RETAZOS DE NUESTRA HISTORIA

Los conserjes del Hogar

Nuestros antiguos hogares solían abrir todos los días de la semana, si bien las actividades cumbre se llevaban a cabo entre sábados y domingos. Al ser esto así, era necesaria la presencia de una persona que se encargase de abrir y cerrar el Hogar.


Publicado en el boletín Trocha núm. 211. Febrero de 2020
Editado por Veteranos OJE - Cataluña.
Ver portada de Trocha en La Razón de la Proa

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Los conserjes del Hogar

Los conserjes del Hogar

Nuestros antiguos hogares solían abrir todos los días de la semana, si bien las actividades cumbre se llevaban a cabo entre sábados y domingos.

Al ser esto así, era necesaria la presencia de una persona que se encargase de abrir y cerrar el Hogar, de cuidarlo y ordenarlo cuando la precipitación y la travesura del flecha o el descuido del cadete daban lugar a que el juego de mesa no quedase guardado, las sillas y mesas no ocupasen su lugar correcto o la pequeña avería no tuviera reparación.

Era necesaria, pues, la figura de un conserje. Este acostumbraba a ser una persona mayor, habitualmente un jubilado, quien, por una modesta retribución, se encargase de esas tareas.

Además, el conserje llevaba la cantina del Hogar, proveía de sus bastimentos y servía las bebidas y bocadillos de la merienda.

La mayoría de los conserjes eran afables y pacientes en el trato con la muchachada; eso no quiere decir que se dejaran tomar el pelo impunemente, y, en el caso de que alguien lo pretendiera, tenían el incondicional respaldo del Jefe de Hogar y de su cuadro de mandos.

Como ejemplo, quiero dedicar estas líneas al que conocí con más profundidad: al Sr. Francisco Llata, conserje del Hogar Extremadura. Antiguo combatiente del bando perdedor de nuestra guerra civil, era lo que podríamos llamar todo un caballero; nos quería como a sus propios hijos, también afiliados de la Organización, y nos trataba como a tales: el interés por los progresos escolares de los más pequeños, por las vicisitudes laborales de los mayores, incluso, si era solicitado para ello, para el oportuno consejo ante las veleidades sentimentales propias de la adolescencia, eran su razón de estar allí, con nosotros, como un camarada más.

Cuando el trabajo no era urgente, jugaba a dominó o a las damas con cadetes y mandos; por lo menos, enseñó las técnicas de ahogar el doble seis o de adivinar las fichas del compañero a dos generaciones. Aportaba su experiencia de vida, y nos contaba lejanas anécdotas de su juventud, sin mostrar jamás síntoma alguno de rencor o de resentimiento por el desenlace de aquella guerra entre hermanos, que estaba ya enterrada en nuestras filas.

Aquellos hogares de apertura diaria fueron desapareciendo y, con ellos, la figura del conserje. Las nuevas épocas cambiaron las dinámicas y las necesidades. Sin embargo, en la memoria de los veteranos, quedó en un lugar preferente la figura paternal, amable y respetuosa del conserje, del bueno del Sr. Llata, por ejemplo.


Ver otro artículo con el mismo título publicado en el boletín nº 188 de Trocha, de Junio de 2017.

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