El vasco Pío Baroja

4/ABR.- Baroja no encontraba ninguna diferencia entre los bizkaitarras y el resto de los españoles...


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 736 (4/ABR/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.​

El vasco Pío Baroja

Cuando en un anterior número de este medio citaba a Pío Baroja en un artículo que titulaba Ramón Tamames dixit, también lo había citado el profesor, se dirigió a mí mi buen amigo el poeta, Eduardo López Pascual.

Me contaba que en el verano de 1953 había estado acampado en Covaleda (Soria) haciendo el curso de mandos juveniles del Frente de Juventudes, cuando realizando la marcha a pie entre Pamplona y San Sebastián visitaron, porque les cogía de paso, el caserío de Itzea, en Vera de Bidasoa, donde se encontraba Pío Baroja a quien quisieron ir a saludar. Algunos, ya habían leído sus obras literarias como, por ejemplo, La Busca, y Zalacain el aventurero. Por esta razón, no quisieron perder la oportunidad de conocer en persona a su autor.

Fueron recibidos «con sincera cordialidad mostrando, eso sí, su sorpresa por la visita de unos jóvenes falangistas». Y López Pascual añade: «para nosotros, quinceañeros fue una experiencia inolvidable».

Pero dicho esto, no es la primera vez que unos falangistas visitan a Pío Baroja. Éste, en su libro Comunistas, judíos y demás ralea, editado en 1939, escribe:

«En Vera me visitaron jóvenes falangistas y me preguntaron
–¿Y usted no va a escribir en España algo sobre el momento actual?
–¿Pero no estamos desprestigiados, según ustedes, los escritores de esa supuesta generación del 98?
–Para nosotros no…

Dato éste que no recogen, en su mayoría, los biógrafos de José Antonio. Como tampoco cuando en su libro Desde el exilio, escribe que el palacio de Medinaceli, donde tiene la sección femenina su sede central «esta mujer admirable que se llama Pilar Primo de Rivera».

No era Baroja una persona que no amara la cultura vasca, pero repudiaba el nacionalismo de Sabino Arana; interpretaba, además, que los vascófilos, no todos, «han inventado desde hace tiempo una porción de mentiras». Interpretaba también que para un verdadero vascongado el bizcaitarrismo es una farsa y aunque cuando dicen que no son latinos afirman, al mismo tiempo, ser católicos apostólicos y romanos. Cuando dicen que son tradicionalistas y que respetan la tradición, «lo primero que hacen es falsificar la historia y cambiar la ortografía del vascuence».

Y también cuando dicen: «Somos distintos al resto de los españoles, y se entusiasman con los toros y con la jota, con la virgen del Pilar, con los pianos de manubrio, con los cantos flamencos y con los demás fetiches del país».

Indudablemente Baroja no encontraba ninguna diferencia entre los bizkaitarras y el resto de los españoles.

Un mes antes de la llegada la Segunda República, Baroja concede una entrevista al jonsista Juan Aparicio que publicó el semanario fundado por Ledesma Ramos La Conquista del Estado. Baroja dice que «la República de proclamarse sería de opereta. Discursos en el Parlamento y cuarteladas de generales». Más adelante añadió:

«Hace veinte años hablé yo como radical en un mitin de la calle de Atocha, y dije, como hubiera dicho ahora, que no era apenas republicano, que era partidario de una dictadura centralista y de carácter social. Me sisearon. Luego habló el terrible socialista García Cortés elogiando el federalismo y la democracia, y fue ovacionado y ensalzado. ¡Qué hombre!, decían todos. Hoy este señor forma en las puras huestes del conde de Romanones».

El comienzo de la guerra civil cogió a la familia Baroja al completo en su casa de Vera. A uno de los dos médicos del pueblo, José Ochoteco, se le ocurrió ir a ver a su novia que vivía en Almandoz, localidad no muy lejana de Vera. El médico invitó a Baroja a que le acompañara y a ellos se les unió un agente de policía. Por el camino comenzaron a cruzarse con camiones, cargados de hombres que se dirigían a Guipúzcoa a combatir. Baroja quiso dar la vuelta, pero el médico se empeñó en seguir y fue al regreso cuando los detuvieron y los pusieron delante de una pared.

«Yo, dice Baroja, supuse que allí terminábamos. Nos mandaron que siguiéramos en el auto a las fuerzas carlistas. Así fuimos a Vera».

Después, en calidad de detenidos, los llevaron hasta Santesteban, donde los encerraron en la cárcel municipal.

«A eso de medianoche entró en el sótano de la cárcel un oficial del Ejército español muy elegante, que era Martínez Campo, duque de la Seo de Urgel, ahora capitán general de Tenerife. Estuvo muy amable con nosotros y dio una orden de libertad para el médico y para mí». Meses después, diría Baroja: «En el periódico de Madrid Claridad, inspirado por ese mediocre de Largo Caballero, al contar que yo había sido preso en Navarra por los carlistas, se dijo que era una lástima que no me hubieran fusilado».

El 30 de octubre de 1956 fallece Pío Baroja en su casa de Madrid, el novelista que publicó toda su obra en castellano sin importarle si lo que escribía molestaba al mandamás de turno y esto no se lo perdonan los nacionalistas vascos. Por otro lado, la prensa falangista le dedica grandes elogios:

«Con la muerte de Baroja pierde España el novelista de más enjundia, el de más valor, mayor contenido, aquel en quien reconocía hace bien poco Hemingway como un indudable maestro de la narración sincera y directa. La vida de Baroja ha sido una hermosa prueba de honradez profesional. Fue un novelista íntegro, sin disimulos…».

Camino del cementerio civil bajan el cadáver sus amigos Camilo José Cela, Eduardo Vicente Val y Vera, y Miguel Pérez Ferrero. Mientras tanto, un vecino que vive en el último piso y que lo trataba íntimamente, contempla la escena y exclama: «¡la sorpresa que se va a llevar don Pío cuando vea que va al cielo…!».




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