Razones y argumentos

Vacunas frente a COVID-19: revisión del negacionismo.

El desarrollo de las vacunas para el coronavirus quedará en los hitos de la Historia de la Ciencia y de la Humanidad. Lo que tenemos que hacer nosotros es colaborar, cada uno desde su trinchera, en superarla y no poner trabas a su control.


Artículo publicado en el núm. 144 de Cuadernos de Encuentro, de primavera de 2021. Editado por el Club de Opinión Encuentros. Ver portada de Cuadernos en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP (un envío semanal).

Vacunas frente a COVID-19: revisión del negacionismo.


Vamos al grano: a la pregunta de si son eficaces las vacunas de que disponemos en estos momentos frente a la COVID-19 o que se están desarrollando en la actualidad, la respuesta, contundente, es un rotundo SÍ. Los estudios están siendo rápidos como el rayo y tan rigurosos como la regla monástica más estricta. Se han asumido riesgos y se siguen asumiendo, como en todo proceso de conocimiento científico y de desarrollo terapéutico ante una situación que está afectando médica y socialmente a toda la humanidad. ¿Por qué poner en duda los resultados de los estudios? ¿Qué interés hay en cuestionarlos? ¿Es una forma de manifestar el descontento con una situación que no gusta? No es el mejor camino, es mezquino usar la salud y el avance científico para minar la confianza de la sociedad. Venga de donde venga y se ataque a quien se ataque.

Cuando dentro de unos años y con la perspectiva que da el tiempo y el reposo de las emociones se afronte un análisis desapasionado del presente y pensemos en lo que ha sucedido en estos momentos, cada recuerdo estará condicionado por las vivencias personales. Esto es así y está en la naturaleza humana: la percepción de un acontecimiento que nos marca es individual y difiere de persona a persona.

Pero de lo que sí estoy seguro, con la certeza que te puede dar la experiencia y un cierto conocimiento de la Historia, es que el mundo recordará con poco género de duda el tremendo avance que supuso para la humanidad el haber logrado unas vacunas eficaces para combatir la amenaza de un indómito virus que puso en jaque al planeta. Es más, lo que más se recordará es el esfuerzo titánico, el tiempo récord en que se hicieron efectivos los medios para la profilaxis de esta viremia. Pero, en particular, lo más sobresaliente es la consecución de la vacuna de ARN mensajero. El resto de vacunas aprobadas o en proceso de investigación son también en algunos casos innovadoras y con un enfoque novedoso, pero en ningún caso llegan a la revolución que supone el desarrollo de BionNTech y Moderna.

Es difícil calibrar a día de hoy la enorme repercusión en beneficio de la salud que va tener el desarrollo de esta técnica del ARN mensajero (ARN que codifica la proteína S exclusiva del coronavirus, se desencadena una respuesta inmunitaria frente a dicha proteína y el organismo, si se pone en contacto con el virus ya está preparado, lo reconoce y se defiende) no solo o no principalmente en el desarrollo de vacunas sino, por ejemplo, en el tratamiento del cáncer. El paso ha sido gigantesco, el esfuerzo ha sido titánico.

La perversión de nuestra vida pública, el sectarismo, la mala gestión, la desinformación que estamos viviendo, no nos está dejando ver la realidad: que una tragedia de este tipo está haciendo que se dé un paso de gigante en las ciencias biomédicas y en el desarrollo de terapias inimaginables hace solo 10 años.

El nihilismo, el hedonismo y el cortoplacismo que se ha instalado en los seres humanos es algo devastador, es hijo de la frustración de esta sociedad, de la necesidad imperiosa de hallar remedio y respuesta inmediata a lo que no la tiene. La resistencia a la frustración del ser humano y de la sociedad en su conjunto está tocando techo, está siendo destructiva y significativa del nivel moral que nos acompaña. Tendemos a pensar, en muchas ocasiones, que esta situación es exclusiva del mundo actual y quizás estemos equivocados y se haya dado en otros momentos de la humanidad. O quizás cada generación tienda a pensar eso del mundo que le ha tocado vivir, Y el mundo ha seguido girando y progresando a pesar de los malos augurios. Pero la situación actual, desde luego, no es normal, a poco que se intente analizar con sensatez y objetividad.

No es solo la frustración de la clase médica y científica en general, es que nuestra comunidad, emborrachada de soberbia, no puede concebir que le esté pasando esto. Y, oh desgracia, cuando se es capaz de ofrecerle una solución, cuando esta vez sí, en un tiempo que asombra y debería llenarla de orgullo y tranquilidad, esa misma sociedad se revuelve, llena de ignorancia barnizada de conocimiento superficial y se permite cuestionar unos avances, en forma de tratamiento profiláctico, que se han conseguido con un enorme esfuerzo y trabajo, para que pueda paliar el efecto devastador de la infección y para dar esperanza de futuro.

La ignorancia es muy atrevida y, además, cuesta mucho dinero. Por eso todo dinero invertido en educación es más barato que lo que cuesta la ignorancia. Vivimos en un mundo de incultura que cree saber de todo, opina de todo y sienta cátedra en todo momento. ¿Dónde ha quedado la humildad de la sociedad que sabe de sus limitaciones, como humanos hijos de Dios, que aprecia y apoya a sus científicos y que confía en sus gobernantes, aunque no se lo merezcan, considerados individual y circunstancialmente? Ante las tragedias, unidad. Ante lo desconocido, humildad. Y, sobre todo, confianza en el ser humano.

Es necesario insistir: el desarrollo de las vacunas para el coronavirus quedará en los hitos de la Historia de la Ciencia y de la Humanidad.

Los nombres de Ugur Sahin, Özlem Tureci, Alexander Muik (BioNTech), Derrick Rossi, Kennet Chien, Tim Springer (Moderna), Sarah Gilbert, Andrew Pollard (Oxford-Astra Zeneca), Denis Logunov, Inna Dolzhikova, Boris Narodzhisky (Sputnik V), Shengli Shia, Yuntao-Zhang, Hui Wang (Sinovac) y muchos otros científicos anónimos, pasarán a la Historia y serán seguros candidatos a los premios y reconocimientos de la sociedad.

De cualquier manera, nada es nuevo bajo el sol: no es la primera vez que se cuestionan la eficacia o la oportunidad de otras vacunas y terapias médicas que supusieron un enorme avance para el planeta. La condición humana se ha manifestado de forma similar ya en otras ocasiones. También hubo negacionistas en la época de Jenner en 1798, que fue el primero que desarrolló la vacuna de la viruela. Hay que recordar que a nuestro Francisco Javier Balmis, que encabezó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna se le boicoteó en algunas de las ciudades en la que intentó vacunar, en la mayor gesta sanitaria que recuerdan los tiempos e incluso se sabotearon algunas de sus preparaciones antes de su administración a niños sanos.

En los años 50, en la terrible epidemia de poliomielitis que asoló los Estados Unidos y, en menor medida, a naciones europeas como la nuestra, se produjeron manifestaciones e incluso atentados de «opositores» a la vacunación masiva que en muchos casos acarrearon funestas consecuencias para muchos niños al no ser vacunados en tiempo y convenientemente.

Aún colea la polémica de la vacuna del sarampión, gran mentira y manipulación, relacionándola con la aparición de casos de autismo. Y hay colectivos que se niegan a vacunar a sus hijos por el supuesto perjuicio ¡para la salud! de las vacunas que se administran en la infancia.

El negacionismo y las teorías de la conspiración se basan en este caso en medias verdades que se elevan a la categoría de verdad casi divina. Cualquier argumento, que puede ser sensato, que haga ver algún aspecto no aclarado aún de la infección y su profilaxis, se retuerce hasta la saciedad y se hace verdad incontrovertible de la ineficacia y peligrosidad de la vacunación. Y de ahí se pasa a las delirantes teorías de la manipulación genética, de fantásticos chips milagrosos y yo que sé más dislates. No son ajenos a estas teorías algunos sanitarios que, o bien han perdido el norte del conocimiento científico, o bien por afán de protagonismo son capaces de poner en peligro la confianza en la Medicina.

Si queremos meternos con el poder político, con el nuevo orden mundial, la globalización, el capitalismo salvaje, el pensamiento único y la posmodernidad, como algunos sí queremos, no vayamos por esta vía porque perderemos credibilidad y rigor y, sobre todo, pondremos en peligro la salud de nuestros congéneres, tanto o más como el virus maldito o la incompetencia de nuestros gobernantes. No lo hagamos, por favor, cuestionando la vacunación.

Otra víctima colateral de la contestación que se está produciendo es la industria farmacéutica. Seguro que tiene claroscuros y que ha cometido fallos, como toda obra humana. En otros asuntos probablemente sus prácticas mercantiles puedan ser cuestionables y deban ser sujetas a auditoría. También algunas de sus actuaciones y productos son moralmente objetables. Pero intentar demonizar en estos momentos a estas corporaciones con la acusación de obtener legítimo beneficio del enorme esfuerzo e inversión que están haciendo, no solo es injusto sino que menosprecia el apoyo que están prestando a la colectividad e ignora el dinero invertido en bien de la colectividad y, lógicamente, en su beneficio económico, legítimo y aplaudible.

Cualquier enfermedad, cualquier epidemia, sólo adquiere sentido e importancia dentro de un contexto humano por las formas en que penetra en la vida de sus gentes, por las reacciones que provoca y por el modo en que da expresión a los valores culturales y políticos de una época determinada que trata de enfrentarse colectivamente a aquélla. La propia etimología de la palabra griega epidemos (sobre el pueblo) confirma plenamente esta idea.

Aunque la epidemiología, como faceta médica heredada del positivismo decimonónico occidental, puede enseñarnos la naturaleza, incidencia y extensión biológica de toda enfermedad, desde el punto de vista humano debemos analizar la repercusión de la enfermedad desde una visión más integradora de la persona. El análisis biologicista exclusivo de esta epidemia nos podría llevar a falsas conclusiones. Serán los historiadores y los filósofos del pensamiento los que nos dirán las huellas que dejará esta pandemia en la Humanidad. Solo Dios juzgará nuestro comportamiento individual y colectivo. Lo que tenemos que hacer nosotros es colaborar, cada uno desde su trinchera, en superarla y no poner trabas a su control.