SEMBLANZAS

Alfredo Amestoy y Enrique de Aguinaga, un periodismo comprometido.

Qué pena de no tener ya periodistas y presentadores de su categoría y de su talla intelectual y humana.


​Publicado en Gaceta de la Fund. José Antonio (FJA), de diciembre de 2023 (núm. 375). Ver portada de Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

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Alfredo Amestoy y Enrique de Aguinaga, un periodismo comprometido.

En mi etapa de estudios de Bachillerato en el Instituto San Isidro, de Madrid (1957-62), por cuyas aulas habían pasado también Quevedo, Lope, Calderón y varios premios Nobel de Literatura (Benavente, Aleixandre, Cela…) y otras celebridades, tuve de compañero a Ignacio Amestoy Eguiguren. Creo que fue sólo durante dos años o quizás menos. En los años cincuenta los profesores de instituto y escuelas especiales pasaban lista al principio de las clases. El profesor decía los dos apellidos y el alumno presente tenía que decir su nombre. De tanto oír diariamente y de forma repetitiva los nombres y apellidos de todos creo que casi podría todavía recitar muchos de ellos.

Aquella etapa del San Isidro, junto al hogar del Frente de Juventudes del distrito de Arganzuela (calle de Estudios, núm. 3): Antonio Cortina Prieto, César Pérez de Tudela, Fernando Delgado de las Heras… fueron mis jefes en aquellos intensos años finales con ⎼todavía⎼ la camisa azul de uniforme oficial de todos los afiliados en concentraciones, marchas, albergues,... Aunque posteriormente, hacía 1959, se cambiaría por otra de color gris. Al año siguiente nacería la Organización Juvenil Española (OJE). Nosotros, es decir mi hermano y yo, con toda la escuadra de nuestro barrio del Puente de Toledo, al percibir, a pesar de nuestra corta edad, el cambio de rumbo que se avecinaba (que luego supe que coincidió con el rechazo por Franco del proyecto Arrese), nos dimos de baja del Frente de Juventudes. Es decir, las entonces llamadas Falanges Juveniles de Franco.

Alfredo Amestoy, que resulta que era el hermano de mi compañero Ignacio, aparece a mediados de los sesenta en un microespacio de TVE titulado La vida, que se emitía antes del Telediario. Mi madre nunca se lo perdió. Ahora habla Alfredo, me decía siempre. Yo también lo veía con frecuencia. Era un mensaje fresco, directo, irónico. Comentaba en un monólogo muy dinámico, muchos aspectos de la realidad, también algunas inquietudes y carestías de aquella época. Hablaba unos cinco minutos de los problemas del hombre corriente. Criticaba incluso a la aristocracia. Era ya la cara amable de la apertura de Manuel Fraga, casi flamante ministro de Información y Turismo desde 1962. Se había terminado con aquella etapa moralizante y sofocante de Arias Salgado.

Muchos años después Alfredo Amestoy destacaría como presentador creativo y animador de espacios televisivos de grandes audiencias: 300 millones, Los Botejara… Recuerdo también un intento suyo de revista a contracorriente llamada Don Quijote. Salió un solo número hacía 1968, que creo conservo entre mis archivos, y donde leí entonces como realizaba un buen repaso de todos los grupos políticos que actuaban entonces en la Universidad.

En los años ochenta, durante el felipismo, me reencontraría con Ignacio Amestoy en los pasillos de Prado del Rey, ya convertido en consagrado dramaturgo, dispuesto a proponernos e interesarnos a los programadores por sus excelentes montajes escénicos. Creo que algunas cosas suyas se llegaron a producir.

Alfredo citaba en ocasiones a José Antonio, también recuerdo que en la primera etapa del Frente de Estudiantes Sindicalistas (FES) alguien se puso en contacto con él. Creo, además, que entonces vivía junto a la Cuesta de Santo Domingo (junto a la primitiva sede de Falange Española) y los 20 de noviembre se asomaba a su ventana para ver la salida de la corona de la Vieja Guardia camino del Valle de los Caídos. Supongo que también Alfredo recogería los panfletos revolucionarios con los que los militantes del tinglado FES regaban esas noches a los participantes del acto oficial. Siempre en esas jornadas, se recogía una cierta cosecha de captaciones para la organización clandestina. Personalmente fui uno de los captados por el FES el 20 de noviembre de 1966.

Al cumplirse el 2 de octubre pasado el centenario del nacimiento de Enrique de Aguinaga (murió el pasado año con 99 años), Alfredo Amestoy le escribió una glosa. Una magnífica elegía llena de cariño y de reconocimiento a su excelente y dilatada labor periodística y docente en la Escuela de Periodismo, y posteriormente en la Facultad de Ciencias de la Información. Lo traté a mediados de las ochenta, cuándo estuvo en el Decanato con Ángel Benito, y Felicísimo Valbuena me diera cobijo en su cátedra de Comunicación. También coincidimos en algún viacrucis por las ermitas del Valle de los Caídos, y en las citas veraniegas del castillo de Castilnovo que organizaba José Gárate, el camarada empresario que nos daba cobijo para organizar la deseada unidad de los falangistas (también en los sótanos de su club Don Hilarión, de López de Hoyos, en la primavera de 1973), y que desgraciadamente nunca llegaría a realizarse entonces.

Desde mi perspectiva, Enrique de Aguinaga, en el ámbito joseantoniano, debe ser recordado esencialmente por sus estudios e informes sobre el falangismo, y, especialmente, por el repaso que realizó, junto con Emilio González Navarro, a la recopilación de casi quinientas opiniones sobre José Antonio (Sobre José Antonio. Barbarroja. 1997). Asimismo su muy acertada definición de la personalidad del fundador de Falange como arquetipo.

A Alfredo Amestoy le vi hace una década, de lejos, en La Guardia (Álava), una agradable localidad vascongada. Estaba en una calle sentado cerca de unos toneles, en un rincón de esa preciosa ciudad. Creo recordar que bien acompañado de algunas señoras. Seguramente degustando también algún sabroso caldo de su tierra (quizá estaba reunido con los miembros de su Club de la Cata que tiene su sede en esa localidad vasca). Qué pena de no tener ya periodistas y presentadores de su categoría y de su talla intelectual y humana. Esperemos, Alfredo, que nos sigas deleitando con tu excelente prosa, y que vivas tanto o más que nuestro querido y siempre entrañable Enrique de Aguinaga.

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