El hombre, visto por un falangista

21/03.- Para el nacionalsindicalismo, para la Falange, el hombre se constituía como “Eje del sistema, dotándolo de valores transcendentales, alma y cuerpo, que componía el ser humano, y por lo tanto el primer receptor del esfuerzo comunitario.

El hombre (como ser humano), visto por un falangista

Prácticamente, desde que la política, tal como la entendemos hoy, entró a formar parte de las relaciones del hombre, interpretado como género humano, todos los movimientos sociales en el tiempo y en el espacio, han pretendido justificar su nacimiento y desarrollo en base a configurar las acciones posibles para la mejora y tratamiento del mismo o, lo que es igual, como aspiración legítima al mejor servicio de ese individuo. En definitiva, como una obligación, siempre en beneficio del hombre.

Sin embargo, esa máxima de comportamiento que parece en principio moralmente necesario y ético, no siempre cubría las expectativas creadas ya por indefinición del motivo, ya por deficiencias del método a seguir, o simplemente porque el procedimiento venía viciado de origen.

Había que considerar en primer lugar qué clase de Hombre era el sujeto o protagonista de ese bien exigido por la justicia y por la moral y, luego, y no peor condición, señalar qué tipo de hombre se quería proyectar.

En esto, empezaban las dificultades para logar el fin deseado y por el que pueblos y naciones de todo el mundo parecían empeñados en conseguir, aun a costa de implantar filosofías y doctrinas políticas que no solamente constituían en sí mismas un fraude, sino que comportaron situaciones de auténtica tragedia en millones de ciudadanos.

La aparición de diversas y muy contradictorias estrategias y teorías para llegar a implantar una realidad social, que superara de algún modo viejas estructuras, determinaron a lo largo de la historia moderna, un alud de enfrentamientos sociales que significaron verdaderas catástrofes humanas.

Pronto, entre esas teorías en busca de una sociedad diferente, se marcaría al marxismo, elaborado por Carlos Marx como una corriente total que radicara en un Hombre “nuevo”,  capaz de llevar a cabo esa transformación requerida; a ella le siguió en importancia el fascismo, doctrina política desarrollada por Benito Mussolini, antiguo socialista, en pos de ese hombre presto para traer una sociedad mejor; y por último, –y no hacemos mención del liberal capitalismo porque solo lo analizamos como expresión individual del egocentrismo humano–,  anotaríamos el nacional sindicalismo o, dicho de otra forma, el falangismo, como teoría socio-económica formulada por Ramiro Ledesma, Onésimo Redondo y modulada, retocada y perfilada por José Antonio Primo de Rivera y Sáez de Heredia.

Ante estas formas dispares y encontradas de buscar unos principios que deparara la mejor estructura social para el hombre, era imprescindible saber qué hombre sería el receptor de la nueva sociedad, y, sobre todo, cómo tendría que ser ese hombre. Y en esto, en conocer sus necesidades, estriba a mi juicio la mayor diferencia.

Para Marx, el hombre fue reducido a la sola relación Hombre-naturaleza, restringida a su versión económica.

El fascismo, que de una forma u otra arrastra también posos marxistas (al fin y al cabo, el Duce fue un distinguido socialista-marxista), creía en un hombre nuevo que, por pura inercia, obligada, conquistara la sociedad que preconizaban sus doctrinarios. Para el fascismo, el Hombre, es solo un pieza en el engranaje de un estado que lo era todo: “Nada, ni nadie, fuera del estado”.

Para el nacionalsindicalismo, para la Falange, el hombre se constituía como “Eje del sistema, dotándolo de valores transcendentales, alma y cuerpo, que componía el ser humano, y por lo tanto el primer receptor del esfuerzo comunitario. Sin embargo, a la hora de su praxis, el falangismo, instrumento para la realización de ese bien comunitario, quedaba muy desleído. ¿A qué hombre nos referimos? O, expresado de otro modo, pero, sobre todo, ¿Cómo deberá ser ese hombre?

Naturalmente tenemos una respuesta que aparece implícita en valoración social y política de Falange, porque para ella el hombre es nuestro prójimo y fundamentalmente el prójimo que sufre las embestidas de la injusticia y marginación. De la pobreza.

Para los falangistas no será nunca ese “homo económicus. Ni, por supuesto, el sometido a la voracidad del Estado total, sino que es justamente el portador de valores eternos, que laminado por sistemas oprobiosos, sucumbe de frío y hambre estructural, impropia de cualquier ser humano por dignidad y justicia.   

Es ese ser humano, hombre o mujer joven o anciano, ilustrado o no, cualquiera que fuera su condición social, étnica o cultural, quien habría de contener toda la preocupación y apoyo que exigiera sus condiciones de vida, pero, antes que otro u otra, quien sufre dura precariedad, marginación y pobreza.

Ese es el hombre por quien los falangistas luchamos prioritariamente, y por lo que se justifica todo el hacer de nuestro fundador, José Antonio Primo de Rivera.