El clan de los genoveses

1/09.- La decapitación de Cayetana Álvarez de Toledo es una purga en toda regla. (...) La guillotina de Alberto Núñez Feijoó ha dejado caer su afilada cuchilla sobre la cabeza de la díscola parlamentaria..

Publicado en el Nº 345 de 'Desde la Puerta del Sol', de 1 de septiembre de 2020.
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El clan de los genoveses

No me refiero a Génova, hermosa ciudad portuaria de Italia. Tampoco quiero hacer referencia a los clanes mafiosos, ni a ninguna de las «familias» napolitanas, o de cualquier otro lugar. Mi reflexión se centra en las decisiones tomadas por la cúpula directiva del Partido Popular que tiene su cuartel general en la madrileña calle Génova.

La decapitación de Cayetana Álvarez de Toledo es una purga en toda regla. Mucho se ha venido hablando y escribiendo desde su cese como portavoz del Grupo Popular en el Congreso de los Diputados. Y más que se comentará en los mentideros políticos, en las tertulias televisivas y radiofónicas, y en los pasillos y cafés de toda España. La guillotina de Alberto Núñez Feijoó ha dejado caer su afilada cuchilla sobre la cabeza de la díscola parlamentaria.

El clan de los genoveses ha tomado el poder y ha asumido el mando. Desde hacía meses que se barruntaba el desenlace de tanto desencuentro y velada crítica a su quehacer al frente de la portavocía de los populares. Una sentencia ejecutada que tendrá consecuencias para el futuro de la organización, ya que han sido muchas las voces discrepantes que dudan de la medida adoptada.

Pero ¿quiénes integran el clan? En primer lugar, el virrey de Galicia, que ha esperado cobrar sus dividendos electorales de los comicios autonómicos y que es, claramente, el ideólogo de la nueva estrategia implantada. En segundo lugar, el secretario general, Teodoro García Egea, enemigo declarado de Cayetana, poco dispuesto a permitir la disidencia en su partido. A continuación, con papel de secundarios, unos segundones criticones, próceres en los territorios castellano-leoneses y andaluces. Sus nombres: Juanma Moreno Bonillo, presidente de la Junta de Andalucía y, Alfonso Fernández-Mañueco, presidente de la junta de Castilla y León.

Los dos, por cierto, aupados al poder más que por méritos propios, por demérito de sus adversarios en las urnas y, por el préstamo de apoyos, cobrados por descontado, de la formación naranja, Ciudadanos. El peaje que tuvieron que pagar para alcanzar sus sueños de gobierno ha sido notable. Por cierto y es conveniente recordar que ambos cosecharon paupérrimos resultados electorales.

Junto a estos mariscales de campo, una mesnada de sorayistas camuflados después de las primarias que auparon al liderazgo a Pablo Casado, se mantienen en formación a la espera de instrucciones. Subalternos de aquellos caudillos, muchos por puro afán de supervivencia e interés en mantener sus onerosos salarios, ejercen sus dominios en diputaciones provinciales y ayuntamientos.

Todos, con falta de gallardía y arrojo, se mantuvieron muditos en el duelo Soraya–Casado. La tibieza y la neutralidad esgrimida encubrían su posicionamiento indefinido. Un sonoro silencio a favor de la candidata «oficial» del aparato. Nadie quería moverse en la fotografía del momento y cumplían con la máxima de Beltrán Duguesclín «Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor». Todo un ejemplo de espíritu mercenario.

¿Qué fue de los casadistas de primera hora? ¿Por qué ahora callan y otorgan con su silencio lealtad al clan genovés? Entonces, en momentos de pugna interna por hacerse con la sucesión al trono, hablaron y proclamaron la regeneración ideológica de un partido desnortado. Hoy rinden homenaje con sus guiones de reivindicaciones patrias a sus nuevos capitanes. Muchos encontraron acomodo institucional en la corte de Génova y no quieren perder las generosas retribuciones por la lealtad demostrada.

Opino que pronto, apenas dos años, les han hecho olvidarse de los discursos sin complejos que exhibían orgullosos. Habían salvado al partido de su hundimiento ideológico y electoral. Un discurso que defendían con valentía y vehemencia.

Pablo Casado, bregado en las intrigas de la corte popular, sabe que para sobrevivir hay que practicar un pragmatismo que adolece de las virtudes de la coherencia y la fidelidad a unos principios. La metamorfosis es evidente, el transformismo muy notable. Ayer, ante sus afiliados se presentaba como el valedor de las esencias y raíces doctrinales de José María Aznar y su valedora, Esperanza Aguirre, referentes obligados para la derecha de su formación.

En estos momentos, el marianismo y el sorayismo, de la mano de Feijoó, resucitan con inusitada fuerza. El giro al centro es espectacular, la búsqueda del triunfo electoral se hace a cualquier precio, incluso a costa de lo blasonado como regeneracionismo imprescindible. No sé que pensaran sus acólitos, pero si hacen un ejercicio de honestidad, reconocerán el nuevo maquillaje que se gasta la dirección nacional del Partido Popular.

Ahora somos de centroderecha, por aquello de no renunciar a la derecha ayer defendida. Se vuelven a cometer los mismos errores que alejaron a millones de votantes y encontraron en Vox el refugio. Con eufemismos gastados que no dicen nada, introducen en sus discursos palabras huecas como: moderación, reformismo, diálogo y otras tantas ambigüedades propias del arriolismo practicado en la era de Mariano Rajoy.

El cambio de rumbo hacia el centro, es el viraje hacia ninguna parte. ¿Qué tiene que ver el Partido Popular con la derecha? Nada.

Por puro afán electoralista, el clan de los genoveses, desde perspectivas truferas, interpretan vanidosos, orgullosos y soberbios, algunos hasta endiosados, los acontecimientos que se avecinan. Abandonan sus posiciones y con soflamas vestidas de modernidad, según ellos –claro está–, a la conquista de territorios desconocidos, ocupados por Ciudadanos, muleta y apoyo mercenario al servicio de cualquiera que les pague sus servicios.

Mientras, su retaguardia se queda desconcertada y abandonada con sus principios y valores sin ser defendidos. Se huye de la derecha, patrimonio cuasi incondicional, nicho de votos sin asegurar. Vox toma aire y gana terreno, saben que lo que ocurre en Galicia no es extrapolable al resto de España. En Andalucía, Valencia, o las Vascongadas, la experiencia ha demostrado que esa lectura simplista y reduccionista es insostenible.

El clan de los genoveses ha ascendido dentro de la organización a sus lugartenientes, achican los espacios de los afines a Casado y lo que representó. Las purgas han comenzado, las deudas se cobrarán y el silencio de los corderos cubrirá, con su manto de sumisión, a cualquiera que se manifieste contestatario al nuevo clan. Alejandro Fernández Álvarez, presidente del Partido Popular de Cataluña, puede ser el siguiente en subir al patíbulo. Sus principios, sus declaraciones y amistad con Cayetana le pasarán factura.

 

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