RAZONES Y ARGUMENTOS

¿República o monarquía?

El hombre, es la pieza fundamental que hace falta tanto sea en una monarquía como en una república como en una sociedad de cualquier tipo (...) Apoyados en los «valores universales que han acompañado al hombre desde el origen de la civilización occidental: el bien, la verdad, la justicia».


Publicado en Cuadernos de Encuentro (núm. 142, de otoño de 2020). Editado por el Club de Opinión Encuentros. Ver portada de Cuadernos en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

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¿República o monarquía?

¿República o monarquía?


Hace unas semanas, recibía el correo de un amigo en el que me decía, escuetamente, y con la energía que suele ser habitual en él, que «es la segunda vez que te requiero para no recibir más tu boletín monárquico que tanto daño hace a la unidad, la libertad y el futuro de España» (imagino que se refería al digital que a título personal emito un par de veces por semana). Lo cierto es que quedé desconcertado por cuanto dicho boletín en ningún momento tiene visos monárquicos ni de ninguna otra forma política de Estado o de gobierno. En primer lugar, porque quien dirige el boletín, a pesar de sus años, todavía no ha elegido al respecto, y cada vez lo tiene más obtuso ya que la vida y la historia le van confirmando que ni un sistema ni el otro son para confiar plenamente, aunque haya habido casos puntuales en los que el país haya prosperado gracias a un sistema o al otro.

Postura que, en diferentes momentos, se ha hecho constar en el citado boletín, precisamente por la intención de pretender ser imparcial al respecto, aunque no por eso abdicamos de nuestro punto de vista en política, haciendo hincapié repetidamente, cada día que viene al caso, que tal como funciona el negocio de la política en España ésta no es de fiar, que es preciso tomar rápidamente medidas serias para encaminar a la nación por una ruta digna, teniendo en cuenta para ello lo que me dice mi amigo días después: apoyados en los «valores universales (también se denominan eternos) que han acompañado al hombre desde el origen de la civilización occidental: el bien, la verdad, la justicia». Quizá habría que engrosar esos valores con otros más que acompañan o deben acompañar al hombre, aunque, de momento, podemos dejarlo como está.

Evidentemente los Estados han de adoptar una forma determinada de encabezar la dirección de por dónde han de ir los pasos a dar en la historia. Pero cualquiera que sea, por lo que vemos, no es suficiente ni fácil elegir de entre las existentes en el mercado, y más difícil resulta si tenemos en cuenta las variantes de cada una. O si nos decidimos por alguna, y lo hacemos, no será baldío tener en cuenta unas puntualizaciones muy precisas al respecto.

Ya sabemos lo que dijo Churchill de que «la democracia es el menos malo de los sistemas políticos», pero, naturalmente, lo soltó dentro de un contexto que convendría analizar. Porque si ahora tomamos la frase tal cual, y seguimos diciendo lo mismo a pies juntillas, hay que empezar por ver a los hombres en su estado presente, –pues no en todos los tiempos son iguales– y valorarlos, por el momento, sin tener en cuenta, la agrupación por partidos políticos que funciona con la exclusiva intención de instalar en el estado sus ideas políticas –cada cual las suyas, naturalmente– y conducir las estructuras del país y la sociedad entera de acuerdo con un programa preestablecido sin posibilidad de ensortijar con otro.

Y decimos partido político, pero igual podemos hablar de sindicatos, de movimientos independentistas, de bandas de asesinos, de egoísmos territoriales, de feminismos desquiciados, de intenciones de globalizar el mundo haciendo desaparecer las naciones, etc. Y después de saber cómo es por sí mismo ese hombre, evaluarlo en ese círculo que se mueve de donde recibe influencias y adquiere buenas formas o malos modos, que de todo hay.

La prueba de lo que decimos la tenemos entre nosotros mismos, en nuestra tierra querida, en España, no es preciso buscar por ahí. Desde la Transición (habrá que hablar más de la Transición) España ha pasado por muy distintos devaneos en cuestión política, y siempre a tenor del partido político que ocupaba el poder. Pero, a su vez, también ha recibido influencia según quien fuera la persona que ejercía de jefe del Gobierno porque, es evidente, no todos pensamos igual ni queremos lo mismo, aunque guisemos en la misma cocina.

No era igual cuando se encontraba en el poder la llamada derecha que cuando estaba la conocida como izquierda. Incluso, cuando han estado al frente del Gobierno los socialistas, las formas y fines han sido distintas a tenor, como decimos, del personaje que ostentara el poder. Unas fueron las hechuras de UCD o PP y distintas entre sí las del PSOE ya fuera presidente Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero o Pedro Sánchez.

Evidentemente las dos últimas, mucho más bruscas, taimadas, tendenciosas con el renacimiento de la Guerra Civil y la vuelta a la república socialcomunista que, aunque se empeñen en querer traer a la actualidad, será difícil dado el cambio de los tiempos, y el recuerdo de lo nefasto que fueron aquellos momentos.

Porque si bien, según la Constitución, España se constituye en una monarquía parlamentaria con un articulado mediante el cual todo parece claro, lo cierto es que, entre las modificaciones sibilinas que se han introducido a través de las disposiciones que han ido surgiendo en el desarrollo de no pocos artículos, y las interpretaciones dadas por unos u otros según lo que en cada momento convenía a cada quién, no estamos nada seguros de si lo que dice la Constitución es lo que hay que respetar hoy día, o por el contrario hay que buscar en otro sitio cuál es la interpretación de última hora.

Conviene empezar aclarando quiénes fueron los que hicieron la «transición modélica» según reza en no pocos frontispicios. Porque no la hicieron los que llegaban saliendo a toda prisa de debajo de las alfombras; la hizo la generosidad de los que habían ganado la guerra, que ya antes habían perdonado a los responsables de la misma y todos sus desmanes, y en ese momento se amigaban en un abrazo definitivo para encarrilar una nueva España en beneficio de todos. Eso se pretendía, eso se escuchaba por todos los salones. Pero duró poco.

Pronto los generosos se vieron sobrepasados por quienes empezaban a enseñar sus modos para volver a tiempos pretéritos que habían prometido olvidar, lo que no han dejado en ningún momento, traicionando sus promesas, pretendiendo engañar a los que habían colgado sus pretensiones para intentar marchar juntos todos, vinieran de donde fuera, enarbolaran hasta entonces la bandera que más les gustaba. Y por ese camino de no respetar lo pactado en su integridad, de querer confundir la realidad, de dar la vuelta al revés a los hechos acaecidos, hemos llegado al punto donde de nuevo parece imposible transcurrir juntos, unidos, próximos.

No tardando demasiado se tuvo el primer tropezón –el 23 F–, supuesto golpe de Estado, del que hasta ahora no se ha hablado todo, y lo que se ha dicho, al parecer, no tiene mucho que ver con lo poco que contaban comedidamente los amigos que, de una u otra forma, tuvieron alguna aproximación al hecho. En ese momento los socialcomunistas ya enseñaban la oreja más de la cuenta pues empezaban con sus trapicheos dado quela Constitución no se ajustaba a sus pretensiones.

Respecto a la monarquía en sí, no vamos a entrar en detalles. Fue una decisión de Francisco Franco, quien desde siempre mantuvo la idea de hacer de España un Estado monárquico, un reino como lo calificó, aunque se anduvo en escarceos de quién la podría representar, descartando de entrada a Don Juan, sin definirse sobre persona alguna hasta que decidió fuera el príncipe Juan Carlos.

Porque desde el fin de la Guerra Civil, hasta la Transición, España existió, aunque apenas figure por algunos lugares, ocupándose únicamente, tanto la derecha como la izquierda, de desprestigiar a Franco, tildándole de cuanto adjetivo oprobioso pudieron hallar en el diccionario, colgándole lo que sucedió antes, durante y después del conflicto bélico por culpa precisamente de la política y acciones de los dirigentes y las masas socialcomunistas y marxistas, tales como terrorista, asesino, dictador y todo aquello de lo que son maestros y han ejercido con profusión.

Fueron unos años que es preferible no recordar por ser aciagos para quienes los vivieron en propia carne, porque otros prefieren olvidar penurias y sufrimientos, y los más cerriles debido a que perdieron la batalla. Pero esos años existieron, –lo ha retratado magistralmente el profesor Enrique de Aguinaga en su libro En España hubo una guerra, así como en no pocos volúmenes los cientos de historiadores que se han ocupado del tema– sin duda transcurrieron unos años tras otros, en los que vivimos unos cuantos millones de españoles, dando paso a varias generaciones, pasando de la miseria de un proletariado sin esperanzas a una clase media que iba comprando el piso y haciéndose con un 600; y se construyeron fábricas, apenas existía paro, se hicieron todas las reformas sociales existentes en la actualidad –incluso algunas más de las que existen ahora pues, por ejemplo, fueron suprimidas las mutualidades laborales absorbiendo los fondos creados hasta entonces–, se construyeron todos los embalses existentes, se hizo la red nacional de electricidad, se intentó comunicar unos ríos con otros para que las cuencas que vertían agua al mar pudieran enviarla a otras zonas más áridas, y un largo etcétera.

Fueron unos años de intenso trabajo, de sacrificio de todos los que lo vivimos, de generosidad, que es imprescindible resucitar pues no se entiende la España actual si la hacemos saltar de 1939 a 1978 sin contar el intermedio. Es una historia plena la que hay que rescatar, guste o no guste, pues es la base de que unos puedan comprender a los otros, como se hizo en las generaciones que vivieron durante ese periodo, aunque hubiera rincones de odio, ansias de venganza, en mentes obtusas que no quisieron ver claro en un día soleado.

En esa España se cultivaron de forma exquisita esos valores que decía mi amigo de «unidad, libertad y futuro», junto a muchos más. Lo que poco a poco hemos ido destrozando.

Porque, ¿dónde estaba el misterio de ese enriquecimiento que se produjo a lo largo de casi 40 años? Tanto los valores indicados como los que no se han relacionado aunque se fueron acumulando en el hombre. Ese, el hombre, es la pieza fundamental que hace falta tanto sea en una monarquía como en una república como en una sociedad de cualquier tipo. Habría que empezar por convencer a los descarriados y a casi todos los españoles de que aquello no fue una dictadura, fue, como lo definió el profesor Luis Suárez en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, un estado autoritario no un estado dictatorial; lo que levantó las iras de los actuales fabricadores de la Historia de España hasta el punto de pedir a la Academia que cambiara dicha definición, a lo que se negó el profesor Suárez, sin que sepamos en este momento si se ha modificado contraviniendo «el derecho del autor a opinar lo que considere oportuno en sus escritos», que tanto defiende estos demócratas.

Sigue...


El artículo es más extenso, arriba se han reproducido las tres primeras páginas de un total de seis.

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