Nuestros secretos duermen en el desierto

15/09.- ¿Qué se ha llevado en su cabeza y tal vez en algún artilugio diseñado por el MI6 su majestad el rey don Juan Carlos I consigo a Emiratos Árabes Unidos...

Publicado en el Nº 349 de 'Desde la Puerta del Sol', de 15 de septiembre de 2020.
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Nuestros secretos duermen en el desierto

Duermen, pero no han muerto. Descansan a 6.000 kilómetros de Madrid, donde fueron engendrados. Son secretos, algunos a voces, que acompañan a grandes acontecimientos de la vida nacional más reciente. No han viajado en un maletín, aunque puede que estén grabados en un pendrive. Algunos, los principales, habrán permanecido años, documentados y custodiados, en cámaras acorazadas bajo dunas perpetuas y sobrevolados por drones bien comunicados con centros logísticos y bases operativas para hacer frente a cualquier posible contingencia.

¿Quién sabe? A lo mejor aguarden allí el regreso al futuro que tantas veces ha hecho girar la Historia de los pueblos.

¿Qué se ha llevado en su cabeza y tal vez en algún artilugio diseñado por el MI6 su majestad el rey don Juan Carlos I consigo a Emiratos Árabes Unidos, donde ya permaneciera largas temporadas mal acompañado y disfrutando de poderosa hospitalidad califal? No me digan que la pregunta no es sugestiva. Vivimos tiempos álgidos para la imaginación desbocada, con la inestimable ayuda de Internet y su aluvión de verdades, mentiras y medias naranjas rodando de mano en mano. La realidad, también la social y la política, supera hoy a la ficción, si no más que nunca sí más rápidamente.

El acelerador de partículas que iba a poner, por fin, al día la «partícula divina» en Ginebra permanece mudo cuando la Humanidad busca afanosa una vacuna a su mayor pandemia, contrarreloj. O al menos, nadie habla de lo que parecía iba a ser la puerta a la cuarta dimensión y más allá, siendo así que algún nexo debería de haber entre acelerar partículas y acelerar vacunas seguras.

Pero tiremos del hilo y bajemos la cometa. Entre los hechos caídos como asteroides del cielo que nos desconciertan hasta límites insólitos en nuestras vidas –independencia catalana, Gobierno social comunista, Covid-19, estado de alarma, salida del rey emérito y para los que hemos dedicado nuestra biografía personal al ABC la caída de las Luca de Tena– hay un denominador común, amén de su carácter más o menos escatológico: todos sabemos cómo han empezado, pero no sabemos nada más.

El recorrido venidero del escándalo que ha rodeado la emigración de un rey –parecida pero no igual a la de su abuelo– es un misterio apto para todo tipo de conjeturas y cábalas profetizoides. Y como todo cabe en esta caja de Pandora, apuntemos algunos flecos pendientes de claridad en lo que hoy hemos llegado a ser como España (o lo que va quedando de ella).

Hay mucha luz que arrojar sobre el papel de JCI en la Transición. Y si no, ahí está el libro de Pilar Urbano, por ejemplo, sobre sus relaciones, tormentosas, con Adolfo Suárez. Permanece en brumas, igualmente, su papel en la tarde-noche del 23-F. Al día siguiente del anuncio del «exilio» regio, Antonio Tejero, único superviviente destacado de la asonada, habló y dijo cosas, que aunque parezca lo mismo no lo es. Hay tantos cabos sueltos en el 11-M que lo difícil sigue siendo cerrar los círculos oficiales.

Y ahí ya, el cúmulo de libros, reportajes, declaraciones e hipótesis plausibles es apabullante. Apunto sólo dos títulos: 11-M. El atentado que cambió la Historia de España, de Jaime Ignacio del Burgo; y 11-M. Golpe de régimen, de Luis del Pino. Pero hay muchos más. No tengo mi biblioteca a mano, pero se me vienen a la mente dos: Titadyn y días de furia. En este último, Alfredo Urdaci revela datos de extraordinario valor sobre la manipulación, repugnante, que ciertos políticos y periodistas triunfantes –alguno ya desaparecido– hicieron de los atentados de Atocha.

Y ya que hablamos de libros, hay otro que cobra una inusitada actualidad, al menos las páginas iniciales. De la noche a la mañana, de Federico Jiménez Losantos, narra sucesos, no desmentidos que yo sepa, sobre los devaneos libidinosos del monarca del desierto y la intervención de ciertos servicios secretos que acuden a la mente del lector en una de esas emergencias en las que traumas del pasado pugnan por salir a flote como cuando alguien ha sufrido una «ahogadilla». El símil no puede ser más a propósito.

El desierto y las simas oceánicas ocultan los mayores y más resistentes secretos. Es muy probable que el viento nunca los ponga al descubierto, pero…

Abusando de las citas bibliográficas y sin ánimo de resultar petulante (no hay motivo, pues soy lector lento y torpe, objetivamente hablando), acabo con una que viene muy a cuento. Y la Biblia tenía razón, de Werner Keller, es un tomo que retomo con frecuencia en una edición de viejo que vio la luz allá por los sesenta. Está repleto de casos arqueológicos en los que el viento («La Tierra no es de nadie. La Tierra es del viento», sentenció campanudamente maese Zetapé desde sus cejas maléficas y sus hombreras de Star War) puso al descubierto vestigios de ciudades y palacios, campamentos y armas, que la Biblia había referido durante miles de años pero que se consideraban legendarios. Pues eso. El aire libre hace milagros, lo cual es aplicable al coronavirus y a los secretos de Estado.


 

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