SEMBLANZAS

En el acto de homenaje a Antonio Machado

En reivindicación de la reconciliación y la paz entre los españoles. En Colliure, el 19 de febrero de 2022, a punto de cumplirse los ochenta y tres años de la muerte del poeta (22/02/1939).
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En el acto de homenaje a Antonio Machado

En el acto de homenaje a Antonio Machado, en reivindicación de la reconciliación y la paz entre los españoles.


Estamos en el año 2022. Han pasado ochenta y tres desde que murió aquí, en Colliure, un hombre consumido por la amargura, roto por dentro y por fuera, que hasta aquí llegó como fugitivo y expatriado de su tierra. Se llamaba Antonio Machado Ruiz, poeta, pensador, y profeta. Y hasta aquí hemos llegado también hoy nosotros, para rendirle un humilde homenaje, y para reivindicar ante su tumba la inmensa herencia que nos dejó, de llamada a la reconciliación y a la paz entre los españoles, más allá de toda lucha partidista.

¿Quién era, en su dimensión puramente humana, este hombre? Él mismo nos dejó el retrato de su persona sencilla y noble, en versos llenos de ternura y de profundidad:

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero:
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
ya conocéis mi torpe aliño indumentario,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos,
y el coro de los grillos que cantan a la luna;
a distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé.
Dejar quisiera mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
(quien habla solo, espera hablar con Dios un día);
mi soliloquio es plática con ese buen amigo,
que me enseñó el secreto de la filantropía…

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito…
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago

Este autorretrato terminaba con un estremecedor epitafio que proclamaba su ascético sentido moral de la vida y de la muerte, esculpido en el mármol de su humanismo, su bonhomía, su congénita humildad…

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar…

Este era, pues, el hombre cuyos pobres restos reposan todavía aquí, en el cementerio viejo de Colliure, para vergüenza de España… Pero dicho esto, no sigamos por el camino de su estricta dimensión personal. A ésta era necesario evocarla, por supuesto, porque, sin base humana, todo conocimiento personal se diluye en la arena. Pero añadamos enseguida que nosotros, los que en este momento rodeamos su tumba, no hemos venido hasta ella como indagadores del Machado-hombre, sino del Machado-profeta. Un profeta que auscultó con su penetrante pensamiento aquello que nos sigue estremeciendo hoy como ha estremecido a tantas otras generaciones de españoles que nos han precedido, y como estremecerá sin duda a las que nos continuarán: España.

Porque él, que fue toda su vida un apóstol de la regeneración nacional, llegó a Colliure expulsado de una España que se había convertido de madre en madrastra. Una España de la que se habían adueñado, lenta e insidiosamente, el dolor, el odio, la cerrazón, el egoísmo, la ignorancia, y el cinismo arrasador imperante en toda clase de banderías. Él, maestro de la palabra, personificó en la Castilla de sus días la decadencia de aquella España. Porque era de España de quien hablaba en realidad cuando decía

Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora…

La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella, tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo, el de Vivar, volvía
ufano de su nueva fortuna y opulencia
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte; la madre de soldados,
guerreros y adalides, que han de tornar cargados
de plata y oro a España en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones…

Estas lamentaciones ponían prólogo a la contemplación de los vicios que se habían ido adueñando de la entraña popular española hasta hacerla irreconocible: la pereza mental, el quietismo espiritual, la conformidad ovina del esclavo con su suerte, el sectarismo, el troceo en porciones de la historia y la vida españolas…

Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes en muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ‘¿qué pasa?’.
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.

Este panorama desolador lo percibía Machado con visión de pensador y con visión de poeta, pero, sobre todo, con visión de profeta. Un profeta que, antes de gritar el angustioso ‘¡Despertad!’ de los bíblicos mensajeros enviados por Dios a Israel, analizaba primero el presente, el de su tiempo, con santa ira. Todo iba entonces en España cuesta abajo. Tras siglos de decaimiento, la nación se precipitaba al desastre en movimiento uniformemente acelerado. Machado veía que el devenir de España se había convertido en una larga marcha hacia la extinción, si no todavía como pueblo, sí como pueblo que había dejado de valer la pena. Y plasmaba esta percepción en estremecedoras estampas poéticas:

Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste.
Esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar de la cabeza…

-*-*-

Este hombre del casino provinciano
que vio a Carancha recibir un día,
tiene mustia la tez, el pelo cano,
ojos velados por melancolía;
bajo el bigote gris, labios de hastío,
y una triste expresión que no es tristeza,
sino algo más y menos: el vacío
del mundo en la oquedad de su cabeza.

Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca: de la capa hispana
no es el fruto maduro ni podrido:
es una fruta vana…

-*-*-

…Nuestro español bosteza.
¿Es hambre, sueño, hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
El vacío es más bien en la cabeza…

En tiempos de Machado, España había llegado a ese límite de la historia en que ya no se encuentra la esperanza con la esperanza, sino la desesperación con la desesperación; no la fe con la fe, sino la apostasía con la apostasía; no la palabra con la palabra, sino el cuchillo con el cuchillo. Y, con exactitud de profeta, esculpió su triste vaticinio si España no cambiaba el rumbo:

Ya hay un español que quiere
vivir, y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.

Españolito que vienes
al mundo, te guarde Dios:
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón…

Esa visión profética se cumplió trágicamente en su vida. Efectivamente, desde Colliure, en su último viaje, antes de rendir su alma, Machado pudo todavía oír, tras la inmediata frontera, los ecos de la maldita guerra en que los españoles se helaban el corazón entre sí. Uno de aquellos corazones helados era el suyo propio.

Colliure ofreció a Machado paz, reposo, rehabilitación para el cuerpo y para el espíritu. También, cómo no, esperanza, que, como se dice, es lo último que pierde el pobre ser humano cuando todo se va derrumbando y desvaneciendo ante sus ojos. Pero no pudo ser. Era tanto el destrozo que había en su alma, tanta la desesperación que albergaba, que su corazón no resistió. El maltrato físico y las penalidades que había sufrido en la huida desde España, contribuyeron sin duda a su derrumbe final, pero podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que la muerte de Antonio Machado tuvo más de desfallecimiento espiritual que de crisis corporal. Le sobrevino veinticinco días después de su llegada.

Murió el poeta lejos de su hogar,
le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar…

No es pues, el que le cubre, polvo de tierra española. Esa tierra mística y material ━quizás menos material que mística━, que él, Machado, llevó incrustada siempre en su corazón, como una prenda de la que no podía, ni quería, escapar. Él fue hijo de los vientos de su época, que más que vientos fueron en él huracanes: el regeneracionismo y el pesimismo romántico de la generación del 98, y el idealismo krausista, plasmado éste, en lo educativo, en una obra de incalculable valor pedagógico, aún hoy, por desgracia, deficientemente conocida: la Institución Libre de Enseñanza, de la que fue alumno.

La contribución más señera de Machado a aquel esfuerzo colectivo por resucitar a España que llevaron a cabo los más ilustres pensadores que alumbraron el país entre 1875 y 1931, se expresó en la forma que más impacto tiene sobre el alma popular: la poesía. Pues, como dijo un contemporáneo suyo, a los pueblos no los mueven más que los poetas. Esa poesía suya fue un instrumento de comunicación y de pensamiento sencillo pero hermosísimo a la par que profundo, con aires de nuevo romancero, de los que revolucionan las mentes y los corazones. Era una poesía que se asentaba tanto en el paisaje físico…

…¡Chopos del camino blanco,
álamos de la ribera,
espuma de la montaña
ante la azul lejanía!
¡Sol del día, claro día!
¡Hermosa tierra de España!...

como en la exigencia moral a los que en él habitaban, dirigida a la creación de un marco amoroso en el que poder protagonizar una nueva historia.

Machado amó a España, pero siempre con honesto pensamiento crítico. Nunca fue un observador complaciente de la realidad española. La suya era una España a medias material ━la tierra, las gentes━ y a medias espiritual, metafísica, casi teológica ━la historia, el genio del pueblo━. Para él, el amor era primordial en el hacer y rehacer de las cosas de esa tierra y de ese pueblo. Pero, siempre, desde la exigencia y el compromiso.

Yo siempre os aconsejaré que procuréis ser mejores de lo que sois; de ningún modo que dejéis de ser españoles.

El amor a España hizo pues, de Machado, un ángel empuñando una espada flamígera, pero nunca una espada destructora. En la descripción poética de los tipos humanos que aparecen en su poesía, lo hace con los tintes crudos de un observador insobornable henchido de rebeldía, pero siempre se adivina en ella, como telón de fondo, una amorosa compasión. La compasión es amor, sin el cual no se puede edificar nada perdurable, porque es el verdadero motor revolucionario de la historia. Es ese amor sobre el que Machado hacía oír su convocatoria:

…España quiere surgir, brotar…
¡Toda una España empieza!
¿Y ha de helarse en la España que se muere?
¿Ha de ahogarse en la España que bosteza?

Los seres humanos como Machado no cierran los ojos nunca, a nada; siempre están en estado de alerta, en posición de centinela. Lo captan todo. Examinan las mercancías que traen los tiempos, y todas ellas van dejando su poso en ellos, pero sin que exista entrega por su parte. Esa clase de gente siempre duda, no acepta nada como dogma, pero nunca se aparta de lo fundamental: la dignidad de la persona, la dignidad del pueblo. Siguiendo esa estela, Machado siempre creyó en la resurrección de España. Y si a veces nos parece entrever en él cierto pesimismo, ese pesimismo no desembocó jamás en un desfiladero sin salida, en una estación-término; fue más bien un pesimismo de recogimiento espiritual, de retiro de las vanidades y miserias del mundo, de meditación; y, como producto de la meditación, de alumbramiento de un nuevo despertar.

Ante la realidad de la España de su tiempo, primero aprestó el análisis:

…Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda,
la malherida España, de Carnaval vestida,
nos la pusieron pobre, y escuálida, y beoda,
para que no acertara la mano con la herida…

Mas cada cual el rumbo siguió de su locura…
Agilitó su brazo, acreditó su brío,
dejó como un espejo bruñida su armadura,
y dijo: ‘¡El hoy es malo, pero el mañana es mío!’.

Y es hoy aquél mañana de ayer… Y España toda,
con sucios oropeles de Carnaval vestida,
aún la tenemos: pobre, y escuálida, y beoda.

Mas hoy de un vino malo: la sangre de su herida…

Después emitió el grito de rebeldía, la llamada al combate:

Para salvar la nueva epifanía,
hay que acudir, ya es hora,
con el hacha y el fuego al nuevo día…
¡Oye cantar los gallos de la aurora!...

Finalmente, formuló el compromiso permanente, el vade retro a la resignación:

…¡Qué importa un día! Está el ayer alerta
al mañana, mañana al infinito,
hombre de España:
Ni el pasado ha muerto,
ni está el mañana -ni el ayer- escrito…

En su faceta política externa, Machado fue también un convencido republicano. Como muchísimos otros en su tiempo, vio en la República no solo el formalismo de un sistema de Gobierno, sino un epítome, un condensado de todas aquellas facetas positivas (virtudes) que era preciso poner en práctica para contrarrestar, primero, y hacer prevalecer, después, a y sobre las otras facetas negativas (vicios) que habían conducido a la ruina de España. Podemos ver en ello la idealización pura y mística de varias generaciones de pensadores españoles, no contaminada aún por la radicalización de posiciones que iba a carcomer el cuerpo nacional hasta el estallido de la guerra civil. Aquellos intelectuales, tan excelsos como acaso utópicos, nunca, sin embargo, corrieron el riesgo de confundir lo nuclear ━la patria, la nación, el cuerpo social o pueblo━ con lo circunstancial ━el sistema de gobierno━.

Entre ellos, Machado. Para ellos, España era una cosa, otra la República. Idealmente beneficiosa ésta, concebida como superior en la práctica y moralmente para organizar la vida pública, sí. Pero otra cosa. Para ellos, España subsiste con o sin monarquía, subsiste con o sin república. Gracias a ejercer esa diferenciación fundamental, se ha producido en España, en torno a Machado, una especie de milagro: que su mensaje haya trascendido las ideas y las afinidades políticas de unos y otros, que haya sido aceptado por los otros y por los unos, y que, en fin, se haya convertido para todos en signo profético de unión, de amor, de ideal, más allá del puro formalismo.

Así, a las alturas del octogesimotercero año de su muerte, Machado ya es patrimonio común de todos los españoles. Es aquél Machado que envía a todos un mensaje de ‘labores y esperanzas’ en su Elogio a don Francisco Giner de los Ríos:

¿Murió? Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
¡Vivid, la vida sigue!
Los muertos mueren y las sombras pasan.
¡Yunques, sonad! ¡Enmudeced, campanas!
…Así el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España…

Todo en Antonio Machado gira sobre esta idea matriz: que un país, que la historia, que la historia de un país, es un permanente hacer y rehacer, que es una obra siempre inacabada, y que, por tanto, no caben angustias ni temores ante caídas y recaídas: siempre hay esperando, a la vuelta de la esquina, un nuevo renacer, un renacimiento. Lo que se precisa es no perder las huellas del camino.

Cuando penséis en España, no olvidéis ni su historia ni su tradición, pero no creáis que la ciencia española os la puede revelar el pasado. Esto es lo que suelen ignorar los historiadores. Un pueblo es siempre una empresa futura, un arco tendido hacia el mañana.

El patriotismo de Antonio Machado nunca fue un patriotismo de panfleto, de eslogan, de folclore, de rito, sino de raigambre moral asentada en la conciencia y enraizado en la educación y la cultura. De ahí que se pueda decir que el suyo es un patriotismo humanista; es decir, universal. No se encerró nunca el patriotismo de Machado en la estrechísima y pestilente celda del nacionalismo. Por eso, su doctrina vale para cualquier ser humano. La Patria no es para cerrarla y encerrarse entre sus muros, sino para trabajarla, para hacerla mejor hogar, mejor escuela, mejor empresa humana. Y así, todas las patrias. Cada una conservando su matiz peculiar, su acervo cultural, el poso que ha dejado en ellas la historia, el paisaje, las costumbres, el arte, pero cada una abierta a las otras, a entrelazarse con ellas, hasta hacer que el gran río de la historia llegue a desembocar en el mar universal, aquel que anuncia y proclama que la verdadera patria del ser humano es la humanidad. Esa percepción visionaria del futuro ha sido, precisamente, la raíz del proceder de España en su devenir histórico.

Los que os hablan de España como una razón social que es preciso a toda costa acreditar y defender en el mercado mundial, esos para quienes el reclamo, el jaleo y la ocultación de vicios son deberes patrióticos, podrán merecer, yo lo concedo, el título de buenos patriotas; de ningún modo el de buenos españoles… Pensar así es profundamente antiespañol: España no ha peleado nunca por orgullo nacional o por orgullo de raza, sino por orgullo humano o por amor de Dios, que viene a ser lo mismo…

La historia de un pueblo, de un país, es un eterno hacer y rehacer, un proyecto en permanente elaboración. Nosotros, los aquí presentes, lo sabemos bien. Somos hijos de un amado trozo de la tierra de España que hoy sufre, y nosotros sentimos su dolor. En este pedazo de suelo patrio llamado Cataluña, que se extiende desde el altivo Pirineo hasta el nostrum Mediterráneo ━ese mar a cuyo alrededor se han forjado las culturas universales que han dado luz al mundo━, hay conciudadanos nuestros empeñados en cerrarlo y encerrarnos a todos en él, dejando de compartir con los demás españoles el quehacer común. Ya habló de ellos don Antonio, cuando dijo, refiriéndose a los de su tiempo:

De aquellos que se dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etc., antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse.

Engreídos y ciegos, piensan que por pisar más fuerte, por gritar más alto, ‘despreciando cuanto ignoran’, les ampara más razón. ¡Cuán equivocados están! Quienes hasta aquí hemos venido hoy nos sentimos tristes por ello, pero en absoluto derrotados. Entendemos la situación de este nuestro presente como un episodio más del hacer y rehacer de la historia. Pero renaceremos, renacerá Cataluña. Y nuestro renacimiento será preludio y colofón, al mismo tiempo, de un nuevo renacer de España. Devolveremos la exactitud a la palabra, tantas veces maleada. Imprimiremos nueva alegría en las miradas de muchos, a los que se nos quiere, ¡vano intento!, excluir de la historia. Extenderemos la invitación al abrazo fraterno a todos, incluso a aquellos ━¡y sobre todo a aquellos!━ que han hecho instrumento político del odio y el desprecio, la ignorancia y la apropiación indebida de lo que es de todos. ¡Alumbraremos una nueva era!...

Y ahora nos despedimos. Lo hacemos con el propósito de volver a esta tumba para hacer balance del camino que vayamos recorriendo, y para meditar de nuevo junto a ella las enseñanzas que nos dejó el que en ella duerme. Ya nos estamos yendo. Ya vamos dejando impresas nuestras huellas en las veredillas de este cementerio viejo de Colliure, mientras en nuestros oídos y en nuestras almas la sombra del Maestro venerable nos va recordando que

…Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar…

¡Quedan hoy, aquí, tantas cosas!... ¡Descanse en paz, el Maestro!


Colliure, 19 de febrero de 2022
A punto de cumplirse los ochenta y tres años de la muerte de Antonio Machado


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