SEMBLANZAS

Un fervoroso afán por la Verdad

Fernando García de Cortázar. Se nos ha ido este hombre llano, afable, cultísimo y hondamente sabio cuando más escasos andamos de intelectuales comprometidos con la Libertad, con la Verdad y con España.

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 647, de 6 de julio de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

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Un fervoroso afán por la Verdad

Fernando García de Cortázar: un fervoroso afán por la Verdad


Era octubre de 2018 y Fernando García de Cortázar había venido a Granada a presentar su bellísima obra Viaje al Corazón de España. Por su amistad con un familiar mío –también jesuita y vasco– tuve la oportunidad de charlar privadamente con él. Interesado por mi condición de docente me animaba a combatir y a enseñar a combatir a los que de rondón, sin respeto alguno, inoculan  sus credos sectarios en la mentalidad de nuestros jóvenes. Especialmente le causaba desazón —y así lo dejó escrito— como los más descarados impulsores del fallo multiorgánico de nuestra cultura no han dejado de asestar su opinión iletrada cada vez que se ha emprendido el más mínimo esfuerzo de contrarreforma educativa. Asimismo, se indignaba ante la gran violencia que supone usurpar el significado de las palabras hasta vaciarlas de sentido y la manipulación miserable del lenguaje por las impenitentes hembristas. Siguiendo a Unamuno, hacía chascarrillos de quienes confunden el género gramatical con el sexo.

Tampoco se mostraba nada benévolo con la fragmentación de la educación de los ciudadanos españoles en función de su residencia  en una comunidad autónoma o en otra. Desde su perspectiva de historiador y como defensor de la igualdad y la libertad, negaba el derecho a los privilegios forales de determinadas regiones españolas, especialmente en materia tributaria. Si se trata de regresar absurdamente al pasado de los pueblos que confluyeron en la formación de España, decía, es seguro que Granada puede esgrimir con mucha más legitimidad que otras regiones sus derechos históricos de antiguo reino.

Siguiendo con el tema educativo, consideraba que un necesario pacto nacional por la educación tenía que tender, entre otras cosas, —rectificando lo que tan torpemente se cedió a las comunidades autónomas— a dar continuidad a una cultura que sirvió para integrar proyectos locales diversos bajo un mismo designio universal. Al bien común interesa que la enseñanza tenga profundo sentido de estado y de nación. Compartía con Menéndez y Pelayo la idea de que la integración de esta estimulante diversidad de los pueblos de España en un proyecto aún más estimulante de unidad nacional, había de ser fabricado desde una conciencia histórica común y no solo desde la fría y provisional aceptación de una misma Carta Magna.

Alabé su valentía por lo publicado en su libro España, entre la rabia y la idea por donde desfilan personajes tan dispares  —algunos muy denostados por la corrección política—, como Andreu Nin o José Antonio Primo de Rivera; Ramiro Ledesma o Ángel Pestaña; María Zambrano o Mercedes Formica; Blas de Otero o José Hierro; García Lorca o Ramiro de Maeztu. Me detuve en sus artículos en ABC dedicados a José Antonio, a Ramiro, a Manuel Hedilla y a los “falangistas Incómodos” del FES. Al profesor bilbaíno en modo alguno podría considerársele como simpatizante del franquismo, pero le conmovía el fervoroso afán de España de José Antonio Primo de Rivera y todo lo que de patriótico y de búsqueda de la justicia había en la revolución pendiente. Fernando García de Cortázar recordaba, siguiendo a Marañón, como la capacidad de reconciliación con el pasado empieza en aquella búsqueda de la parte de verdad que se esconde, no en las ideas que se defendieron, sino en la rectitud de la conducta con que se vivieron.

Según el profesor bilbaíno, recuperar una nación que había sido la comunidad más precoz del Occidente moderno no era un ejercicio de vana melancolía ni de turbios manejos reaccionarios, sino, más bien, de una extrema sensibilidad por la justicia, de un respeto por la persona, y de un apego a la tradición en la que no descansa el pasado inmóvil.

Criticaba el jesuita Cortázar al obispo vasco-francés Roger Etchegaray, excesivamente jacobino y de torpe comprensión hacia los temas españoles. Coincidía con cierto tradicionalismo, no obstante su clara adscripción al liberalismo occidental, en cómo fue el Occidente hispano, que no latino como gusta adjetivar a tanto papanatas panamericanista, el creador de una modernidad diferente, que quiso hacer efectiva, a partir de la teología, la idea de la fraternidad universal, una fraternidad que excluye todo racismo. En uno de los textos más vigorosos y olvidados del pensamiento español del siglo XXen opinión de Fernando García de Cortázar–, que es la Defensa de la Hispanidad, Maeztu explicaba los pormenores de esa modernidad hispana, esencial para entender lo que representa la idea de España. Para el historiador Cortázar, no hay una sola brizna de la civilización europea, de sus imperativos morales, de su esperanza emancipadora, que no encuentre sus orígenes en la Buena Nueva anunciada por Jesús en la montaña.

A  García de Cortázar le conmovía la lucha moral de los sufridores del separatismo en Cataluña que se rebelan contra la ciega agresividad identitaria, la mentira, el mito y los continuos atentados a los derechos de los ciudadanos. Fernando García de Cortázar, como Unamuno, era vasco con vocación de universalidad a través del ser español. Nada partidario de narcisismos regionales, ni lavados de cerebro de manipuladores de la historia. Se nos ha ido este hombre llano, afable, cultísimo y hondamente sabio cuando más escasos andamos de intelectuales comprometidos con la Libertad, con la Verdad y con España.

 ¡Descanse en paz!


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