OPINIÓN | ECONOMÍA

Sin recogedores de aceituna ni tarta.

Hay bastantes datos que nos avisan de haber llegado a una sociedad de confort ‘low cost’ en la que abundan los «Ninis» que ni trabajan, ni estudian pero que cambiaron el esfuerzo por datos de internet, un buen teléfono móvil y una bolsa de bebidas alcohólicas con hielo los fines de semana.

Publicado en primicia en el digital La Razón (Andalucía) el 25/10/2021. Enviado posteriormente por su autor a La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP (un envío semanal).

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Sin recogedores de aceituna ni tarta.

Sin recogedores de aceituna ni tarta


Acaba de terminar la campaña de recogida de aceituna de mesa y la preocupación principal de los empresarios agrícolas es la misma que la de los hosteleros de cualquier lugar de España; no encontramos a personas dispuestas a trabajar. Una verdad incómoda que no encuentra, sin embargo, estadística oficial que la respalde.

En España existía justo antes de la pandemia un 36,52 por ciento de desempleo en el rango de edad de los 20 a 24 años; más de 21 puntos por encima de lo que se registraba antes de estallido de la burbuja inmobiliaria de 2008. Entonces un joven de ese grupo de edad ganaba anualmente 13.293,39 euros en promedio según el Instituto Nacional de Estadística. La explosión de la tasa de paro y la crisis del ladrillo de por medio dejaron este sueldo en 12.640,65 euros en 2019. El resultado es más duro si comparamos ambas cifras en poder adquisitivo, esto es, comparando el poder de compra del sueldo de 2008 en valor de 2019 y luego comparamos las cantidades. Haciendo este sencillo cálculo resulta que un joven de entre 20 y 24 años ganaba en 2019 más de 2.200 euros menos que una década atrás en términos de poder adquisitivo.

Echemos ahora una mirada a la participación de las empresas en el valor de la producción anual para esos mismos años. La misma fuente (el INE) nos dice que, en conjunto, la participación de las empresas en el PIB a través del excedente bruto de explotación fue de 119.321 millones de euros en 2008 (T4) y de 137.208 a finales de 2019. Haciendo el mismo ajuste para comparar en poder adquisitivo resulta que la participación de las empresas aumentó un 1,22 por ciento en el mismo periodo en el que el salario de esos jóvenes disminuyó en más de 2.200 euros anuales.

Naturalmente, las comparaciones anteriores tienen un problema notable; comparan la evolución del poder adquisitivo de sólo los jóvenes (habitualmente con salarios más reducidos) con la totalidad de las empresas. Es cierto. Así que comparemos esa pequeña mejora en la parte de la gran tarta que es el PIB que va a manos de las empresas con la que va al conjunto de los trabajadores y no sólo a los más jóvenes.

Cuando se le sigue la pista al total de la participación de los sueldos y salarios en el PIB resulta que pasó de representar 105.100 millones de euros en 2008 (T4) a 112.422 en 2019. Después de ajustar por poder de compra vemos que el trozo de tarta que va para los asalariados se redujo en un 5,8 por ciento.

Este es el retrato a muy grandes rasgos en el que se resume nuestra última década. En ese retrato de sólo cifras falta en cambio sociológico y político. En el primero hay bastantes datos que nos avisan de haber llegado a una sociedad de confort «low cost» en la que abundan los «ninis» que ni trabajan, ni estudian pero que cambiaron el esfuerzo por datos de internet, un buen teléfono móvil y una bolsa de bebidas alcohólicas con hielo los fines de semana. No parecen descontentos. Todo lo contrario. No les interesa el futuro. Su mundo es puro «presentismo». Antes de las burbujas del Covid, ya estaban en una gran burbuja y no les apetece salir de ella si es para ganar poco dinero y estar amarrados a horarios y turnos de trabajo. No hay reprobación moral por su desafección al trabajo. Tampoco en casa, puede que porque no haya más que un hogar de aluvión en el que se vive del maná de los casi 1.200 euros de pensión del abuelo que se estiran mágicamente para el lote de bebidas, el móvil y los garbanzos de cada día.

En el campo político tenemos un Podemos 4.0 en alza. Su candidata es mujer –esto es un valor hoy incontestable–, es joven –esto no es un dato menor para un mundo que no quiere ver arrugas– y las cifras la acompañan; los sueldos de los jóvenes son muy bajos y el trozo de tarta de las empresas crece mientras el de los trabajadores, mengua. Que cada cual saque sus propias conclusiones y aporte los muchos matices que, por razón de espacio, no caben en este artículo.


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