La verdad a 'perra chica'

20/ABR.- Basta con derramar la mirada alrededor para darse cuenta de que todo, o casi todo, ha sido alterado en sus principios.

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 614, de 20 de abril de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

Una abuela que yo tenía me contaba que en esta ciudad hubo disturbios ciudadanos en los tiempos de su juventud. Debieron ser los años en que asesinaron a Canalejas, más o menos, aunque eso nunca quedó claro. Además, no recuerdo bien si se refería a una ciudad o a España entera. Lo que sí se me quedó en la memoria fue el motivo: el precio del pan. Por lo visto una hogaza había subido una perra chica. La medida no fue del agrado del público, por lo visto, y en grandes masas se lanzó a las calles con la soberana idea de protestar. Pero la protesta se convirtió en huelga y de esta al desconcierto solo hubo un paso. El resultado fue que tuvo que intervenir la policía y, al parecer, hubo detenidos y gente que lo pasó mal. ¡Y todo por una perra chica!

Convendría ilustrar a las juventudes de hoy qué era eso de la perra chica. No era una especie animal, claro está, sino la forma garbosa que tenían nuestros antepasados de referirse a la pieza más insignificante del sistema monetario de la peseta, que, aunque ustedes no se lo crean, tenía utilidad sobre el mostrador de una tienda. Había otra, la perra gorda, que valía el doble, y fácilmente se ve el poder adquisitivo que tenía. Pero eran otros tiempos, claro, pues entonces no se hablaba de la clase media, al menos como la hemos conocido nosotros. La había, sí, para la mitad de la población, que tenía un trabajo que cuidar y, por eso, se tenían por afortunados. La otra mitad estaba parada, quieta, pues le había tocado la malsana especie de no tener curro y estaba «cesante», al menos hasta que la cosa política cambiase de signo. En cualquier caso, por poco que valiera la monedita en cuestión, la simple alteración de su valor referido al pan de llevarse a la boca produjo otra de consecuencias más complejas en los bolsillos de nuestros abuelos de entonces.

Recordando estas cosas he caído en la cuenta que cierta vez cayó en mis manos un librito cuyo título ha inspirado este artículo. La verdad a perra chica. A la hora de escribir lo he buscado, pues pensaba que lo tenía, pero no lo encuentro. He mirado en Internet y más o menos he sacado la idea de qué trataba. Pero no es nada del otro mundo. Es una intencionada sucesión de comentarios acerca de lo fácil que es –que era– establecer una especie de código de comportamientos por la ridícula cantidad de una perra chica. Y aquí es donde tengo que detenerme. Porque ¿han pensado ustedes en estos tiempos cuánto cuesta atenerse a la verdad? ¿Se han detenido a valorar hasta qué punto hemos perdido en España las pautas de verdad que conducen al ser verdadero de las cosas? Porque basta con derramar la mirada alrededor para darse cuenta de que todo, o casi todo, ha sido alterado en sus principios.

Nada obedece a criterios sustentados en pensamientos respetables. La vida ha sido vuelta de revés y la que se nos ofrece carece de nervio. Una reunión de amigos, por ejemplo, consiste en la edición subalterna de las maldades de las masas. Ya no se habla de conceptos ni de ideas sino de las ocurrencias de cada cual, entremezcladas con pinchitos colgados de las narices, brazos y torsos más o menos musculosos pintarrajeados con extrañas figuras sacadas de los cementerios y pozos ciegos, y si asistimos a una conversación entre dos que buscan el amor –perverso programa– más parece que están batiéndose en duelo ante un plato de fideos. Pero bien supondrán que estas son anécdotas. Lo grave, lo tristemente grave vendrá cuando dentro de unos años a nuestras criaturas adolescentes se les oculte que hubo tiempos en que la mayor gloria que teníamos, que era la de pensar, ha sido erradicada de los planes de estudio, o va a serlo, por la incuria de unos cuantos ministros miopes que ni siquiera saben que la excelencia es lo que nos ha hecho fuertes en el común social donde nos movemos. Pues siéntense a esperar, que no tardaremos mucho en verlos desfilar.

Sé que habrá muchos maestros de escuela que escaparán a este revoltijo de burros, pero nunca olvidaré al que fue Maestro, sin más, don José Ortega y Gasset, que nunca le faltó ocasión para defender que entre todas las asignaturas posibles que se deberían enseñar se hallaba la más crucial de todas, la Filosofía General. O lo que era la mismo: la verdad a perra chica. Una ciencia del saber que encerrada entre sus costillas llevara la verdad al espíritu humano. Sin más coste que la voluntad de no quedar rezagado junto a los asnos que vemos en la cola de nuestros destinos.




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