Metafísica profana

29/05.- Porque, al fin y al cabo, la vida es un quehacer, necesito imperiosamente saber a qué atenerme cada instante y en la elección de mis actos quedará aprisionado mi ser.

Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 460, de 28 de mayo de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en LRP. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.​

Metafísica profana

Podemos entender que los físicos digan, y hagan esfuerzos increíbles por demostrarlo, que el presente es una dimensión, por tanto cuantificable, que cifran en el orden de las micromillonésimas de segundo, puesto que ese es el tiempo que dura lo que llaman el choque de dos fuerzas errantes: una que se va y otra que llega.

Alcanzamos a comprender la teoría, pero lo que cuesta aceptar es que las dichas fuerzas queden integradas en un panel del que se pueda colegir la existencia de un pasado y un futuro. Porque parece ser que no es así. Porque el tiempo/dimensión es un ente indiferenciado sin vestigios de haber sido pretérito ni de serlo venidero. Porque lo mejor que se puede aventurar es que ese presente cierto es una simple sucesión de impactos ocurrentes en un tiempo infinito, y así será hasta su final cósmico.

Mientras tanto, parece atrevida la pregunta que se hacía el profesor Hawking en Historia del tiempo acerca de por qué recordamos el pasado y no el futuro. Pero los científicos, embebecidos en sus elucubraciones matemáticas, tienden a no considerar que la gente del común empleamos otro lenguaje. Nosotros, los profanos, negados a la metafísica, cabalgamos a lomos de otros potros.

A nosotros, que sentimos pánico cuando vemos expresado en un escrito los signos consensuados de una raíz cuadrada o un esquema integral, el presente que nos vale es el que recordó en una de las estrofas de su íntimo canto Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique, al decir:

«Partimos cuando nacemos,
andamos cuando vivimos
y allegamos
al tiempo que fenecemos;
así que, cuando morimos,
descansamos
».

Ese presente es el que nos interesa, porque es el que alimentamos de recuerdos y de proyectos, que tiene pasado y futuro, el que constituye la unidad vital, que nos nutre desde la cuna a la sepultura. Una realidad que no nos impone el tiempo metafísico, la gélida sucesión de los días que nos llega de fuera, como embozado, y nos separa del mundo, que es una ficción, se diría, virtual. El presente humano, el nuestro, el pálpito que nos identifica, tiene la consistencia del ser y, por lo tanto, es susceptible de manejar en el concierto de toda una vida, adaptándolo al devenir, sometiéndose al error y al acierto, troceándolo en tramos con arreglo a cada circunstancia.

A mi presente vitalísimo puedo exigirle que me conceda el placer de determinar mí ahora y mí aquí, sin trabas. Por ejemplo, tengo la prueba en mis manos: es mi presente actual componer este artículo. Fueron mis presentes los tiempos que dediqué a mi estadio de juventud, los que ocupé en educar a mis hijos, los que tuve, ilusionado, en ir devanándome los sesos entre mis pretéritos y mis planes, porque todo en conjunto formó parte de mi presente radical.

Porque, al fin y al cabo, la vida es un quehacer, necesito imperiosamente saber a qué atenerme cada instante y en la elección de mis actos quedará aprisionado mi ser, pero eso será asunto mío. No negaré que es un juego peligroso, pero esa es nuestra fragilidad. Unamuno, temeroso, sumergido en las corrientes destructivas de su pensar, obsesionado con la idea de la muerte, habló del sentimiento trágico de la vida de los hombres y los pueblos, y puede que llevara razón, aunque en el sentido que hizo de él un agente misterioso devorador de todo posible Más Allá. No es el caso que mejor cuadra a nuestro presente. Prefiero la versión de otro artista español, Dalí, que representó un reloj, doblada su esfera, loca imagen creadora, dejándola al borde de una mesa, como hiciera en La persistencia de la memoria.

De igual modo, los pueblos también conforman su ser con la consistencia de su presente. Es el caso que nos toca, España, que lo tiene en su huella y aspira a prolongarla en un futuro aceptable. Aunque no es fácil. Fuerzas advenedizas y corrosivas se han confabulado para operar desde las altas instancias del Estado para la liquidación de un proyecto que, se quiera o no, fue puesto en marcha hace un montón de años. Ese presente ha sido adulterado y urge al pueblo desperezarse y tomar las riendas de su destino. Formas habrá, piensan algunos, para revertir una situación tan adversa. Las hay, desde luego, pero tal vez sea necesario que el pueblo cargue en su mochila la porción de arrojo que el presente exige y entre en la liza de los grandes hacedores de sueños.

Porque los sueños, sueños son. Hasta que suena el despertador por la mañana. Entonces, para pasmo de muchos, dejamos de parecer verdura de las eras.