Las sorpresas que da el verano

2/07.- Da gusto ver cómo durante toda la semana nuestros compatriotas se han puesto en marcha para disfrutar de unas vacaciones «merecidas»...

Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 474, de 2 de julio de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP.​

Las sorpresas que da el verano

Da gusto ver cómo durante toda la semana nuestros compatriotas se han puesto en marcha para disfrutar de unas vacaciones «merecidas» –merecimiento que todo el mundo se adjudica aunque en no pocos casos no han hecho los deberes para ello–, bien hacia la playa, bien hacia la montaña, bien a conocer algún país tentador para sus inclinaciones, pues no todos tenemos las mismas querencias. Y el chorreo no terminará hasta finales de agosto, ya se vayan en coche propio, ya tomen el ferrocarril que va mejorando notablemente con los trenes de alta velocidad, ya por vía aérea fundamentalmente los que van al encuentro en la lejanía, ya en autobús.

Y en esa diáspora hacia todos los destinos que marca la rosa de los vientos, apenas hay otra intención que disfrutar de la naturaleza, de las aguas del mar, los ríos o la piscina, del buen yantar, en algunos casos leer lo que se viene acumulando sin tiempo para disfrutarlo en el momento de adquirirlo, otros simplemente con la ansiedad de torrarse al sol. Ciertamente es esta una forma de hacer uso de la libertad de la que somos poseedores sin, apenas, molestar a los demás.

¿Pero lo que pesa sobre nosotros termina en esas intenciones misericordiosas para nosotros mismos? ¡Ojalá!

Lo malo es que, si en esos días ponemos los noticieros de la tele, o los buscamos en el dial de la radio que nos persigue ya estemos en casa, vayamos en el coche, o paseemos por cualquier lugar, o nos atrevamos a leer en la prensa algo más que la información deportiva con inclusión de la preparación para las Olimpiadas, allí toparemos con lo que sucede en el país, e incluso en el mundo, sin hacer ningún esfuerzo para ello. Y lo del país no está como para tirar cohetes a pesar de la costumbre de las fiestas locales. No es nada reconfortante lo que nos cuentan o vemos.

Porque, si el verano de 1936 sorprendió a nuestros antepasados con un 18 de julio que traería profundas consecuencias para todos, ahora, nosotros, sin quererlo, nos podemos ver atrapados cada amanecer con las barbaridades que puede hacer un individuo tan mendaz como Pedro Sánchez, que vende lo que sea por el solo motivo de permanecer en un lugar que arrebató a los parlamentarios sin merecimientos de ningún tipo, y que, si ello es posible, se ha empeñado en conservar indefinidamente.

¿Podremos disfrutar de unas plácidas vacaciones si sobre el suelo español pende un cuchillo de grandes dimensiones que la quiere despiezar como el carnicero hace con las reses que luego nos venderá en porciones? ¿Merecemos ir a recrearnos con lo que nos ofrece la naturaleza si no nos preocupamos de educar a nuestros hijos en los valores que los hará sanos, inteligentes y bondadosos? ¿Podremos tomar tranquilamente una caña de cerveza bien tirada –no chupando de un botellín como groseramente se ha puesto de moda– si sobre nosotros penden las estolideces que se le ocurran a nuestros gobernantes mastuerzos?

Pensemos si nuestros conciudadanos están aprovechando adecuadamente sus vacaciones cuando pende sobre ellos algo así como el péndulo de Foucault, pues los manejadores del progresismo, la globalización, y cosas parecidas intentan dominar el mundo con corrientes telúricas subterráneas –o con millones de dólares repartidos a discreción–, apareciendo por ahí, no uno, sino varios «Agliè» que se toman el juego muy en serio. Para tirarlos por el Muro de Adriano, como se merecen, nuestros compadres tendrían que emplear parte del tiempo vacacional en poner derecho al país. Si no lo hacen poco a poco cualquier día lo tendrán que hacer a lo bravo, que es peor.

De momento nosotros bajaremos del anaquel un botijo de cerámica turolense, de la que somos profundamente admiradores, representando al torico icónico de la ciudad de Teruel, que nos recuerda la imagen de la piel de toro con la que Estrabón asemejó la península Ibérica. Con la compañía de este torico tan bello, intentaremos pasear por Iberia, gozando de sus luces y sus sombras, que de todo hay en la viña del Señor.