Opinión

España sometida al 'martirio chino'.

De la misma manera que el conjunto de gotas de agua en el martirio chino está dirigido a producir catatonismo y alienación en el individuo que las sufre, así la ingeniería social, como ésta que está en curso en España, está diseñada para producir la disolución del cuerpo nacional.


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España sometida al martirio chino.


Una de las torturas más espeluznantes que ha dado de sí la mente humana en su vertiente más enfermiza y maligna, aunque refinada, es la conocida como martirio chino. Se basa en lo que un intelectual de la cosa llamaría el método de la constancia periódica regular: se inmoviliza al infortunado sujeto en un lecho de madera en posición de decúbito supino –es decir, boca arriba–, y se coloca sobre él, en vertical directa hacia su frente, muy cerca de los ojos, un tubo conectado a un depósito de agua, del que va cayendo una gota de agua tras otra en intervalos más o menos exactos de cinco segundos.

El refinamiento reside en que no se produce un dolor físico, sino psíquico, pero de un volumen y rigor extraordinarios. Dicen los estudiosos del método que la angustia, la obsesión, el miedo, el agobio, la ansiedad, la sensación de ahogo producida por el inmovilismo forzado, son percepciones sensoriales negativas de tal calibre que producen efectos de locura a las pocas horas, con desenlace de muerte por paro cardiaco.

El objetivo del torturador que utiliza este sistema, no es, sin embargo, la muerte inmediata, sino el de reducir al pobre reo a un estado de plena atonía vital y psíquica, hacer de él una piltrafa humana, un zombi, un ser inerte despojado de todo atributo de humanidad, entregado, deshecho, anulado, con el propósito de tenerle totalmente a merced del torturador. En definitiva, reducirle a aquello que a todos nos horroriza con solo leer la breve no-descripción que da título a una de las más célebres obras de Primo Levi: Si esto es un hombre.

Pues bien, me ha venido a la cabeza la repelente recreación (es un decir) de este martirio chino, al analizar lo que está pasando a nivel social en España en estos tiempos calamitosos: el troceamiento y despedazamiento espiritual en una primera fase de nuestra nación, anticipatorio y precursor del material que ya se va configurando con rasgos cada vez más acusados, en un proceso perfectamente calculado. Las gotas de agua que caen sobre la frente del pobre reo una a una, machaconamente, inexorablemente, vienen a ser, a nivel social, actos concretos.

Cada gota de agua es en sí inocente, y cada acto social que predice el futuro colectivo es inocuo, o así nos lo quieren hacer creer: son –dicen– actos de libertad, nacidos de la voluntad del pueblo. Una voluntad que, en la práctica, viene a manifestarse en el único hecho de depositar una papeleta de voto en una urna cada cuatro años, y dejar que el resto del tiempo los gobernantes hagan lo que les dé la gana.

Este es un sistema que, aunque renqueante, guarda normalmente ciertas formas que salvan la apariencia de cierta democracia y de cierta verosimilitud. Pero a veces, como en los presentes tiempos españoles, sucede que ocupan el poder ciertos individuos arrogantes y sin escrúpulos que no se tienen a sí mismos como mandatarios del pueblo, sino como césares que están por encima del pueblo, y que se dedican a ejercer el mando como autócratas, en base a sus propias y exclusivas ideaciones, a las que se suele llamar ‘ingeniería social’.

Así, de la misma manera que el conjunto de gotas de agua en el 'martirio chino' está dirigido a producir catatonismo y alienación en el individuo que las sufre, así la ingeniería social, como ésta que está en curso en España, está diseñada para producir la disolución del cuerpo nacional.

Un día es controlar a la opinión pública y a los medios; otro, mentir sobre la imposición de la UE de un IVA estratosférico de las mascarillas sanitarias; otro, el asalto al poder judicial; otro, asegurar que las mascarillas son innecesarias e incluso contraproducentes para combatir el coronavirus, para confesar cuando ya no hay más remedio que se había mentido porque, simplemente, se necesitaba desincentivar el uso de las mismas porque no había habido previsión de adquirirlas; otro, asegurar que las medidas sanitarias son dictadas por ‘expertos’, para acabar confesando que nunca ha habido tales expertos;...

Otro, callar como muertos ante la decisión de Marruecos de ampliar sus aguas territoriales hasta lamer las mismísimas playas canarias; otro, poner a RTVE al servicio propagandístico del Gobierno; otro, imponer la ley del silencio ante los chanchullos de las compras de material sanitario; otro, apoderarse ufanamente, a bombo y platillo y en el más estricto sentido literal de la palabra, de la Fiscalía General del Estado; otro, ejercer el más crudo nepotismo colocando por la cara a amiguetes, paniaguados y deudos, ¡incluso a la propia esposa del presidente del Gobierno!, a cargo del erario público o de empresas dependientes de éste;...

Otro, utilizar los aviones y las residencias públicas para divertimentos privados, y tapar después el escándalo y el robo declarando esas utilizaciones como secretos de Estado; otro, tramitar indultos a golpistas y modificar leyes para beneficiarlos; otro, pactar políticas de Estado con asesinos y con quienes tienen declarado su objetivo de destruir a la nación; otro, reducir la lengua común a la categoría de lengua extranjera; otro, pegar una patada a la Corona constitucional en el culo de la Dinastía; otro, enterarnos de que el propio Tribunal Supremo exculpe la no detención de una delincuente internacional con el extravagante argumento de que no ha pisado territorio nacional y de la UE después de haberse paseado tan pimpante por el aeropuerto de Barajas, del brazo, por cierto, de un ministro del Gobierno;...

Otro, el acercamiento masivo de asesinos etarras a las cárceles del País Vasco, con compromiso mediante de traspasar las competencias penitenciarias al Gobierno de aquella región; otro, el permitir los obscenos y soeces homenajes a esos mismos asesinos; otro, el mantener una oscura y confusa política (¿) inmigratoria, haciendo de España un receptáculo de indigentes sin alternativa de ayudar de forma seria en origen a los países de la inmigración; otro, machacar y dejar sin asistencia ante los avatares de la covid al mundo del trabajo autónomo y del pequeño comercio; otro, el crear leyes destinadas a fomentar la ignorancia (y por tanto las posibilidades de manipulación) de las futuras generaciones…

He ahí algunas, que no todas, las gotas de agua del martirio chino a que está sometida España.

Este es el desolador panorama. Nuestra nación está como el boxeador sonado que anda a traspiés por la lona antes de derrumbarse. Cada vez nos parecemos a aquellos bizantinos que se agitaban en el circo de Constantinopla apostando fanática y apasionadamente por los aurigas azules, verdes o rojos en las carreras de cuadrigas, mientras la ciudad era atacada por los bárbaros.

Este no es un Estado serio y bien formado, sino un Estado en almoneda. Pero, aquí, no hay bárbaros extranjeros que nos asedien; aquí, a los bárbaros ya los tenemos dentro de nuestras murallas.