EFEMÉRIDES DE JUNIO

Batalla de la Poza de Santa Isabel (1808)

La victoria en la batalla de la Poza de Santa Isabel (Cádiz), el 14 de junio de 1808, es la primera y más destacada entre las pocas acciones navales por parte de la Armada Real Española frente al invasor napoleónico.

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Batalla de la Poza de Santa Isabel (1808)

Episodios poco conocidos, desconocidos u olvidados de la historia de España.


Batalla de la Poza de Santa Isabel, 14 junio de 1808.


La victoria en la batalla de la Poza de Santa Isabel (Cádiz) es la primera y más destacada entre las pocas acciones navales por parte de la Armada Real Española frente al invasor napoleónico. Siendo un revulsivo patrio a la derrota sufrida en la batalla del puente de Alcolea el 7 de junio de 1808.

Tras la batalla naval de Trafalgar, octubre 1805, los navíos españoles buscaron refugio en la bahía de Cádiz para poder estar fuera del alcance inglés, junto a ellos entraron también una fragata y cinco navíos de línea franceses.

Todos los recursos del Arsenal de la Carraca en San Fernando tuvieron que utilizarse para reparar y avituallar a los barcos franceses, los españoles quedaron a su suerte.

En aquellos días la política española era esclava de los acuerdos y alianzas de Carlos IV, en virtud del Tratado de San Ildefonso (1796) con la anterior República Francesa y el Convenio de Aranjuez​ (1801) con Napoleón I, por el interés de la recuperación de Gibraltar.

Por el de Aranjuez se obligaba a España, no solo a contribuir económicamente a las guerras de Napoleón, sino a poner a la Armada Real a su disposición para combatir a la flota británica que amenazaba las posesiones francesas del Caribe.

En Cádiz una flota inglesa de doce navíos bloqueaba la bahía, el miedo más que otra arma atenazaba a los franceses y no osaban salir.

Este escenario pervivió hasta 1808. En un principio las relaciones entre ambas marinas fueron tensas, aunque no malas, pero ya en la ciudad de Cádiz se comenzaba a recibir el viento del levantamiento español. Los efectos de la ocupación del francés llegaban a la tacita de plata.

El almirante François Étienne de Rosily-Mesros, almirante de la marina imperial y, en esos hechos curiosos de la historia, posteriormente en 1814 también fue almirante de la marina real francesa bajo Carlos XVIII y, demostración de como la historia se centra en algunos de sus protagonistas, Rosily era el sustituto designado por Bonaparte por reemplazar al almirante Pierre Villeneuve al mando de la flota hispano-francesa en Trafalgar, pero Villeneuve decidió salir antes de ser relevado y fue al encuentro de Nelson, el cual por cierto halló la muerte en esa batalla por una bala de fusil.

Para evitar que los navíos españoles se agruparan, en febrero de 1808 el almirante francés decidió cambiar el fondeadero de los buques intercalándose entre los buques españoles: cinco franceses, seis españoles.

El gobernador de Cádiz, marqués Francisco María Solano Ortiz de Rozas, había mantenido una posición medrosa durante estos tres años y solo a respuesta del movimiento galo ordenó vigilar las naves francesas con una pequeña flotilla compuesta de embarcaciones de la bahía, reforzar las defensas en la costa e intensificar el patrullaje en las playas.

Veinte días después de los sucesos del 2 de mayo de Madrid, hubo un motín en Cádiz y el marqués fue asesinado, acusado por la multitud de afrancesado.

Es de señalar que previamente se le exigió entregar el mando y que ante su negativa se llamó al asalto de su casa, protegida por una pequeña guardia militar. Dicha guardia estaba al mando de un joven capitán José Francisco de San Martín y Matorras, el cual ordena una salva de advertencia, pero de nada sirve, y su tropa es reducida y muerto el marqués.

El almirante francés ordenó a sus marinos no visitar el puerto y rescató al cónsul francés Le Roy, quien debió refugiarse en el convento San Agustín y luego con la escuadra gala.

En respuesta Rosily hizo fondear a sus barcos orientados para atacar las posiciones españolas y envió botes para reconocer el caño del Trocadero, pero fueron detectados y el nuevo gobernador Tomás de Morla hizo ocupar aquella posición.

Simultáneamente el 27 de mayo, en Sevilla, se había constituido la Junta Suprema de Gobierno de España e Indias, presidida por el antiguo secretario de estado Juan Francisco de Saavedra y Sangronís. Este consiguió que Cádiz reconociera su autoridad y reconociendo a su vez el nombramiento dado por los gaditanos al jerezano capitán general Tomás de Morla y Pacheco como gobernador de la ciudad, que ya lo era desde 1800, además de capitán general de Andalucía.

El brigadier Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza, que desde la batalla de Trafalgar se encontraba en la ciudad como comandante en jefe del resto de la escuadra española derrotada, y desde marzo 1807 tenía el mando de la Escuadra del Océano.

Ruíz de Apodaca entró rápido en acción, el 30 de mayo ordenó separar las naves españolas de las francesas y reunió los medios disponibles a su alcance. No habían empezado aún las hostilidades, pero la flota francesa se hallaba a tiro de fusil desde el fuerte San Luís.

Con medios escasos, los navíos españoles se encontraban sin pólvora para servir los cañones y el arsenal de la Carraca se encontraba prácticamente vacío por haber entregado lo útil a los barcos franceses.

El 6 de junio, la Junta, bajo la presidencia de Saavedra, emitió la Declaración de guerra al Emperador de la Francia, Napoleón I.

Rosily acepta la separación de los barcos, pero niega la rendición ni la entrega de buques.

El almirante inglés Purvis, al mando de la flota de bloqueo, intentó aprovecharse de la situación y se ofreció para entrar en la bahía de Cádiz para apoderarse así de los navíos franceses.

Ruíz de Apodaca, veterano en luchar contra el inglés tanto al mando de cañoneras contra Gibraltar como en la defensa de Vigo (1797) no quería ser responsable de un nuevo Gibraltar y así rechazó el ofrecimiento “esto era algo que debían hacer los españoles” pero como buen embajador que sería (Tratado de Londres, 1809) consiguió negociar un préstamo de pólvora y municiones.

Se hizo todo lo posible para organizar a los hispanos con los escasos medios del arsenal local. Se instalaron nuevas baterías en el canal norte del Trocadero y en el Molino de Guerra y se reforzaron las que había en Dolores, Casería de Ossio, Lazareto, San Carlos y Punta Cantera, y en el fuerte Puntales. También se arman dos buques para proteger el arsenal y se cierra el saco interno de la bahía con una cadena flotante.

Se decide desmantelar el fuerte San Luis pues tiene sólo tres cañones y dos morteros, y llevar su batería al fuerte Matagorda, en el Trocadero, que ya tiene otras 3 piezas.

Rosily intenta ganar tiempo ante la inminente batalla por medio de cartas con las autoridades españolas ya que su única esperanza era la llegada del ejército imperial por tierra o hacerse con el arsenal.

Debido a ello el francés mueve sus naves a la Poza de Santa Isabel, una depresión circular de 300 metros de diámetro y 20 de profundidad ubicada en el centro de la bahía, a 500 metros de la playa Casería de San Fernando.

El 6 de junio, el presidente Saavedra a través de la Junta de Sevilla y en nombre de la nación española declaró la guerra a Napoleón.

Morla ordenó los preparativos para el ataque y el 9 de junio envía una advertencia a los franceses instándoles a la rendición incondicional en dos horas o “…soltaré mis fuegos de bombas y balas rasas (que serán rojas si V.E. se obstina)”.

Nueva negativa a capitular y el ataque empezó a las 4 de la tarde con el fuego de las baterías de costa y las cañoneras. Los galos, bien ubicados, lograron rechazar por cinco horas estos ataques.

Las lanchas cañoneras se ubican en la entrada de la bahía entre Matagorda y Puntales, se trata de un tipo de embarcaciones inventadas por el teniente general de la Real Armada, el balear Antonio Barceló y Pont de la Terra, en el sitio del peñón en 1779 y en cuyo manejo la marina española llegó a ser consumada experta.

Lancha cañonera como las utilizadas en la batalla de la Poza de Santa Isabel. Dibujo de Adolfo Valderas

Pese a casi agotar la pólvora de nuestros cañones, las hostilidades continuaron durante los tres días siguientes, cierto que con menor intensidad. Poca pólvora, pero mucha astucia llevó a instalar nuevas baterías simuladas.

Se instalan 30 cañones de 36 libras en una batería entre Casería de Osio y Fadricas, se alistan nuevas bombarderas y cañoneras y se amenaza astutamente con usar balas rojas (balas esféricas al rojo vivo) al dejarse ver los humos de los hornillos de las baterías.

La situación de los galos era insostenible y Ruíz de Apodaca no quiso arriesgar vidas humanas propias en un ataque al abordaje.

Finalmente, los buques galos substituyeron los pabellones franceses por el de la Armada Real, que ya en aquella época era la rojigualda.

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Reporte de prensa por el centenario donde se muestra el desaparecido cuadro de la rendición del almirante francés Rosily, donde le entrega el sable al almirante Apodaca

El botín fue sustancioso, ya que se hicieron 3.676 prisioneros, 35 de los cuales al no ser franceses se alistaron en los batallones de Marina de la Armada Real, 5 navíos de línea, una fragata, 456 cañones, 1.651 quintales de pólvora, 1.429 fusiles, 1.069 bayonetas, 80 esmeriles, 50 carabinas, 505 pistolas, 1.096 sables, 425 chuzos, 101.568 balas de fusil, cargas completas para los cañones y cinco meses de provisiones.

Los prisioneros franceses fueron recluidos en los navíos desarmados Castilla y Argonauta. Triste final para los cautivos que recibieron en julio a los prisioneros de Bailén. Esos pontones se convirtieron en focos de enfermedades que los diezmaron. Sin embargo, Rosily y otros oficiales galos fueron liberados bajo juramento de no combatir a los españoles, con la misión de llevar personalmente las noticias de la rendición a su emperador.

Con los buques capturados la flota española se componía de 37 navíos y 24 fragatas, y el tercer poder naval del mundo.

La guerra contra el invasor francés dio todas las prioridades al ejército de tierra en detrimento de la marina. Se desguazaron barcos, se olvidó su mantenimiento y el armamento, mandos, marinería y especialistas pasaron a la lucha en tierra.

Durante este trance de seis años no se construyó navío alguno en la península y fuera de ella, en Cavite y La Habana, sólo se botaron dos fragatas, una corbeta y tres bergantines.

Al morir Fernando VII la Armada española constaba de sólo tres navíos de línea (Heros, Soberano y Guerrero), 5 fragatas, 4 corbetas, 8 bergantines, 7 goletas y 8 embarcaciones ligeras.

Pese a este final recordamos con orgullo y honor a los vencedores de la batalla de la Poza de Santa Isabel, primera victoria sobre las huestes al mando del corso.


Fuentes

 

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