"Los hijos de la gran chingada"

6/11.- Hijo de la gran chingada; esta expresión mejicana se emplea con distintas interpretaciones y yo la utilizaré en el significado más moderado, es decir, de «maldito», al querer calificar como tal a tantos españoles que se saltan las normas establecidas para contener la pandemia del covid...

​Publicado en la revista 'Desde la Puerta del Sol', núm 372, de 6 de noviembre de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.

"Los hijos de la gran chingada"

Uno es bien nacido y fue educado de esa forma cortés, moderada, sobria, parca en el empleo de insultos, moderada en el uso de palabras malsonantes, escasa en el uso de las invectivas, sobria en utilizar los improperios, alejada del escarnio y la mofa hacia los demás, todo ello formando un conjunto que ahora más bien parece una antigualla, pues la liberalidad en la utilización del idioma pone en movimiento gran parte del contenido del diccionario, en lo que fue adalid Camilo José Cela, Premio Nobel de Literatura y bastantes cosas más, al levantar la tapadera y considerar mojigatería el esconder determinadas palabras como si fueran pecado. A él le han seguido otros, con talante desenvuelto y sin pudor en las expresiones.

A mí se me hace duro, por aquello de la educación recibida, pero no cabe duda que en algunas ocasiones hay que recurrir a determinadas expresiones para decir en una sola palabra todo lo que se quiere expresar. O en una frase. Que es lo que hago en estos momentos. Y para ello recurro a la expresión utilizada ampliamente en Méjico que por aquí hasta tiene su gracia, y no resulta tan violenta como algunas de uso en nuestro español, a veces castizo, otras absolutamente brutal: Hijo de la gran chingada; esta expresión mejicana se emplea con distintas interpretaciones y yo la utilizaré en el significado más moderado, es decir, de «maldito», al querer calificar como tal a tantos españoles que se saltan las normas establecidas para contener la pandemia del covid, y a ser posible, en el menor plazo limpiar de ella el país.

Y así llamo hijos de la gran chingada a los jóvenes que se reúnen en las inconcebibles y estúpidas fiestas de la litrona, en las múltiples reuniones donde esnifan droga, en las bacanales de todo tipo que montan para desfogar sus instintos, o en las que, según ellos, únicamente es para charlar con los amigos, cosa que no se cree nadie con juicio; y también a los que no son tan jóvenes que igualmente se saltan las normas preventivas con la disculpa de que una partida de cartas no hace daño a nadie, toma parte en alguna una orgía variada, acude a una actuación teatral sin la prudencia debida, a un concierto multitudinario de eso que llaman música, a la celebración de un aniversario, una boda si se quiere, un partido de fútbol, y un largo etcétera.

Y lo llevan a cabo irresponsablemente, sin pensar que los primeros que han de caer en el coronavirus que nos infecta son ellos mismos, y sin reflexionar que pueden ser pro-pagadores a una comunidad que mantiene en pie las normas, que se sacrifica por los demás. No parece necesario que nos extendamos más al respecto pues es fácil entenderlo sin mayores explicaciones. A estos, a todos estos, tengan la edad que tengan, cualquiera sea su filiación o condición social, no tengo más remedio que decirles que son unos hijos de la gran chingada, unos malditos que impiden que se corte la expansión del virus, y que son responsables de que todos los días, día a día, pierdan la vida un sin número de personas tontamente, absurdamente.

Y no viene mal aprovechar la oportunidad para culpar a los que tienen la obligación de mantener el orden, ejercer la autoridad para que este se cumpla. No es suficiente soltar a la Policía y la Guardia Civil para que, sin «pasarse» intenten establecer el orden; aguantando tiren sobre ellos adoquines, o las vallas puestas para contenerlos, o bengalas, soportando los insulten y tengan que ver casi impasibles como se rompen vidrieras de los escaparates, cómo se roba el contenido de los establecimientos, como se queman contenedores y se destroza mobiliario público, como quedan las calles, los parques, las playas después de que por allí pase un manada de estos malditos.

Y malditos son los que provocan e incitan, como hace Podemos, manifestaciones por la libertad, el «género», y todo lo que se les ocurre, cargando a la que califica de «extrema derecha» gran parte de esos tumultos y batallas en la vía pública, de la que son generadores por activa o por pasiva, pues son expertos en el tema, y saben manejar las redes informáticas.

Y malditos también son los que, con mentiras, engañan a la ciudadanía, diciendo, por ejemplo, que las decisiones son tomadas de acuerdo con lo que dice el equipo de expertos que los asesora, cuando no inexistente dicho equipo, lo que queda manifiesto cuando, se niegan en dar nombres; adoptando actitudes despreciativas cuando dejan en manos de las Comunidades Autonómicas la solución de la pandemia sin que dispongas ni de medios materiales ni jurídicos para la toma de decisiones.

Sin olvidar que las decisiones que vienen tomando no tienen en cuenta la ruina de comercios, restaurantes, bares, etc. No hablamos de restringir la libertad de las personas –aunque también–, pues, como no es preciso explicarlo demasiado, el mal uso de la libertad es la que está impidiendo terminar con la pandemia.

Aunque los españoles somos muy dados a la valentía, al heroísmo, a la entrega por los demás como se está viendo todos los días en infinidad de lugares y con ejemplos dignos de gloriar, también es evidente que no son pocos los hijos de la gran chingada que andan haciendo el mal irresponsablemente, unos por tontos y otros por malditos.

Nuestro botijo de hoy sin duda es un modelo especial, de alfarero desconocido. Es antiguo, con dos asas laterales y la boca en la parte superior.

 

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