Memoria histórica

La idílica y paradisiaca Segunda República

Referente idealizado de una izquierda que no desea que la verdad prevalezca: no había pasado un mes de proclamarse aquella idílica y paradisiaca República cuando se produjo una criminal persecución religiosa.

La idílica y paradisiaca Segunda República


Que dicen algunos ignorantes que aspiran sólo a mantener este periodo como un referente idealizado para sus fines políticos. Por eso, la izquierda española, tan acostumbrada a no escribir y vocear los temas que no le interesan, nada nos dice de la quema de iglesias y conventos el 11 de mayo de 1931. Casi un centenar, entre templos y casas religiosas, fueron pasto de las llamas en solo tres días de barbarie popular. O sea, no había pasado un mes de proclamarse aquella idílica y paradisiaca República, como así la tienen esos ignorantes que no saben, o no quieren saber nada, de aquella época cuando, por ejemplo, fueron incendiados y saqueados diferentes edificios religiosos en varias capitales de España, por ejemplo: 41 en Málaga, 21 en la provincia de Valencia, 13 en Alicante, etc.

«Cualquiera que fuera el pretexto alegado para cometer tantos atropellos, la verdad es que judíos y masones tenían textualmente dada esta consigna a sus correligionarios españoles», nos dice Antonio Montero Moreno en su Historia de la persecución religiosa en España. Y que, también Claudio Sánchez-Albornoz, plasmó en esta espléndida frase: «Los viejos republicanos eran masones y rabiosamente anticlericales». Frase recogida por Vicente Cárcel Ortí en su libro Historia de la Iglesia en la España contemporánea.

Llegaría después, la Revolución de 1934, también conocida como Revolución de Asturias, por ser esta provincia la que más le afectó aquel desastre, sobre todo su capital, y en donde los trabajadores en vez de reivindicar o exigir aquellos derechos a los que los revolucionarios creían o pudieran tener derecho, lo primero que hicieron fue quemar la Universidad de Oviedo, fundada en el siglo XVI por el arzobispo Fernando Valdés Salas, inquisidor general de los tribunales del Santo Oficio, que no presenció en vida ni una sola hoguera, vio como, después de varios siglos, desde la estatua que le habían levantado en la citada Universidad, quemaban el alma mater. Su estatua fue lo único que había quedado en pie. Por eso, Miguel de Unamuno, según Salvador de Madariaga, escribió: «Allí estaba Valdés, advirtiéndonos con el dedo: Ya os lo dije yo». No les tembló el pulso para dinamitar la Cámara Santa de la catedral ovetense. Ni, tampoco, para quemar la biblioteca del seminario los que dicen fomentar la cultura.

No contentos con todo ello, y siguiendo la consigna que se habían propuesto de hacer de España un tierra de ateos militantes, asesinaron a 34 sacerdotes y religiosos. Entre ellos a ocho religiosos de La Salle que daban clase en el asturiano pueblo minero de Turón. Vivían, estos religiosos, en condiciones de miseria material, seguramente mayor que la de los más humildes trabajadores, porque, en su mayoría, eran hijos de obreros extraídos de las últimas capas sociales.

Después de unos meses de relativa calma, llegaron las elecciones de los días 16 de febrero y 1 de marzo de 1936. La jornada electoral trajo graves incidentes. Los más graves tuvieron lugar en San Sebastián «donde varios grupos armados irrumpieron en los colegios electorales», nos dicen los profesores de historia, Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García en el libro 1936 Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular. «El fraude a favor del Frente Popular afectó a 50 escaños», declararían ambos al diario ABC, el 17 de marzo de 2017.

Encaramados en el poder el Frente Popular, para Falange representó la debacle. Además del encarcelamiento de José Antonio Primo de Rivera y otros jefes, y el asesinato de falangistas. Hasta la fecha de esas elecciones, habían sido asesinados 29. El primero, el joven jonsista, José Ruiz de la Hermosa, natural de Daimiel. Estuvo en el acto de la Comedia y el 2 de noviembre, de ese mismo año, era asesinado. El último, antes de las fraudulentos comicios, fue Luis Collazo Campos, natural de Vigo, que asesinarían el 10 de febrero de 1936. Desde esta fecha, hasta el 18 de julio, fueron asesinados 63 falangistas. El primero, Pedro Martín Orton, natural de Yecla, el 20 de febrero 20 de febrero. El último, el 17 de julio, Regino Sevillano, natural de Valladolid.

Pero dejemos a Niceto Alcalá-Zamora que, siendo presidente de la República, a modo de editorial, escribió un largo artículo en el diario suizo Journal de Genéve, que ilustra estas letras, y que, reproducimos una pequeña parte del artículo. Tiene fecha 17 de enero de 1937. Dice Alcalá-Zamora:

«El Frente Popular se adueñó del poder el 16 de febrero gracias a un método electoral tan absurdo como injusto». A continuación, en otro párrafo, escribe: «Desde el 17 de febrero, incluso desde la noche del 16, el Frente Popular, sin esperar el fin del recuento del escrutinio y la proclamación de los resultados, la que debería haber tenido lugar ante las juntas provinciales del Censo en el jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva del desorden: reclamó el poder por medio de la violencia. Crisis; algunos gobernadores civiles dimitieron. A instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se apoderó de los documentos electorales: en muchas localidades los resultados pudieron ser falsificados».

Estos son algunas palabras de un hombre, muerto en el exilio, que olvidan y silencian, entre otros muchos, los necios de la memoria histórica.