De ayer a hoy

26/MAY.- Hace años no se olvidaban los hechos de los mortales que habían ido dejando historia para recordar por las generaciones que se iban sucediendo, a la vez que se agregaban nuevos motivos para enriquecer esa historia.

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 629, de 25 de mayo de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

No se puede negar que hemos vivido cantidad los que nacimos casi rozando la proclamación de la Segunda República. Es una pena porque ya quedamos pocos y somos auténtica historia viva, pues la hemos saboreado intensamente antes de que los malintencionados nos la cambien de color o de acera, incluso ahora, pues no renunciamos a nada. Pienso que es una pena que ahora casi se puedan contar con los dedos de la mano los que subsistimos tras tantos avatares, pues, no cabe duda, somos portadores de las eminencias que se produjeron antes de la citada República, mamamos con la generación del 27, nos destetaron los disparos de los fusiles que sesgando la vida de los mejores, dormimos oliendo los incendios de iglesias y escuchamos el derrumbe de los edificios que contenían la cultura. Y a veces nos despertaban los cantos de los/las milicianas que por las calles se enervaban con el regodeo de los fachas que habían mandado al otro mundo.

Son pocos los amigos que quedan y fueron con nosotros al colegio y a la universidad, que pasaron hambre y tenían el recuerdo de la desaparición de no pocos de sus ancestros, bien porque perdieron la vida en la guerra de un absurdo enfrentamiento de hermanos con hermanos, o porque fueron sacados de sus casas, de día o de noche, para morir en una checa o en el paredón de un cementerio.

Esos amigos han vivido, como yo, no pocas generaciones, en las cuales hemos visto de todo, hemos trabajado con no pocos de muy diferentes matices, inclinaciones, tendencias, ambiciones, saberes, creadores de trabajo, enseñantes, aprendices..., de todo. Han sido unas generaciones muy completas y variables; desde las empeñadas en el ahínco empleado para conseguir la prosperidad de la nación hasta las que, tras la transición, disfrutando no poco de la vida, se mostraban ahítas de ansias de progreso, pero empeñando el menor esfuerzo posible, sin tanto ánimo de estudios y trabajo. Salvo excepciones, que siempre existen, qué duda cabe, en aquellas se accedía a la política con ánimo de servicio, y en estas, por el contrario lo general es que se busque medrar; basta con mirar qué son y qué hacen la mayoría de los políticos.

Evidentemente, en los primeros tiempos de andar por el mundo patrio, no añorábamos la monarquía, nos repelía la república por la experiencia en la que habíamos nacido y dados los primeros pasos, y de la democracia solo tomábamos aquello de libertad de elegir en el convivir de las instituciones y grupos, pero ni se pasaba por la mente el llegar a que el país pudiera gobernarse siguiendo ese sistema político. Todo funcionaba, los trabajadores contaban con sus sindicatos y con la posibilidad de disfrutar del deporte y el descanso necesarios; los jóvenes en vez de machihembrarse en la droga, el alcohol y las litronas, hacían deporte en los centros de enseñanza, en las sociedades deportivas, escalaban las montañas del país, recorrían y acampaban en valles y serranías, creaban grupos de teatro que ponían en escena no pocas obras clásicas, iban por los pueblos enseñando a leer y escribir a quienes nunca tuvieron la oportunidad de poder hacerlo, y un largo etcétera. Por supuesto, nos referimos a sexo masculino y femenino, pues con su trabajo, estudio y decisión, mujeres y hombres se empeñados en legislar la igualdad de la mujer, obstinados en que, a través del esfuerzo, unos u otras, consiguieran compartir todos los aspectos de la vida.

Y, como queda dicho, nuestra forma de ver la política era distinta a la actual; ni éramos monárquicos aunque teníamos anunciado que la sucesión en la Presidencia del Estado caminaba por esos derroteros, ni éramos demócratas en el aspecto que veíamos por otros países. Digamos que en nosotros latía un ansia de libertad del etilo que hace unos días nos hablaba Esperanza Aguirre, aunque sin manosear todavía lo suficiente, sin estudiar detenidamente todos sus aspectos, aunque se iba experimentando sin prosopopeya, sin afectación, dado que, como hemos dicho antes, España ya era una monarquía sin rey.

En ese mundo en el que nos movíamos los que habíamos nacido antes y durante la guerra –pocos como ha quedado dicho–, más los nacidos en la postguerra, teníamos claro que en España las leyes deberían ser iguales para todos, así como los hechos que pudieran tener relación con los españoles. Esto, aunque en las actuales leyes aparezca claramente reflejado, no deja de ser una utopía, porque la clase política que domina el sector político, hace de su capa un sayo, las interpreta a su gusto, dicta normas y decretos a discreción para cambiar la verdad de los acontecimientos, la historia y los derechos de los ciudadanos de esta España que ha vuelto a ser triste. No siendo monárquicos nos produce repugnancia escuchar cómo individuos miserables, que viven del sudor del resto de los españoles, que no trabajan en nada, que han atentado contra la unidad de España, que están en los tribunales por muy diversas causas –o deberían estar no pocos–, que se aprovechan de los bienes del Estado para sus fines particulares, que en su palmarés no pueden poner ninguna conquista hecha en favor de la nación, etcétera, esos individuos, sin embargo, estos días se despachar en cualquier lugar diciendo que el rey Juan Carlos debería explicar todo lo que se dice o supone de él en relación con su comportamiento o actuación dentro del espacio de su jefatura mientras la ejerció, cuando ellos, esa tropa inmunda y mugrienta sigue haciendo el mal uso de los bienes del estado llevando al país a la hecatombe.

Hace años no se olvidaban los hechos de los mortales que habían ido dejando historia para recordar por las generaciones que se iban sucediendo, a la vez que se agregaban nuevos motivos para enriquecer esa historia.

Incluso en cosa tan sencilla como la cerámica o cualquier obra manual se tenía en cuenta las manos que lo habían hecho y el lugar donde se afincaba el amanuense. Hoy día es difícil conocer el alfarero que ha llevado a cabo una pequeña obra maestra como el botijo que presentamos en esta ocasión, aunque en el mismo figure que responde a un «recuerdo». El único recuerdo que nosotros podemos aportar en este momento es que procede de las cerámicas de Priego, Cuenta, al parecer desaparecidas en estos tiempos.




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