EDITORIAL

El lenguaje del adversario

Se ha contaminado nuestra manera de hablar de expresiones intencionadas, de eufemismos que se repiten incansablemente, esos que hoy llamamos 'políticamente correcto'. Utilizar los términos ajustados a la realidad es afirmar la independencia de nuestro pensamiento frente a esa agresión ideológica.

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El lenguaje del adversario

El lenguaje del adversario


Sabemos de sobra que el lenguaje modifica el pensamiento, y no al revés; que las palabras que escogemos van conformando nuestra apreciación de las cosas. Así lo han entendido a lo largo de la historia moderna todos los regímenes de cualquier tipo que pretendían interferir directamente en la mente de los ciudadanos. Y lo siguen haciendo.

La extinta U.R.S.S., por ejemplo, lo practicó abundantemente, y sus consignas eran seguidas disciplinariamente por todos los partidos comunistas de Occidente… y por gran parte de los intelectuales bobalicones; la llamada a la paz en las épocas de la Guerra Fría eran una aplicación real de aquel doblelenguaje que tan bien explicó Orwell en su novela 1984. Serían, no obstante, las teorías de Gramsci las que se emplearían a fondo ⎼y se siguen empleando⎼ para deconstruir la superestructura, el pensamiento, la moral, la tradición, en lugar de acometer la destrucción de la estructura mediante la vetusta lucha de clases. Y esta deconstrucción de la superestructura debía empezar por el lenguaje, ese que hoy llamamos políticamente correcto.

El progresismo de hoy (heredero de aquel comunismo herido de muerte tras el aparatoso derrumbamiento de lo que llamaban socialismo real) sigue las estrategias gramscianas. Así, se ha contaminado nuestra manera de hablar de expresiones intencionadas, de palabras-tabú, de invectivas para desacreditar al contrario, y, sobre todo, de eufemismos, que se repiten incansablemente (interrupción del embarazo por aborto, muerte digna por eutanasia, reasignación de género, y un largo etcétera).

Aceptar ese lenguaje deconstruido es una manera de claudicación, y representa el primer paso para interiorizar el mensaje que se esconde tras las palabras y giros políticamente correctos; utilizar los términos ajustados a la realidad es afirmar la independencia de nuestro pensamiento frente a esa agresión ideológica.

Sin embargo, observamos como los presuntos opositores del progresismo acostumbran a caer en la trampa; políticos de la oposición hablan como sus adversarios; incluso, la propia Iglesia católica ha asumido esas expresiones y palabras, quizás con la intención de que no se les señale con el dedo.

Un ejemplo clásico es la machacona repetición del término Latinoamérica, que sabemos que fue un invento francés para justificar su intervención durante el siglo XIX en aquellas tierras, y que luego han empleado siempre todos los enemigos de la labor española. En la actualidad, no es difícil encontrar en documentos eclesiales la expresión perspectiva de género y otras lindezas, que podemos atribuir a clara estupidez o a simples claudicaciones y cobardías.

En nuestro anterior editorial, insistíamos en practicar el disenso, como forma de rechazar el totalitarismo democrático que estamos sufriendo en nuestras naciones occidentales. Ese disenso tiene varias facetas (por ejemplo, poner en duda la propaganda unánime), pero una de ellas, a nuestro alcance, es no hacer el juego al lenguaje del adversario.

El antiguo refrán de al pan, pan, y al vino, vino, se convierte así en una norma que debe ser observada por todas las personas inteligentes.

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