CONTROL SOCIAL

De la ideología política al idiolecto aprendido.

Los políticos actuales habitualmente utilizan en sus mítines y declaraciones públicas un idiolecto de partido, compuesto por un léxico de impacto semántico aprendido, que generalmente no es fruto de un pensamiento ideológico basado en el intelecto y el análisis interpretativo de los modelos teóricos e ideologías políticas que defienden.
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De la ideología política al idiolecto aprendido.

De la ideología política al idiolecto aprendido


El idiolecto es la forma de hablar idiosincrática de cada persona. Este fenómeno lingüístico no es innato, se aprende. Se manifiesta en una selección propia del léxico, de la gramática y también en palabras, frases y giros lingüísticos, así como en variantes de la entonación y la pronunciación.

Los políticos actuales habitualmente utilizan en sus mítines y declaraciones públicas un idiolecto de partido, compuesto por un léxico de impacto semántico aprendido, que generalmente no es fruto de un pensamiento ideológico basado en el intelecto y el análisis interpretativo de los modelos teóricos e ideologías políticas que defienden.

El vocabulario políticamente correcto, los eufemismos, las promesas efímeras y el idiolecto de partido son las principales variables que componen los discursos políticos actuales en España. Para ello, podríamos categorizar mayoritariamente tres estilos de panegiristas de partido: los que simplemente hablan sin decir nada, los que pontifican y los comediantes, todos convergentes en la demagogia, cuyo único objetivo es convencer al pueblo y convertirlo en instrumento de la propia ambición política. En el espectro político español, salvo excepciones, que las hay, los tres estilos descritos son la tónica general. No hay ideólogos que basen sus discursos con estilos diafásicos elevados, centrados en una doctrina política concreta.

Podríamos decir que los dechados más ilustrativos de lo expuesto anteriormente son la mayoría de los políticos pertenecientes a la izquierda, sector ideológico cuya retórica tiende a utilizar temáticas que han monopolizado como avalistas de las mismas y que van acompañadas de un vocabulario reiterativo, que ha provocado en muchos de sus seguidores y votantes un sociolecto que estos reproducen a forma de glosario en sus conversaciones políticas. No obstante, de todo ello surge una pregunta: ¿Cuántos de estos seguidores y votantes incondicionales han leído a los principales ideólogos del socialismo o comunismo? La respuesta es evidente.

La izquierda española se ha autodenominado garante única y proactiva en materia medioambiental, de género, en libertad sexual, amparo del obrero, en progresismo, sostenibilidad, democracia, etc. Y, para justificarlo, reiteran en sus discursos términos como medio ambiente, crecimiento coyuntural, recortes sociales, desempleo, empleo precario, igualdad, memoria democrática, derechos sociales, discriminación de la mujer, sociedad patriarcal, sexualidad, ciudadanía, dictadura, laico, planeta, involución, libertades, derechos civiles, convivencia territorial, nueva realidad, fenómeno migratorio, solidaridad, libertad de expresión, integración, pluralidad, etc.

Términos, que siempre aparecen concatenados en cualquier discurso de la izquierda, sea quien sea el orador disertante, que muy probablemente nunca haya leído ni profundizado en las ideas de Henri de Saint-Simon, padre del socialismo utópico, Ferdinand Lassalle, fundador de la socialdemocracia, Karl Marx y Friedrich Engels, autores del denominado socialismo científico, Pierre-Joseph Proudhon creador del socialismo libertario o las obras de Vladimir Lenin y Mijaíl Bakunin, este último fundador de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista.

Y es que cuando uno ha leído a ideólogos y está convencido de su filosofía los cita en sus exposiciones, hace alusión a frases célebres de estos autores, conjuga la realidad del momento con los preceptos filosóficos de los mismos, en definitiva, fulgura cultura política. Proceder que habitualmente no se oye en el hemiciclo de las Cortes generales, en los parlamentos autonómicos, en los mítines electorales. Normalmente, prevalece la mediocridad, la palabrería y el incumplimiento; por ende, no es difícil encontrar en cargos de responsabilidad a políticos de escasa o dudosa formación, sin experiencia laboral, más allá de la adquirida en el partido, medrando para poder ser elegido candidato electoral.

Los parlamentos parecen un espectáculo, nunca faltan los abucheos, los golpes de protesta en la mesa del escaño, los argumentos del “y tú más”, la tergiversación, algo que recuerda más un aula de alumnos disruptivos que un foro de “señorías”, termino vinculado a la competencia y dignidad. Al respecto, sólo hay que hacer un balance de resultados de cualquier legislatura, algunas más ruinosas que otras. Son una constante el cortoplacismo, las decisiones con objetivos electorales en lugar de estar pensadas para el bien común de toda la ciudadanía, la exclusión y el embate perverso de quienes piensan diferente, la imposición de decisiones anticonstitucionales, a sabiendas de que su resolución definitiva será dilatoria; esto, cuando no aparece la lacra de la corrupción.

Citando al escritor alemán Georg Christoph Lichtenberg... Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen, pierden el respeto. Probablemente, ya hemos llegado a este punto.