OPINIÓN | ECONOMÍA

El sector agroalimentario

Es posible que el sector agroalimentario reciba menos atención de la que merece porque su importancia en el conjunto de la actividad económica nacional no se mide adecuadamente.


Publicado en primicia en el digital El Debate el 2/FEB/2022. Recogido posteriormente, con autorización del autor, por La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

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El sector agroalimentario

El sector agroalimentario en España pesa más que el turismo, pero recibe una atención y esfuerzos por parte de la administración considerablemente menores. Solo durante los duros meses de confinamiento estricto la sociedad española dio su justa valoración a un sector que demostró ser capaz de abastecer los supermercados sin que se rompiese la cadena de suministros como ocurrió y ocurre en buena parte del resto de la actividad económica. No solo eso, los agricultores españoles pusieron sus equipos y maquinaria al servicio de las administraciones para desinfectar las calles y espacios públicos.

Es posible que el sector agroalimentario reciba menos atención de la que merece porque su importancia en el conjunto de la actividad económica nacional no se mide adecuadamente. Es frecuente que el dato de la industria agroalimentaria (genera 129.000 millones de euros al año, 2,7 % del PIB y unos 500.000 empleos según el ICEX) se ofrezca separadamente de la aportación de los sectores agrícola, ganadero y pesquero. Si a esta tríada unimos la silvicultura y el muy importante subsector del transporte y la distribución, el sector agroalimentario aporta el 9,7 % del valor añadido bruto y genera unos 2.270.000 empleos según el observatorio de Cajamar. Así las cosas y sumada toda la cadena alimentaria, la economista Judit Montoriol-Garriga calcula que aporta el 11 % del PIB de la economía nacional, muy por encima de la media de la Unión Europa y solo por detrás de Alemania y Francia.

La importancia del sector supera a la del turismo, pero su relevancia en el imaginario colectivo de los españoles es mucho menor y esto nos debe llamar a la reflexión y justificar mayores esfuerzos de las autoridades públicas. La vigorosidad del sector prueba además que es un error pensar que no hay posibilidad de desarrollar negocios en los sectores maduros; dicho en otros términos, que solo hay oportunidades de obtener retornos en las actividades emergentes. Una necedad que desmiente no solo el sector agroalimentario sino el de la propia industria tradicional donde los márgenes sobre ventas suelen estar en torno al 10 %.

Lo que sí hay en toda la cadena alimentaria es mucho espacio para la mejora. La digitalización y robotización impregna ya todas las actividades desde el cultivo de la tierra y el ordeño de las vacas hasta la trazabilidad perfecta del producto en la línea de supermercado que es posible seguir leyendo algunos códigos de barra con una aplicación. Que nadie se equivoque en el sector, los clientes aprietan porque exigen a la vez productos saludables a precios bajos y quieren estar seguros de lo primero. Cualquier preadolescente presta a rastrear la procedencia del tarro de frutos rojos muchas más atención de la que le dedica a cada camiseta que se compra de quince en quince días para luego ponérsela no más de diez veces en su vida.

El sector agroalimentario no ha logrado aún monetizar la calidad de unos productos en los que los componentes fitosanitarios cada vez son más residuales. En cambio, es posible que la cadena de logística sí esté avanzando más rápidamente. Por ejemplo, los sistemas de distribución puerta a puerta están aprovechando las posibilidades que ofrece el comercio «kilómetro 0». Es un tipo de comercio que pone en valor la distancia entre el punto de recolección o producción y su lugar de consumo final; una distancia inferior a un radio de 100 km. Está orientado a consumidores que valoran la tendencia slow food y que no deja de ser una asociación gastronómica que reivindica el ecologismo, el desarrollo sostenible, la defensa de la biodiversidad, el comercio que el consumidor considera justo y el compromiso de carácter ético con los productores locales. El consumidor que compra así está poniendo en su mente el rostro de los agricultores y ganaderos de la zona cuando abre una bolsa de ensalada troceada o una pieza de carne de la granja de «El descansillo», pioneros en esta forma de trabajar con el cliente.

Naturalmente, lo anterior convive con la comercialización de larga distancia. Es absurdo pensar otra cosa si se tiene en cuenta que las superficies cultivables, la calidad de los productos y la distribución de la población no coinciden en el espacio.

Si en España tenemos mucho más presente la incuestionable relevancia del turismo que la aportación económica y de empleo de la cadena alimentaria es porque los agentes incluidos en la segunda comunican su contribución a la prosperidad general no tan bien como los primeros. Los números justifican una notoriedad al menos similar y para ponerla en nuestras conversaciones, telediarios o mesas de decisión de los responsables políticos no debería ser necesario otro confinamiento estricto de la población. Las obleas de microchips siguen llegando con cuentagotas por la hiperdependencia asiática, pero las líneas de nuestros supermercados nunca dejaron de estar oportunamente abastecidas.




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