Semblanzas

Clarín citado por José Antonio

Leopoldo Alas, Clarín, propugnaba la separación del Estado y de la Iglesia, lo mismo que más tarde haría Falange Española. Muy posiblemente José Antonio Primo de Rivera, que había leído a Leopoldo Alas, se sintiera influido por éste.

Artículo recuperado de febrero de 2020, publicado posteriormente en la Gaceta FJA, núm 322 (julio 2019). Editado por la Fundación "José Antonio Primo de Rivera". Ver portada de Gaceta FJA en La Razón de la Proa LRP). Recibir el boletín semanal de LRP (servicio gratuito).

Clarín citado por José Antonio


Azorín dice refiriéndose a Leopoldo Alas, Clarín, que su obra está dividida en varias zonas o capas. Fue un escritor satírico, polemista, sus paliques han sido populares en toda España. Los escribía rápidamente, muchas veces en la mesa de un café y, según muchas opiniones, escribió la obra más importante en lengua española La Regenta, después de El Quijote de Miguel de Cervantes.

Leopoldo Enrique García-Alas y Ureña nació el 25 de abril de 1852 en la ciudad castellana de Zamora. Su madre, Leocadia Ureña, mujer de profundas creencias religiosas, hizo que su hijo fuera bautizado en la parroquia de San Juan de Puertanueva. Su padre, Genaro García Alas, asturiano, había llegado unos meses antes a Zamora nombrado gobernador civil (jefe político como se llamaba entonces) por el Gabinete de Juan Bravo Murillo.

Clarín se sentía muy asturiano, aunque «me nacieron en Zamora», repetía una y otra vez; sin embargo eso nunca fue obstáculo para que sintiera por la capital castellana, como él mismo decía, «una especial predilección». En octubre de 1863, cuando Clarín contaba con once años de edad, su padre y con él toda la familia, se asienta definitivamente en Oviedo después de haber pasado por otras capitales españolas ocupando el cargo de gobernador civil, entre ellas León y Teruel.

En la capital del Principado comienza Leopoldo los estudios de bachillerato y después los universitarios habiendo concluidos éstos a los 19 años de edad con la licenciatura en Derecho Civil y Canónico. Al comienzo del curso siguiente se matricula en Madrid para hacer el doctorado en Leyes y cursar Filosofía y Letras.

En Madrid alterna mucho con los asturianos: el escritor y periodista Tomás Tuero y el novelista Armando Palacio Valdés. Con ellos funda la revista Rabagás, cuya publicación duró muy poco tiempo pues solamente fueron cinco números los que verían la luz. Escribió en otros medios, y fue en el semanario El Solfeo donde estrenaría el seudónimo de Clarín cuando le faltaban unos días para cumplir 23 años.

En el Ateneo de Madrid y en su biblioteca escribió la mayor parte de su tesis doctoral sobre El Derecho y la moralidad dirigida por el catedrático Francisco Giner de los Ríos. La tesis la leyó en julio de 1878 obteniendo la calificación de Sobresaliente, opositando a los pocos meses a la cátedra de Economía Política y Estadística que estaba vacante en la Universidad de Salamanca, pero a pesar de tener la mejor calificación de todos los opositores, el ministro de turno no le concedió la cátedra.

Más tarde, el primer Gobierno liberal de la Restauración, repara esta injusticia y en 1882 explica la disciplina, a la que había opositado, en la Universidad de Zaragoza y en esta ciudad vive los primeros meses de su matrimonio ya que se había desposado con la señorita Onofre García Argüelles, en el mes de agosto de ese mismo año. Su estancia en Zaragoza dura solamente lo que es un curso pues al siguiente consigue su más ardiente deseo: dar clase en la Universidad de Oviedo donde explicaría durante cinco años Derecho Romano y, hasta su muerte, Derecho Natural.

El año 1885 aparecen los dos volúmenes de La Regenta, obra que hace que el gran escritor aumente su mala fama entre algunos sectores de opinión que no le admiten como crítico, hasta tal punto que la derecha civilizada de Zamora que se sentía orgullosa del escritor a principios de 1883 deshaciéndose en elogios hacia él comienza a tomar posiciones contrarias; cuando fallece.

Algunos medios de esta ciudad, sobre todo los conservadores, despacharían su muerte con solamente media docena de líneas. Sus críticas siempre eran esperadas con impaciencia para más tarde producir adhesiones o, todo lo contrario, enorme irritación porque manejaba con mucha habilidad la sátira y la ironía, lo que valió que tuviera que llegar a escribir:

«Yo, tengo contra mí la prensa neocatólica, la prensa académica, la prensa libre-pensadora, de escaleras abajo, parte de la prensa ultrarreformista, la crítica teatral...».

Clarín propugnaba la separación del Estado y de la Iglesia, lo mismo que más tarde haría Falange Española: «La Iglesia y el Estado concordarán sus facultades respectivas, sin que se admita intromisión o actividad alguna...», dice la norma programática número 25  de FE-JONS. Así, pues, muy posiblemente José Antonio Primo de Rivera, que había leído a Leopoldo Alas, se sintiera influido por éste porque Clarín influye sobre lo mejor del pensamiento español, llegan a escribir algunos.

Por eso no es extraño que cuando José Antonio escribe el prólogo al libro La dictadura de Primo de Rivera juzgada en el extranjero que recoge las opiniones de hombres de Estado, diplomáticos, técnicos, periodistas etc. sobre su padre, termine con estas palabras:

«Y no se olvide que, como dijo Clarín, “la distancia tiene a veces ciertas virtudes del tiempo; los países extraños suelen hacer el oficio de posteridad”».

A partir de aquí, algunos estudiosos de José Antonio quisieron saber dónde había escrito Clarín esas palabras. La frase forma parte de un palique publicado el 4 de noviembre de 1892 titulado Historia del descubrimiento de América, por Emilio Castelar y que Azorin recoge en el libro Páginas escogidas.

Él escribe el prólogo y hace la selección de artículos. El escrito da comienzo con las mismas palabras que reproduce José Antonio y que muy bien, podía haberlas leído en un libro de los que había en la biblioteca de su padre ya que dada la amistad que el general tenía con Azorín es lógico pensar que éste le haría llegar todas sus obras.

Leopoldo Alas fallecería en Oviedo el 13 de junio de 1901 después de cumplirse la esperanza que había confesado en el prólogo de sus Cuentos morales, que decía:

«Mi leyenda de Dios queda, se engrandece, se fortifica, se depura y espero que me acompañe hasta la hora solemne pero no terrible de la muerte».

Y así fue, porque rodeado de los suyos y de sus íntimos murió tranquilo y conforme, con la dignidad con que había vivido, nos recuerda su entrañable amigo Adolfo Posada.

Introducido el cadáver en un modesto féretro fue llevado a la capilla de la Universidad ovetense y de haber estado en Oviedo aquel día, muy posiblemente hubiera celebrado las honras fúnebres el obispo fray Ramón Martínez Vigil, O.P. con quien el escritor había tenido sus más y sus menos.

Leopoldo Enrique García-Alas y Ureña, Clarín, fue enterrado en el cementerio de Oviedo y en su sepultura se puede leer esta inscripción: «Rogad a Dios por él».