Tamames y la Carta a los Corintios

4/ABR.- En la moción de censura no sólo estaban escritas las réplicas de los parlamentarios a su intervención sin oírla. También estaban escritas las crónicas de los periodistas y opinadores varios ...


​​Publicado en primicia en el digital El Debate (29/03/2023), y posteriormente recogido por La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.​

Hay un tiempo en el hablar del que quiere hacerse entender y una cadencia muy distinta en el que quiere lucir su verbo ocupado mucho más en exhibir su frescura dialéctica que en compartir sus ideas y, ocasionalmente, debatir. El Parlamento, y no sólo el español, es un ejercicio repetido de lo segundo.

No hay nada como asistir a una sesión de control parlamentario en la que previamente los diputados han registrado las preguntas para que, en buena lógica, los interpelados puedan responder a las mismas con datos precisos que no tienen por qué tener a mano. La realidad es bien distinta: el que pregunta hace una finta para saltarse la pregunta y acabar inquiriendo por cualquier asunto de la actualidad. El que responde hace un caso muy distraído del tenor literal de la pregunta para acabar recurriendo al prontuario político que ese día se lanzó como consigna política.

No siempre fue así. Tampoco en las Cortes Generales. Me viene a la cabeza, por ejemplo, las preguntas de varios diputados al ministro del Interior de la época sobre las responsabilidades de mandos policiales en los crímenes de los abogados laboralistas de la calle de Atocha y la manera en la que el ministro se afanaba en responder a las preguntas con la información más reciente a la que había tenido acceso.

Pero no sólo la devaluación del debate parlamentario se limita a las sesiones de control; se extiende perfectamente a los ocasionales debates sobre el estado de la Nación o de cualquiera de la regiones, la tramitación proposiciones no de ley o de las propias leyes. Baste un botón de muestra para estas últimas. Si se tiene el rigor e interés ciudadano propio de quien se interesa por la cosa pública, se puede acceder a un particular apartado que son las enmiendas aprobadas en la tramitación de los presupuestos generales de Estado. En tales documentos se pueden leer lindezas como unas escuetas frases en las que se aprueba la dotación de 1.000 millones de euros para mejorar la difusión del euskera como lengua. Así, sin más. Sin decir cómo ni de qué manera pero sí a cambio de lograr el apoyo de los votos de EH-Bildu y del PNV.

En la moción de censura que hace unos días presentó el grupo parlamentario de VOX y que conllevaba como candidato al profesor Ramón Tamames para reemplazar al presidente del Gobierno, no sólo estaban escritas las réplicas de los parlamentarios a su intervención sin oírla; esto se ajusta a su cotidianeidad. También estaban escritas las crónicas de los periodistas y opinadores varios. Es como si, despreciando cualquier interés por lo que tenga que decir alguien oportunamente estigmatizado, sólo quede elegir el tamaño de la piedra para su lapidación.

Aún así, el candidato que dribló al previsible agotamiento con sorprendente habilidad, se refirió a las intervenciones del resto de parlamentarios con el interés de quien las había oído con atención y con un respeto incluso hacia quien estaba en las antípodas de sus propuestas que hace años quedó extramuros del parlamento.

No es entendible que los medios de comunicación dediquen un tiempo marginal a cubrir las iniciativas del tercer grupo parlamentario de las Cortes. Esta estigmatización a priori sólo tiene cabida en las facultades de Periodismo que actúan como centros académicos de moldeamiento del pensamiento pero que dimitieron de la enseñanza del arte de comunicar. Un arte que, en este caso, sólo guardan para narrar la deriva de personas que mueven más a la compasión y al socorro profesional que a la exposición mediática. Me refiero a algún ex miembro de VOX.

En cualquier caso, no sólo las réplicas estaban escritas y ensayadas para exponerse con la rapidez de quien busca exhibir su habilidad mitinera; también los análisis de los opinadores que, ignorándolo en su mayoría, se ajustaron a lo que entre el año 55 y 56 después de Cristo, San Pablo escribió en su carta a los Corintios: «Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado».




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