Opinión | Economía

La utopía del móvil espontáneo.

Para fabricar un teléfono de 80 gramos se necesitan 44 kilos de materias primas y la sociedad opulenta pretende que se haga con una utilización mínima de recursos naturales.

Publicado en primicia en el digital La Razón (Andalucía) el 15/02/2021. Enviado posteriormente por su autor a La Razón de la ProaRecibir actualizaciones de La Razón de la Proa.

La utopía del móvil espontáneo.


La sociedad opulenta está empeñada en aumentar su confort con multitud de innovaciones en dispositivos y aplicaciones pero, al mismo tiempo, hacerlo con una utilización mínima de los recursos naturales. No es sólo un desafío económico sino principalmente físico. Investigadores del Joint Research Centre (JRC) de la Comisión Europea han analizado los puntos vulnerables en las cadenas de valor de nueve tecnologías clave para tres sectores considerados estratégicos para el futuro inmediato. Estos sectores son el de las energías renovables, la electro movilidad y el sector de la defensa y aeroespacial. Las tecnologías analizadas han sido las baterías de litio, las celdas de combustible (que junto con el uso hidrógeno cambiarán los combustibles de mayor uso), las tecnologías eólicas y fotovoltaica, los motores eléctricos de tracción, la robótica, los drones, las impresoras 3D y las tecnologías digitales.

En casi todas estas tecnologías los cambios derivados de la denominada curva de aprendizaje son muy rápidos. Por ejemplo, los costes de almacenamiento en los huertos de baterías que se usan para regular cuando hay problemas la frecuencia eléctrica se redujeron en EEUU un 70 % en sólo tres años (2015 a 2018). Es posible que pronto veamos en España huertos de baterías en lo que ahora son tierras de cultivo. El mismo estudio del JRC publicado en septiembre de 2020 analiza los cuellos de botella que aprisionan a estas nueve tecnologías vistas desde la perspectiva europea. Por ejemplo, el desarrollo de las tecnologías renovables y la electromovilidad está amenazada –entre otras cosas– porque los yacimientos de disprosio (elemento químico del grupo de las tierras raras necesario para la fabricación) se encuentran concentrados casi exclusivamente en China. Otro tanto ocurre con el cobalto donde la producción mundial se concentra en la inestable República Democrática del Congo. Para el caso de las celdas de combustible el cuello de botella de la cadena de valor se encuentra en dos áreas; EEUU + Canadá y Japón. Ambas controlan casi en su totalidad el ensamblaje mundial de este componente clave. Por añadir sólo un ejemplo más, aunque la Unión Europea y particularmente España son líderes en el ensamblaje de turbinas eólicas, China monopoliza los imanes que son necesarios para poner en funcionamiento los aerogeneradores. Lo único que juega contra estas debilidades de las cadenas de valor es el uso de las impresoras 3D que permiten redistribuir geográficamente los procesos productivos aunque a una menor escala y siempre dependiendo del abastecimiento de los recursos necesarios.

Pero la cuestión es que la sociedad opulenta quiere este confort y la transición energética hacia una economía neutra en emisiones, pero recela de la utilización de los recursos naturales. Es algo así como la utopía de lograr unos procesos productivos desmaterializados en los que no sólo la energía para consumo final se logre sin necesitar energía primaria sino que cualquier otro dispositivo de los que nos hace la vida más fácil, también. Algunos datos intuitivos nos ayudan a poner dimensión a esta utopía. Por ejemplo, para fabricar un teléfono inteligente de unos 80 gramos de peso se necesitan 44 kilogramos de materias primas, así lo señala Patricia Fernández de Lis. El 37% de los españoles afirma cambiar de móvil una vez al año. En el año 2000 habían 700 millones de teléfonos móviles en el mundo, ahora son más de 7.000 millones. Buena parte de esos teléfonos móviles se utilizan para el manejo de aplicaciones como Instagram o Pinterest que actúan como auténticos catalizadores de las compras pues los usuarios quieren imitar el estándar de confort de los «influencers». La mayor parte de las compras a las que estas aplicaciones inducen serán pedidas a fábricas o distribuidores que se encuentran a miles de kilómetros y su transporte hasta nuestra casa dejará una huella de carbono mucho mayor que si hubiésemos comprado lo mismo en el centro comercial más cercano.

Es cierto que la creciente importancia de los procesos basados en la economía circular, basados en el reciclaje y reutilización de los residuos actúa como contrapeso de todo lo anterior pero, en un balance neto es contraintuitivo pensar que su papel compensador sea relativamente importante. La pandemia obliga a revisar las debilidades de una economía globalizada donde, como siempre ha ocurrido, el poder se distribuye asimétricamente y el riesgo de desabastecimiento, también. Los nuevos recursos naturales sólo acentúan un proceso histórico repetido. Está por ver hasta dónde llegan las demandas de proteccionismo sanitario, alimentario u otros proteccionismos, pero sí parece claro que las bondades de la globalización de las cadenas mundiales de valor no han tenido sólo luces. Ni en términos de equidad ni en muchos otros.