Si yo tuviera una escoba

23/MAR.- La suciedad se ha instalado en España de la mano de gente que muchos llaman políticos y cuesta trabajo distinguir quién está aparentemente limpio bajo ropas que cuestan un dineral.

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 601, de 21 de marzo de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

Si yo tuviera una escoba

Parecerá frivolidad, tal vez roce los límites del buen gusto, aderezar un artículo tomando como pretexto aquella letrilla de los años sesenta, que tan popular se hizo. La cantaban «Los Sirex» y la gente que todavía tenga oído aún recordarán que en sus primeros compases decía: «Si yo tuviera una escoba, ¡cuántas cosas barrería!». Esto lo repetían varias veces y quiero recordar que en la estrofa donde hacían mención de las primeras inmundicias que quitarían de la faz del mundo ocupaban el primer puesto las miserias de la pasta. Con dinero y sin dinero, no fueron una ni dos las veces que junto al talle de una mujer recorrí las pistas de baile de aquellos tiempos pensando que aquellos jóvenes, catalanes ellos, hacían ascos a lo que en su incipiente sociedad ya marcaba el paso hacia esa cosa que ya se empezaba a llamar la Modernidad.

Porque aquella España ya no era la de veinte años antes. Se habían reunido, o arbitrado que se reuniesen, unos tecnócratas, algunos de lujo, que aun manteniendo sus esquemas con fidelidad al tiempo político que se les venía encima innovaron y desarrollaron programas que hoy llamarían de progreso, pese a cuatro voceros de tres al cuarto que todavía seguían creyendo que la Segunda República había sido un punto de partida no solo legítimo sino legal, a pesar de su tristísimo final. Para esos el mal recurrente de España habría de significar un doble calvario, que bien merecerá un comentario en otro momento. Por ahora, sumergidos como estábamos en los compases de aquella música no pretendo desviar la atención de este apunte melódico de aquellos activos muchachos de la «década prodigiosa».

Pero hoy, más de medio siglo después, las cosas han cambiado. Incluso la escoba. Hoy barre la gente sus casas, y la puerta de sus casas, y hasta los rincones donde apenas llega la vista, no digo ya con artilugios mecánicos de tal o cual potencia, que se meten debajo de los sofás y de los armarios, que se llenan de pelusilla, pero, decentemente, los fabricantes han imaginado almacenadas en bolsas adheridas al artefacto sino hasta ¡las mismas escobas! Sí, aquellos palos que se abrían como flores en bifurcaciones de palma, que arrasaban la suciedad como tanquetas bien engrasadas al mando de hombres y mujeres, hoy llamados funcionarios de la limpieza. Porque ahora la operación de barrer y limpiar las calles ya ha perdido su encanto primigenio. Antes las personas encargadas de tener unas áreas en estado de revista articulaban sus trabajos con una finalidad de servicio público encomiable, tal vez recordando haber escuchado en alguna ocasión, al pasar bajo una ventana, los ensayos de cualesquiera grupos, pues había muchos. En realidad, las escobas eran necesarias.

Pero ¿y ahora?

Porque la suciedad se ha instalado en España de la mano de gente que muchos llaman políticos y cuesta trabajo distinguir quién está aparentemente limpio bajo ropas que cuestan un dineral. Eso si no tienen reparo en asistir a los foros públicos con los pelos revueltos y otros signos de abandono y deterioro que hay que mirar para otro lado apenas aparecen en las pantallas. Pero es el emblema que determina nuestro tiempo, qué le vamos a hacer. Bueno sí, hay solución: volver a utilizar la escoba.

Aunque me temo que no será suficiente. No quedan ya en España fabricantes de escobas con la vitalidad necesaria para barrer del espacio ciudadano tanta porquería como nuestros políticos han traído en los últimos años. Son carretadas y carretadas de detritus que van depositando por doquiera pasan, unas veces para dejarlas sobre el alféizar de una ventana otras en un rincón poco visible. Son estos los señores que tienen que cuidar del planeta que habitamos, que deben hacer planes para las reducciones de escapes tóxicos, que deben dar ejemplo a una sociedad que trajina cada día para dar de sí lo mejor que tiene, que es el sentido de la pulcritud, del saber estar, del saber comportarse en los límites cabales de una comunidad moderna.

¡Ay si yo tuviera una escoba! Sé perfectamente cuales serían los primeros objetos que servirían de reclamo para que a su maltrecho y desangelado modo de sobrevivir en medio de un montón de basura los siguieran otros, u otras. Pero no, no la tengo. Mientras espero que un fabricante experto consiga poner en el mercado una de buena calidad, seguiré esperando. A lo mejor me pongo junto al tocadiscos y escucho, una vez más, a «Los Sírex».




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