Nuestra memoria

1934: fusión de Falange y las JONS

El 4 de marzo de 1934 se oficializa con un acto multitudinario en Valladolid la fusión de Falange Española y las JONS. Noventa años después, la actual FE de las JONS celebra el aniversario de esa efeméride en otro acto multitudinario en Madrid.


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El 13 de febrero de 1934 José Antonio Primo de Rivera y Ramiro Ledesma Ramos estampaban sus firmas en el documento de fusión de Falange Española y las JONS; la proclamación pública de este integración sería el 4 de marzo, en el teatro Calderón de Valladolid. La unión de ambos movimientos tendría una importancia trascendental, porque representaría, sobre todo en F.E., una radicalización hacia lo social y provocaría, en consecuencia, el apartamiento de personas del mundo de la derecha, solo atraídos por el apellido de José Antonio; también, el nuevo movimiento unificado iría desprendiéndose de ciertos mimetismos fascistas de la época, llegando a posiciones originales y profundas, tanto en lo nacional como en lo social.

Hasta aquí la referencia histórica, que no conviene olvidar pero sin detenerse en ella a modo de un obstáculo que nos impida atender a un presente de circunstancia tan diferente; no obstante, siguen, en un marco distinto, temas enquistados, que nos llevan a reafirmarnos en lo esencial de los planteamientos de la historia.


Noventa años después, el 2 de marzo de 2024, la actual FE de las JONS celebra el aniversario de esa efeméride en el Teatro Goya de Madrid


Y la Falange cumplió 90 años. Un movimiento que perdura
(enlaza con el digital EDATV-News).




Sobre aquel acontecimiento, hemos leído en distintos medios:

Más...




Publicado en El Debate (04/MAR/2024). Por Gustavo Morales. 

El día que Valladolid fue testigo de la fusión de la Falange y las JONS


Estas fechas, el 4 de marzo de 2024, se cumplen 90 años de la unión de dos organizaciones que protagonizaron buena parte de la vida política española el siglo pasado y la presencia del fascismo en España. Una era FE, la Falange Española de José Antonio Primo de Rivera, nacida en octubre de 1933. La otra más antigua, fueron las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas, JONS.

Pergeñadas al calor de una publicación, La Conquista del Estado y de la mano de un pensador radical, Ramiro Ledesma Ramos, cuya primera edición vio la luz el 14 de marzo de 1931, un mes antes de la proclamación de la Segunda República española, un periódico cuya finalidad declarada era nacionalizar el espíritu de las masas anarcosindicalistas cuya opción por la acción directa compartían. No pudo ser...

Seguir leyendo (enlaza con el digital El Debate).




Publicado en la web de la Fundación Francisco Franco (04/MAR/2024).

Fusión entre FE y JONS


En febrero de 1934 dos organizaciones firman su acuerdo de unión, dando lugar a un nombre muy largo: Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. En ella se unen los falangistas de José Antonio Primo de Rivera y Julio Ruiz de Alda con los jonsistas de Ramiro Ledesma y Onésimo Redondo, entre otros.

Las JONS nacieron de otra unión anterior, en octubre de 1931, entre el grupo liderado por Ramiro Ledesma Ramos en torno al semanario La Conquista del Estado y las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica, fundadas por Onésimo Redondo Ortega, editor del semanario Libertad. Las JONS propugnaban el nacionalismo español, la acción directa para conquistar el Estado y hacer la revolución social.

En 1934, los jonsistas debaten sobre la unión con los falangistas. Ganaron quienes defendían «que el movimiento FE encierra algunas calidades valiosas y que sus dirigentes pueden, sin dificultad, interpretar una actitud nacional-sindicalista (…) A este efecto, defendemos que las JONS deben invitar solemne y cordialmente a FE a que se desplace de sus posiciones rígidas, situándose en un terreno nuevo, donde resulte posible la confluencia, unificación y fusión de ambos movimientos»

Pidieron a Ruiz de Alda y a Primo de Rivera que aclararan ante el Consejo sus posiciones en cuestiones de ideología y de táctica. El acuerdo de unión lo firmaron José Antonio por Falange Española, y Ramiro Ledesma, por las JONS. Los jonsistas aportaron a la unión con Falange el nacionalsindicalismo y sus símbolos más reconocidos como las cinco flechas, ya usadas de forma más abundante en el malogrado El Fascio; el lema "¡España Una, Grande y Libre!" y "¡Arriba los valores hispánicos!", grito precursor del posterior "¡Arriba España!" falangista, procedente del regeneracionista Macías Picavea.

El día 16 de febrero de 1934 se hizo pública la unión de FE y de JONS en la Prensa, mediante la siguiente nota:...

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Publicado en El Norte de Castilla (15/DIC/2020).

1934: fusión de Falange y las JONS

La muerte de Ángel Abella tras la ceremonia de unión de Falange y las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, el 4 de marzo de 1934, incrementó la violencia política en Valladolid. 

«Lamentables por todos conceptos los incidentes que de que el domingo fue escenario nuestra ciudad. Ellos indican que las fórmulas de violencia que, desde campos opuestos, se preconizan para la conquista del Estado llegaron ya a nosotros, poniendo sobre nuestras calles, tradicionalmente pacíficas, una nota de barbarie».

Fiel a su trayectoria liberal, El Norte de Castilla no ocultaba su repulsa a los tremendos sucesos acontecidos al calor de un evento que marcaría decisivamente el inmediato devenir del fascismo español. Ocurrió el 4 de marzo de 1934, fecha escogida por José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo para oficializar la fusión, acordada un mes antes, entre Falange Española y las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS).

En el acto, celebrado en un Teatro Calderón a rebosar –se calcula que asistieron unas 5.000 personas–, hablaron Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda, Onésimo Redondo, Ramiro Ledesma Ramos y Emilio Gutiérrez Palma, líder sindicalista de las JONS vallisoletanas. Tanto las intervenciones como, sobre todo, los sucesos que tendrían lugar a la salida demostraron la violenta polarización de las opciones políticas a esas alturas de la Segunda República.

Para Ruiz de Alda, el cometido de FE-JONS no era otro que «crear, trabajar y combatir, crear una España nueva», pues la de entonces estaba regida por «un Estado inútil». El vallisoletano Onésimo Redondo, impulsor, en octubre de 1931, de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica, cuya fusión con el grupo La Conquista del Estado de Ledesma Ramos dio lugar a las JONS, aseguró que España se encontraba «amenazada por las fieras rojas y el separatismo» y abogó por incorporar a la doctrina fascista «un espíritu hispano, francamente hispano, para no aparecer como imitadores».

El combate «por la unidad de España» inspiró el discurso de Ramiro Ledesma Ramos, para quien era necesario «batirse con las organizaciones marxistas para destruirlas y arrebatarlas las masas». Finalmente, Primo de Rivera dibujó una España partida en tres pedazos: «los separatismos locales, los partidos políticos y la lucha de clases». Calificó al socialismo de «tiranía implacable» y se mostró partidario de no tener programa «porque no es preciso».

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Publicado en el blog La verdad ni teme ni ofende (15/ENE/2020)

Ramiro Ledesma Ramos. Fusión / Separación

Dentro de la historia de Falange Española de las J.O.N.S. como en todas las vidas, hay casos, alegres y casos tristes y este además de triste es doloroso, por la importancia de los camaradas que intervinieron y se vieron afectados por la marcha de Ramiro Ledesma primero y su expulsión después.

No buscamos culpables de la separación, no, no queremos hacer llagas en sentimientos hondos y profundos de nuestros camaradas y amigos, pero me será imposible el ocultar cualquier dato conocido que pueda demostrar, que pueda inclinar la balanza a uno u a otro. Mis comentarios se basaran principalmente en los relatos de los testigos de los hechos, los que verdaderamente vivieron aquellos traumáticos días y padecieron sus consecuencias y no olvidare nunca, pues, lo considero muy importante, “que los recuerdos personales fácilmente se encuentran sujetos a exageración”  Y no son palabras mías, son de un historiador de renombre, aunque difiera en muchas cosas de él, Stanley G. Payne.

Incluimos además las opiniones de un numeroso grupo de historiadores, periodistas etc. que han publicado y comentado el tema, y es quizás alargar el escrito, pero creó necesario que se conozca su opinión. Y una advertencia más, yo no soy historiador, el único título que puedo arrogarme es el de recopilador y esto es el esfuerzo de muchos años recogiendo y almacenando datos sobre la historia de la Falange y la II República.

Anotaremos cuantos documentos me ha sido posible localizar y que comentan, los antecedentes, la ansiada fusión de F.E. y de la J.O.N.S.; el trabajo conjunto y finalmente a la ruptura, intercalando algún pequeño comentario de este recopilador.

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Para saber más:

Discurso pronunciado en el Teatro Calderón de Valladolid, el día 4 de marzo de 1934:

Aquí no puede haber aplausos ni vivas para Fulano ni para Mengano. Aquí nadie es nadie, sino una pieza, un soldado en esta obra, que es la obra nuestra y de España.

Puedo asegurar al que me dé otro viva que no se lo agradezco nada. Nosotros no sólo no hemos venido a que nos aplaudan, sino que casi os diría que no hemos venido a enseñaros. Hemos venido a aprender.

Tenemos mucho que aprender de esta tierra y de este cielo de Castilla los que vivimos a menudo apartado de ellos. Esta tierra de Castilla, que es la tierra sin galas ni pormenores; la tierra absoluta, la tierra que no es el color local, ni el río, ni el lindero, ni el altozano. La tierra que no es, ni mucho menos, el agregado de unas cuantas fincas, ni el soporte de unos intereses agrarios para regateados en asambleas, sino que es la tierra; la tierra como depositaria de valores eternos, la austeridad en la conducta, el sentido religioso en la vida, el habla y el silencio, la solidaridad entre los antepasados y los descendientes.

Y sobre esta tierra absoluta, el cielo absoluto.

El cielo tan azul, tan sin celajes, tan sin reflejos, verdosos de frondas terrenas, que se dijera que es casi blanco de puro azul. Y así Castilla, con la tierra absoluta y el cielo absoluto mirándose, no ha sabido nunca ser una comarca; ha tenido que aspirar, siempre, a ser Imperio. Castilla no ha podido entender lo local nunca; Castilla sólo ha podido entender lo universal, y por eso Castilla se niega a sí misma, no se fija en dónde concluye, tal vez porque no concluye, ni a lo ancho ni a lo alto. Así Castilla, esa tierra esmaltada de nombres maravillosos –Tordesillas, Medina del Campo, Madrigal de las Altas Torres–, esta tierra de Chancillería, de ferias y castillos, es decir, de Justicia, Milicia y Comercio, nos hace entender cómo fue aquella España que no tenemos ya, y nos aprieta el corazón con la nostalgia de su ausencia.

Porque si nosotros nos hemos lanzado por los campos y por las ciudades de España con mucho trabajo y con algún peligro, que esto no importa, a predicar esta buena nueva, es porque, como os han dicho ya todos los camaradas que hablaron antes que yo, estamos sin España. Tenemos a España partida en tres clases de secesiones: los separatismos locales, la lucha entre los partidos y la división entre las clases.

El separatismo local es signo de decadencia, que surge cabalmente cuando se olvida que una Patria no es aquello inmediato, físico, que podemos percibir hasta en el estado más primitivo de espontaneidad. Que una Patria no es el sabor del agua de esta fuente, no es el color de la tierra de estos sotos: que una Patria es una misión en la historia, una misión en lo universal. La vida de todos los pueblos es una lucha trágica entre lo espontáneo y lo histórico. Los pueblos en estado primitivo saben percibir casi vegetalmente las características de la tierra. Los pueblos, cuando superan este estado primitivo, saben ya que lo que los configura no son las características terrenas, sino la misión que en lo universal los diferencia de los demás pueblos. Cuando se produce la época de decadencia de ese sentido de la misión universal, empiezan a florecer otra vez los separatismos, empieza otra vez la gente a volverse a su suelo, a su tierra, a su música, a su habla, y otra vez se pone en peligro esta gloriosa integridad, que fue la España de los grandes tiempos.

Pero, además, estamos divididos en partidos políticos. Los partidos están llenos de inmundicias; pero por encima y por debajo de esas inmundicias hay una honda explicación de los partidos políticos, que es la que debiera bastar para hacerlos odiosos.

Los partidos políticos nacen el día en que se pierde el sentido de que existe sobre los hombres una verdad, bajo cuyo signo los pueblos y los hombres cumplen su misión en la vida. Estos pueblos y estos hombres, antes de nacer los partidos políticos, sabían que sobre su cabeza estaba la eterna verdad, y en antítesis con la eterna verdad la absoluta mentira. Pero llega un momento en que se les dice a los hombres que ni la mentira ni la verdad son categorías absolutas, que todo puede discutirse, que todo puede resolverse por los votos, y entonces se puede decidir a votos si la Patria debe seguir unida o debe suicidarse, y hasta si existe o no existe Dios. Los hombres se dividen en bandos, hacen propaganda, se insultan, se agitan y, al fin, un domingo colocan una caja de cristal sobre una mesa y empiezan a echar pedacitos de papel en los cuales se dice si Dios existe o no existe y si la Patria se debe o no se debe suicidar.

Y así se produce eso que culmina en el Congreso de los Diputados.

Yo he venido aquí, entre otras razones, para respirar este ambiente puro, pues tengo en mis pulmones demasiados miasmas del Congreso de los Diputados. ¡Si vierais vosotros, en esta época de tantas inquietudes, de tantas angustias: si vosotros, los que vivís en el campo, los que labráis el campo, vierais lo que es aquello! Si vierais, en aquellos pasillos, los corros formados por lo más conocido y viejo haciendo chistes! ¡Si vierais que el otro día, cuando se discutía si un trozo de España se desmembraba, todo eran discursos de retórica leguleya sobre si el artículo tantos o el artículo cuantos de la Constitución, sobre si el tanto o el cuanto por ciento del plebiscito autorizaba el corte! ¡Y si hubierais visto que cuando un vasco, muy español y muy vasco, enumeraba las glorias españolas de su tierra, hubo un sujeto, sentado en los bancos que respaldaban al Gobierno del señor Lerroux, que se permitió tomar la cosa a broma y agregar irónicamente el nombre de Uzcudum a los nombres de Loyola y Elcano!

Y por si nos faltara algo, ese siglo que nos legó el liberalismo, y con él los partidos del Parlamento, nos dejó también esta herencia de la lucha de clases. Porque el liberalismo económico dijo que todos los hombres estaban en condiciones de trabajar como quisieran: se había terminado la esclavitud; ya, a los obreros no se los manejaba a palos; pero como los obreros no tenían para comer sino lo que se les diera, como los obreros estaban desasistidos, inermes frente al poder del capitalismo, era el capitalismo el que señalaba las condiciones, y los obreros tenían que aceptar estas condiciones o resignarse a morir de hambre. Así se vio cómo el liberalismo, mientras escribía maravillosas declaraciones de derechos en un papel que apenas leía nadie, entre otras causas porque al pueblo ni siquiera se le enseñaba a leer; mientras el liberalismo escribía esas declaraciones, nos hizo asistir al espectáculo más inhumano que se haya presenciado nunca: en las mejores ciudades de Europa, en las capitales de Estados con instituciones liberales más finas, se hacinaban seres humanos, hermanos nuestros, en casas informes, negras, rojas, horripilantes, aprisionados entre la miseria y la tuberculosis y la anemia de los niños hambrientos, y recibiendo de cuando en cuando el sarcasmo de que se les dijera como eran libres y, además, soberanos.

Claro está que los obreros tuvieron que revolverse un día contra esa burla, y tuvo que estallar la lucha de clases. La lucha de clases tuvo un móvil justo, y el socialismo tuvo, al principio, una razón justa, y nosotros no tenemos para qué negar esto. Lo que pasa es que el socialismo, en vez de seguir su primera ruta de aspiración a la justicia social entre los hombres, se ha convertido en una pura doctrina de escalofriante frialdad y no piensa, ni poco ni mucho, en la liberación de los obreros. Por ahí andan los obreros orgullosos de sí mismos, diciendo que son Marxistas. A Carlos Marx le han dedicado muchas calles en muchos pueblos de España, pero Carlos Marx era un judío alemán que desde su gabinete observaba con impasibilidad terrible los más dramáticos acontecimientos de su época. Era un judío alemán que, frente a las factorías inglesas de Mánchester, y mientras formulaba leyes implacables sobre la acumulación del capital; mientras formulaba leyes implacables sobre la producción y los intereses de los patronos y de los obreros, escribía cartas a su amigo Federico Engels diciéndole que los obreros eran una plebe y una canalla, de la que no había que ocuparse sino en cuanto sirviera para la comprobación de sus doctrinas.

El socialismo dejó de ser un movimiento de redención de los hombres y pasó a ser, como os digo, una doctrina implacable, y el socialismo, en vez de querer restablecer una justicia, quiso llegar en la injusticia, como represalia, a donde había llegado la injusticia burguesa en su organización. Pero, además, estableció que la lucha de clases no cesaría nunca, y, además, afirmó que la Historia ha de interpretarse materialistamente; es decir, que para explicar la Historia no cuentan sino los fenómenos económicos. Así, cuando el marxismo culmina en una organización como la rusa, se les dice a los niños, desde las escuelas, que la Religión es un opio del pueblo; que la Patria es una palabra inventada para oprimir, y que hasta el pudor y el amor de los padres a los hijos son prejuicios burgueses que hay que desterrar a todo trance.

El socialismo ha llegado a ser eso. ¿Creéis que si los obreros lo supieran sentirían simpatías por una cosa como ésa, tremenda, escalofriante, inhumana, que concibió en su cabeza aquel judío que se llamaba Carlos Marx?

Cuando el mundo estaba así, cuando España estaba así, salimos a la vida de España los que tenemos alrededor de treinta años. Pudo atraernos el aceptar aquel sistema y empujarnos a los corrillos del Congreso, o bien el lanzamos a excesos que agravaran y envenenaran más todavía a las masas proletarias en su lucha de clases. Eso era muy fácil, y a primera vista tenía sus ventajas. Cualquiera de nosotros que se hubiera alistado en el partido republicano conservador, en el partido radical, en el liberal demócrata o en Acción Popular, sería fácilmente ministro, porque como tenemos crisis cada quince días, y siempre salen ministros nuevos, hay que preguntarse si es que queda alguien en España que no haya sido ministro todavía.

Pero para nosotros era eso muy poco. Hemos preferido salirnos de ese camino cómodo e irnos, como nos ha dicho nuestro camarada Ledesma, por el camino de la revolución, por el camino de otra revolución, por el camino de la verdadera revolución. Porque todas las revoluciones han sido incompletas hasta ahora, en cuanto ninguna sirvió, juntas, a la idea nacional de la Patria y a la idea de la justicia social. Nosotros integramos estas dos cosas: la Patria y la justicia social, y resueltamente, categóricamente, sobre esos dos principios inconmovibles queremos hacer nuestra revolución.

Nos dicen que somos imitadores. Onésimo Redondo ya ha contestado a eso. Nos dicen que somos imitadores porque este movimiento nuestro, este movimiento de vuelta hacia las entrañas genuinas de España, es un movimiento que se ha producido antes en otros sitios. Italia, Alemania, se han vuelto hacia sí mismas en una actitud de desesperación para los mitos con que trataron de esterilizarlas; pero porque Italia y Alemania. se hayan vuelto hacia sí mismas y se hayan encontrado enteramente a sí mismas, ¿diremos que las imita España al buscarse a sí propia? Estos países dieron la vuelta sobre su propia autenticidad, y al hacerlo nosotros, también la autenticidad que encontraremos será la nuestra, no será la de Alemania ni la de Italia, y, por tanto, al reproducir lo hecho por los italianos o los alemanes seremos más españoles que lo hemos sido nunca.

Al camarada Onésimo Redondo yo le diría: No te preocupes mucho porque nos digan que imitamos. Si lográsemos desvanecer esa especie, ya nos inventarían otras. La fuente de la insidia es inagotable. Dejemos que nos digan que imitamos a los fascistas. Después de todo, en el fascismo como en los movimientos de todas las épocas, hay por debajo de las características locales, unas constantes, que son patrimonio de todo espíritu humano y que en todas partes son las mismas. Así fue, por ejemplo, el Renacimiento; así fue, si queréis, el endecasílabo; nos trajeron el endecasílabo de Italia, pero poco después de que nos trajeran de Italia el endecasílabo cantaban los campos de España, en endecasílabo castellano, Garcilaso y fray Luis, y ensalzaba Femando de Herrera al Señor de la llanura del mar, que dio a España la victoria de Lepanto.

También dicen que somos reaccionarios. Unos nos lo dicen de mala fe, para que los obreros huyan de nosotros y no nos escuchen. Los obreros, a pesar de ello, nos escucharán, y cuando nos escuchen ya no creerán a quienes se lo dijeron, porque precisamente cuando se quiere restaurar, como nosotros, la idea de la integridad indestructible de destino, es cuando ya no se puede ser reaccionario. Se es reaccionario, alternativamente, cuando se vive en régimen de pugna; cuando una clase acaba de vencer a otra, y la clase vencida aspira a tomar la represalia; pero nosotros no entramos en este juego de represalias de clase contra clase o de partido contra partido. Nosotros colocamos una norma de todos nuestros hechos por encima de los intereses de los partidos y de las clases. Nosotros colocamos esa norma, y ahí está lo más profundo de nuestro movimiento, en la idea de una total integridad de destino que se llama la Patria. Con este concepto de la Patria, servida por el instrumento de un Estado fuerte, no dócil a una clase ni a un partido, el interés que triunfa es el de la integración de todos en aquella unidad, no el momentáneo interés de los vencedores. Esto lo sabrán los obreros, y entonces verán que la única solución posible es la nuestra.

Pero otros nos suponen reaccionarios porque tienen la vaga esperanza de que mientras ellos murmuran en los casinos y echan de menos privilegios que en parte se les han venido abajo, nosotros vamos a ser los guardias de Asalto de la reacción y vamos a sacarles las castañas del fuego, y vamos a ocuparnos en poner sobre sus sillones a quienes cómodamente nos contemplan. Si eso fuéramos a hacer nosotros, mereceríamos que nos maldijeran los cinco muertos a quienes hemos hecho caer por causa más alta…

Por último, nos dicen que no tenemos programa. ¿Vosotros conocéis alguna cosa seria y profunda que se haya hecho alguna vez con un programa? ¿Cuándo habéis visto vosotros que esas cosas decisivas, que esas cosas eternas, como son el amor, y la vida, y la muerte, se hayan hecho con arreglo a un programa? Lo que hay que tener es un sentido total de lo que se quiere; un sentido total de la Patria, de la vida, de la Historia, y ese sentido total, claro en el alma, nos va diciendo en cada coyuntura qué es lo que debemos hacer y lo que debemos preferir. En las mejores épocas no ha habido tantos círculos de estudios, ni tantas estadísticas, ni censos electorales, ni programas. Además, que si tuviéramos programa concreto, seríamos un partido más y nos pareceríamos a nuestras propias caricaturas. Todos saben que mienten cuando dicen de nosotros que somos una copia del fascismo italiano, que no somos católicos y que no somos españoles; pero los mismos que lo dicen se apresuran a ir organizando con la mano izquierda una especie de simulacro de nuestro movimiento. Así, harán un desfile en El Escorial si nosotros lo hacemos en Valladolid. Así, si nosotros hablamos de la España eterna, de la España imperial, ellos también dirán que echan de menos la España grande y el Estado corporativo. Esos movimientos pueden parecerse al nuestro tanto como pueda parecerse un plato de fiambre al plato caliente de la víspera. Porque lo que caracteriza este deseo nuestro, esta empresa nuestra, es la temperatura, es el espíritu. ¿Qué nos importa el Estado corporativo; qué nos importa que se suprima el Parlamento, si esto es para seguir produciendo con otros órganos la misma juventud cauta, pálida, escurridiza y sonriente, incapaz de encenderse por el entusiasmo de la Patria y ni siquiera, digan lo que digan, por el de la Religión?

Mucho cuidado con eso del Estado corporativo; mucho cuidado con todas esas cosas frías que os dirán muchos procurando que nos convirtamos en un partido más. Ya nos ha denunciado ese peligro Onésimo Redondo. Nosotros no satisfacemos nuestras aspiraciones configurando de otra manera el Estado. Lo que queremos es devolver a España un optimismo, una fe en sí mismo, una línea clara y enérgica de vida común. Por eso nuestra agrupación no es un partido: es una milicia; por eso nosotros no estamos aquí para ser diputados, subsecretarios o ministros, sino para cumplir, cada cual en su puesto, la misión que se le ordene, y lo mismo que nosotros cinco estamos ahora detrás de esta mesa, puede llegar un día en que el más humilde de los militantes sea el llamado a mandarnos y nosotros a obedecer. Nosotros no aspiramos a nada. No aspiramos si no es, acaso, a ser los primeros en el peligro. Lo que queremos es que España, otra vez, se vuelva a sí misma y, con honor, justicia social, juventud y entusiasmo patrio, diga lo que esta misma ciudad de Valladolid decía en una carta al emperador Carlos V en 1516:

Vuestra alteza debe venir a tomar en la una mano aquel yugo que el católico rey vuestro abuelo os dejó, con el cual tantos bravos y soberbios se domaron, y en la otra, las flechas de aquella reina sin par, vuestra abuela doña Isabel, con que puso a los moros tan lejos.”

Pues aquí tenéis, en esta misma ciudad de Valladolid, que así lo pedía, el yugo y las flechas: el yugo de la labor y las flechas del poderío. Así, nosotros, bajo el signo del yugo y de las flechas, venimos a decir aquí mismo, en Valladolid:

¡Castilla, otra vez por España! 



Cuatro de marzo (canciones perdidas de la Falange, Coro San Fernando)

Canción de marcha del distrito Chamberí. Su ritmo solemne la hace idónea para el acto de ofrenda de Coronas en homenaje a los Caídos.

Cuando el alba amanece
alzo mi brazo al sol
en promesa constante
que un día nos fijó.

Cuatro de marzo,
fecha inmortal
tu santo nombre
nos invita a luchar.

Siempre que al viento rompe
el toque de oración
sube mi alma al cielo
y llamo al fundador.

Las juventudes de Chamberí
juran solemnes el seguirte hasta allí.

Y unidos y hermanados
marchan al mismo son
en el cuatro de marzo
en que tu voz sonó.

Y en mi Castilla
tierra de sol
se alzan mis tiendas
entre trigos en flor.