Sigo sorprendido

1/FEB.- Aunque millones de personas de todo el mundo acepten el aborto como un derecho de las mujeres, sigo sorprendido.

Publicado en Gaceta Fund. J. A. núm. 365 (FEB/2023). Ver portada de Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

Sigo sorprendido

¿Quién puede ser más inocente que un feto humano, que un no nacido? ¿Qué delitos puede haber cometido para éstos sean olvidados mediante la benéfica amnistía, los indultos o la acualísima reducción de pena?

Y es que la famosa organización Amnistía Internacional, tras no pronunciarse durante toda su existencia sobre el aborto, ni a favor ni en contra, lo ha hecho a favor de la despenalización del aborto criminal (no había otra forma de diferenciarlo del aborto espontáneo). Naturalmente, Amnistía Internacional no es una organización abortista sino que, más o menos como en la legislación española actual, encuentra una serie de circunstancias en las que el aborto puede ser la mejor opción para consolar a las víctimas de violaciones, incestos o cuando corra peligro la salud de la madre.

En España, casi dos millones de seres humanos vivos -ya que aún no legalmente hombres y mujeres- han sido brutalmente destruidos, descuartizaos, asfixiados, quemados o envenenados para consolar a violadas, víctimas de incestos o, en su inmensa y escandalosa mayoría, a través del cajón de sastre de la salud psíquica de la madre tanto durante mandatos de la izquierda como de la derecha.

Cultura de la muerte que, tras unos años justificando el aborto con esas circunstancias, ya se considera un derecho de la mujer y un atentado contra esos supuestos derechos a matar, cualquier intento de reducir (¡no suprimir!) esos cien mil muertes anuales de no nacidos en España.

Todos sufrimos, día a día, los dramas que el hecho de vivir nos acarrea. Dolorosas enfermedades; crisis matrimoniales o laborales; accidentes; minusvalías, etc. Pero todos somos conscientes de su inevitabilidad y asumimos esa terrible ruleta. Pero solo los más malvados a lo largo de la historia o la literatura han intentado evitar un desconsuelo, o un hijo con el síndrome de Down, o una monja con un hijo, a costa de destruir al ser humano más inocente de todos.

No se trata de conservadores y progresistas, de fascistas o de rojos, de religiosos o de ateos, sino de del conocimiento biológico. Porque ni el más convencido abortista acepta que pueda eliminarse a un niño mongólico de catorce años; ni siquiera a un recién nacido que le falte un brazo. Sin embargo, ¿qué diferencia sustancial existe entre un recién nacido y un feto de siete meses? ¿Y qué diferencia sustancial existe entre un feto de siete meses y uno de dos meses? Y es que tampoco hay diferencias sustanciales entre un feto de dos meses y un embrión de unos días, porque desde el momento de la concepción ya tiene su identidad cromosómica, ajena a la de la madre y a la del padre: ya es un ser humano único e irrepetible. La cultura y la civilización a lo largo de milenios nos había llevado a proteger la vida, a no cambiar una vida por otra, a no preferir una vida a otra.

En la Comunidad Autónoma de Castilla-León la simple propuesta de que la embarazada pueda oír el latido del corazón del feto, o verle latir mediante una inofensiva y barata ecografía, ha provocado la indignación de los servidores de la ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, absurdo eufemismo para eludir el rotundo aborto ¡como si se pudiera reanudar el embarazo otras la interrupción.

Solo teniendo muy presente que el embrión es ya un ser humano único e irrepetible, digno de ser protegido e inaceptable como moneda de cambio, podremos afrontar el terrible crimen del aborto (Julián Marías, dixit). Abortar es matar.




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