Editorial

Fidelidad y circunstancia

Todo intento de asimilación histórica entre el ayer lejano y el hoy es pura vulgaridad demagógica, y es obtuso intentar replicar situaciones de ayer en las que hoy nos agobian y preocupan.

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Fidelidad y circunstancia


Es sobradamente conocida la frase orteguiana de yo soy yo y mi circunstancia; su aplicación no puede quedar reducida al mero ámbito individual, a la vida de cada persona, sino a la de los pueblos y las naciones, al devenir de la historia y de la política, esa que, según José Antonio, era una partida con el tiempo en la que no es lícito demorar ninguna jugada.

Y en muchas ocasiones se ha confundido la fidelidad a su pensamiento con la intemporalidad de sus propuestas concretas para su circunstancia. Así, ha llegado a muchos jóvenes la imagen de un José Antonio-estatua, carente de atractivo para el mundo actual.

Dice Adriano Gómez Molina que «la obra de José Antonio no es una doctrina omnicomprensiva y cerrada». Se empieza a comprobar la certeza de ello nada más estudiar la evolución de algunas de sus afirmaciones contenidas en las Obras completas, desde 1933 hasta 1936, en las que se advierte una constante tarea de revisión y agregación, de rectificaciones y de reafirmaciones, cuyo alcance queda truncada en esa última fecha, pero que nunca sabremos adónde le hubiera llevado en su inquietud intelectual constante.

Además, siguiendo al propio Gómez Molina, no hay que olvidar que «José Antonio vivió y actuó en un tiempo y un espacio concretos y determinados», esto es, en una circunstancia española, europea y mundial fijas. Desde entonces, la aceleración histórica ha sido impresionante; casi nada del tiempo en que vivió se parece al nuestro, y es obtuso intentar replicar situaciones de ayer en las que hoy nos agobian y preocupan.

Pensemos, por ejemplo, en los grandes avance de la ciencia, de la medicina y de la biología, en la cuarta revolución industrial, la de la Informática, en los medios de comunicación y de transporte, en las aportaciones de grandes pensadores, en lo cambiante de las relaciones entre las naciones y los bloques, en la geopolítica en general…

Qué decir, por ejemplo, de la aceptación joseantoniana del vaticinio marxista de la autodestrucción del sistema capitalista, del deslumbramiento que provocaron en su época los fascismos derrotados en la 2ªGM, de la emergencia de pueblos que entonces eran considerador como subdesarrollados o sujetos al dominio colonial, del despertar del gigante asiático, de la renovación de la Iglesia católica y de la consideración de Europa como tierra de misión por delante del continente africano… O, centrándonos en España, la sociedad surgida del desarrollismo del anterior régimen o de las cuitas procedentes de la Transición al actual… Todo intento de asimilación histórica entre el ayer lejano y el hoy es pura vulgaridad demagógica, en el mejor de los casos.

Pero la gran ventaja es la que se desprende de la frase mencionada de que su obra no es una doctrina omnicomprensiva y cerrada; se sustentó, por el contrario, en unos valores que sí tienen naturaleza intemporal, toda vez que partían del ser humano y de su trascendencia, para elevarse a geniales propuestas en cuanto a la convivencia entre hombres y entre naciones.

Ese es el José Antonio esencial en el que basamos nuestra fidelidad, y no en el de la topificación simplista. Nuestra obligación es buscar respuestas de raíz joseantoniana ante las ideologías, antropologías y éticas que nos envuelven actualmente, ante los problemas del trabajo y de la propiedad en una sociedad tecnificada, ante la inteligencia artificial, ante la cultura de la muerte, ante la globalización y sus efectos, ante el vacío del hombre contemporáneo…

En una palabra, debemos saber encontrar ese José Antonio esencial que pueda dar luz a las incógnitas de nuestra circunstancia, del mismo modo que él lo hizo con la suya, tan distinta. No lo dejemos, pues, depositado en un lugar lejano de la historia. Hacerlo presente en el siglo XXI es el reto que nos hemos propuesto desde La Razón de la Proa.