Artículo del director

¡Vigilen también a Blancanieves!

La implacable censura que aplica Disney a sus clásicos. Es el caso de Dumbo, Peter Pan, La dama y el vagabundo, Los aristogatos y El libro de la selva, en los que dicen haber encontrado “estereotipos y contenidos racistas”.

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¡Vigilen también a Blancanieves!


No puedo decir que la noticia me asombrara en demasía; tampoco que me indignara, pues uno ya está curado de espanto, acostumbrado a las necedades que corren por estos pagos. Si la traigo a colación no es por su estupidez que no pasa de la anécdota, sino para reflexionar sobre su calado al elevarla a categoría.

Se trata –ya lo saben– de la implacable censura que aplica Disney a sus clásicos, que deben pasar un nihil obstat o, como en este caso, ser adornados con un mayores con reparos. Es el caso de Dumbo, Peter Pan, La dama y el vagabundo, Los aristogatos y El libro de la selva, en los que dicen haber encontrado “estereotipos y contenidos racistas”. En consecuencia, han sido retiradas de la parrilla infantil y reservadas para un público adulto, eso sí, con el aviso de que “esos contenidos estaban equivocados antes y lo están ahora”; la productora se justifica: “En lugar de eliminar este contenido (¡menos mal!), queremos reconocer su impacto dañino (¡toma del frasco!), aprender de él (¡gracias, qué buenos son!) y generar conversaciones para crear juntos un futuro más inclusivo” (sin comentarios…).

Creo que a esa táctica la llaman contextualizar, es decir, avisar al incauto espectador de la época y las circunstancias en que se filmó la película, poner etiquetas de aviso a toda la cultura heredada, para acomodar así el pasado a su presente, que es lo que se hace aquí con las leyes de memoria histórica y democrática, por ejemplo.

Esta inquisición de baratillo no es nueva ni mucho menos; recordamos que se aplicó no hace mucho a Lo que el viento se llevó y, tanto en EE.UU. como en Gran Bretaña, a muchos clásicos del cine, de la literatura y del pensamiento filosófico, tanto en las universidades como en otros ámbitos menos elevados. En España, queda poco para que la censura de la corrección política se lleve por delante a todos nuestros clásicos, desde El Cantar del Mío Cid hasta las novelas de Pérez-Reverte, y, si no, al tiempo… Ya lo dijo Ortega: Las cosas buenas que en el mundo acaecen obtienen en España solo un pálido reflejo. En cambio, las malas repercuten con increíbles eficacia y adquieren entre nosotros mayor intensidad que en parte alguna.

Se trata, en realidad, de revisar fraudulentamente todo el pasado, histórico, artístico, literario, filosófico, cinematográfico…, como una estrategia más de esa guerra cultural en contra de una tradición entendida, al modo marxista y gramsciano, como superestructura, que debe ser batida inexorablemente antes de ocuparse de la estructura: esa ya está fijada y aceptada por todos, izquierdas y derechas al unísono, según los planes del Nuevo Orden Mundial.

Sabemos que la corrección política nació en las universidades norteamericanas por influjo del neomarxismo de la Escuela de Frankfurt y se ha extendido, como una pandemia ideológica, por todo el mundo occidental. Ya en los años 70 del pasado siglo se acuñó el término de microagresiones para indicar todos aquellos términos o expresiones que, aun sin mala intención, eran susceptibles de molestar a esas minorías oprimidas que sustituyeron al mundo del trabajo en el imaginario de la nueva izquierda. El resultado en los campus fue una superprotección al estudiante, que buscaba sus espacios seguros en las aulas y fuera de ellas, y actuaba, si convenía, como juez y fiscal de los profesores y de sus compañeros.

El fenómeno se ha propagado sin control (y menos por medio de una acomplejada derecha). Psicológicamente, ha provocado una hipersensibilidad por el llamado razonamiento emocional, que es un verdadero oxímoron, pues confía a los sentimientos y no a la razón la interpretación de la realidad. El paso siguiente es su prolongación a todos los ámbitos de la sociedad y su aprovechamiento político, con la consiguiente demonización de los supuestos adversarios de la corrección, enemigos de esa inclusión y, por tanto, reos de racismo y de cualquier fobia que se antoje.

Desde el punto de vista sociológico, es fácilmente comprobable que las generaciones nacidas a partir de los años 80, los millenials, han gozado de esta superprotección por parte de los adultos, frente a los presuntos agresores o frente a ellos mismos, educados en esas normas de corrección. El esto me ofende es el único argumento, sin apelación posible, y se puede ofender fácilmente cualquier persona que pertenezca a esos grupos que consideran susceptibles de ser oprimidos o menospreciados.

Esto ha hecho a muchos jóvenes frágiles e incapaces de usar del pensamiento crítico; solo les serán familiares –y asumibles por sí– los mensajes que vengan rodeados de esa aura de corrección política. Dice el profesor Carabante que lo políticamente correcto es el tóxico que emponzoña el debate cultural.

Mucho ojo, pues, con los cuadros que admiramos, las obras que leemos, las películas que visionamos…; pueden contener mensajes incorrectos, y debemos estar atentos a las oportunas contextualizaciones que nos prevengan del peligro.

Recomendamos a la Disney que ponga bajo vigilancia también a Blancanieves: su nombre ya encierra una provocación deleznable para las personas de otro color de piel, y, además, utiliza a seres de estatura inferior a la habitual como comparsas.