiciosos, y que la mayoría ya tiene decidido su voto. Casos de compra de votos como el de Melilla, que recuerda demasiado la época del caciquismo, no parecen extendidos. Además, las campañas electorales no cambian sustancialmente el voto.

En España es fama que el ciudadano suele votar a la contra. Más que «a favor de» vota «en contra de». Y en esta posibilidad Sánchez ocupa el pódium porque se lo ha ganado con creces. Ha mentido demasiado, a demasiados y demasiado tiempo. Y llega tarde a la rectificación porque con sus antecedentes nadie, o no tantos como los que piensa, le creen.

Al que veo más afectado en esta campaña es a Pablo Iglesias, gran perdedor en su última aventura política en la Comunidad de Madrid. Recibo un vídeo en el que, obviamente desde la ironía, él se ve de presidente del Gobierno con Oriol Junqueras y Arnaldo Otegui como vicepresidentes, y dice que su primera medida sería trasladar los restos de García Ferreras al cementerio de Mingorrubio para que descanse junto a Franco, mientras Yolanda Díaz sería contratada como abogada laboralista del sindicato LAB. Vi a Pablo Iglesias dolido por encima del humor. Dolido con sus antiguos amigos García Ferreras y Yolanda Diaz, la ahora protegida de Sánchez. Y recordé al personaje de Benavente: «La ironía es una tristeza que no puede llorar y sonríe».

Ahora queda votar para conseguir una España despierta.




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