Argumentos | Historia

La profanación de la historia

Me declaro disidente, revisionista y leal a la verdad que nada tiene que ver con la realidad que nos quieren imponer, sin escrúpulos ni decoro, los maestros del engaño, la sospecha y la calumnia.

Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 453, de 11 de mayo de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en LRP. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.​

La profanación de la historia


La Historia, como campo de estudio e investigación, es una disciplina que es, mal que les pese a los positivistas, una Ciencia Social y, por tanto, susceptible de un método de trabajo propiamente científico. Es decir, la observación y la utilización de herramientas propias de otros campos también son aplicables en el estudio de devenir de los tiempos. Hecha esta aclaración, absolutamente pertinente, debo decir que su interpretación carece de la experimentación de manera que, sin rubor ni sonrojo, ha sido reiteradamente manipulada a capricho a lo largo de su evolución, también hoy, e incluso diría que hasta más que nunca en la actualidad.

Me considero, a título personal, un revisionista que no da por sentado que todo es susceptible de ser nuevamente investigado, que nada debe darse por definitivo aunque, como es obvio, hay una información que es incontestable, manifestada en los documentos y en los restos materiales objeto de análisis. Considero, igualmente, que hay mucho por descubrir de nuestro pasado, todavía oculto, todavía por ser estudiado. Así pues, más que en otras ciencias, la imaginación de muchos autores, la tergiversación, la manipulación, y el interés ideológico que acompaña al historiador puede marcar, de manera habitual, la correcta lectura que se debe hacer de lo acaecido.

Si se me pregunta acerca de la objetividad diré, sin reparo alguno, que se presenta muy difícil, pero no imposible. Cualquier episodio, revuelta, revolución o suceso, ha sido adulterada, de manera notoria y palmaria, en demasiadas ocasiones con intereses espurios ajenos a la propia Historia. Siempre se ha dicho equivocadamente, según mi particular criterio, que lo sucedido ha sido narrado por los vencedores, aunque sea muy frecuente en demasía, no acepto tal aseveración de forma categórica, pues pasado el tiempo, con la distancia necesaria, se puede establecer una científica y adecuada recreación de lo acaecido.

La Literatura y el Arte, en sus diversas manifestaciones, ha sido y será, objeto de propaganda política al servicio de intereses contrarios a la realidad y a la verdad. Hoy en día se suman a la mediatización y transformismo, por deformación maniquea y perversa transfiguración, los medios de comunicación y las TIC (Tecnología de la Información y la Comunicación). Como acto de proyección de un mensaje, existe un emisor y un receptor, un contexto y una situación, sin olvidar el mensaje que se quiera transmitir. Así pues, el peso que cobra la intención del mensajero adquiere una relevancia supina.

Hay demasiados aficionados a la historia que cuentan historietas, hay autores que desconocen lo que cuentan, pero siempre disfrutan de una auditorio dispuesto a leerles y escucharles otorgándoles un valor científico del que adolecen. Es lamentable, pero es así. Tampoco me puedo olvidar de la escasa formación y deseo de sensacionalismo barato que acompaña a muchos de los textos escritos, cuya fabricación se sostiene en una nula labor del denominado trabajo de campo. No quiero señalar a nadie en particular, pero estimo y creo que proliferan y se multiplican por doquier.

Estos vicios y defectos se observan en tratamiento de un tema, atractivo y no menos interesante, que es el de la Guerra de las Comunidades (1520-1522). La progresía intelectual, dicho despectivamente y sin eufemismos, se ha apropiado, injusta e inmerecidamente, de las reivindicaciones que en aquellos años proclamaran los comuneros del Reino de Castilla. He leído mucho sobre el particular, he estudiado el fenómeno y los hechos ocurridos, y me he encontrado abrumado por la sarta de estupideces del más variado tipo.

El sectarismo toma carta de naturaleza y se hace presente de forma negativa. De hecho, la celebración del Día de la Comunidad de Castilla y León, el día veintitrés de abril, es la feria de la extrema izquierda, republicana incluso, que hace propios unos postulados que nada tienen que ver con los que se proclamaron de manera insultante e incendiaria. Me parece un despropósito y una vergüenza que no debe quedar sin contestación, con la verdadera historia entre las manos, por parte de quienes tenemos un alto concepto de nuestra formación científica.

¿República? En absoluto tuvieron presente los comuneros derrocar a la monarquía. Eran súbditos de un rey, Carlos I, que con arrogancia, sin sensibilidad alguna hacia Castilla, dio vida a la corrupción promovida por los depredadores flamencos de la Corte que le acompañaba. Eran leales a su madre, la reina Juana I de Castilla, recluida y confinada, primero por su padre, Fernando II de Aragón, y luego por su propio hijo que, de manera irrespetuosa e irresponsable, se autoproclamó rey castellano y aragonés sin respeto alguno. Por tanto, el levantamiento de las Comunidades no pretendía subvertir la forma de gobierno instaurada. He llegado a leer, con sorpresa e incredulidad, que pretendían establecer un régimen republicano al estilo genovés, florentino o veneciano, todo un despropósito que merece toda mi descalificación y desprecio.

¿Revolución? ¿Revuelta? ¿Levantamiento? ¿Sublevación? Quizá todo ello a la vez, pero de lo que estoy seguro es que ellos no se consideraban revolucionarios por mucho que su actitud fuera acreedora del delito de lesa majestad, y de la que, por descontado, eran muy conscientes. Defendían los intereses generales de un reino al que amaban profundamente, del que se sentían traicionados por el desgobierno y el abuso de sus gobernantes, los grandes señores de Castilla incluidos. Fue por tanto, efecto y consecuencia del despropósito y lo errático de las actuaciones de quienes habían asumido la dignidad de dirigir los destinos de un pueblo al que avasallaban impunemente. Patriotas sí, traidores no, por mucho que la legalidad establecida lo fuera por el capricho imperial de un soberano que, al menos inicialmente, no amaba a las gentes del reino que le habían correspondido gobernar por herencia.

La legalidad, por el mero hecho de serlo, no implica necesariamente la legitimidad de que debe estar acompañada. A los desleales y felones habría que buscarlos en el bando contrario, el de los realistas, muchos de ellos movidos por intereses personales y particulares.

Ni republicanos, ni revolucionarios, ni antimonárquicos pues. De eso nada. Lo que, por otra parte, no justifica de ninguna manera algunos hechos protagonizados. Santos no, mártires quizá, sobre todo los que pusieron en juego sus vidas y con ellas, de manera inevitable, la de sus familias que fueron perseguidas, castigadas, vituperadas, arruinadas por las confiscaciones y apropiaciones de sus bienes y, lo que entonces tenía mucho valor, la dignidad y la honorabilidad mancillada por los vencedores. Pusieron en juego sus patrimonios y fortunas personales, sus cargos y beneficios sociales, sabedores del riesgo que entrañaba su levantamiento.

No puedo ausentarme de la apropiación indebida por la izquierda sectaria, cavernaria y recalcitrante, que sin disimulo y escasa oposición, se hace dueña de una historia que en absoluto les corresponde. Con soflamas panfletarias profanan la memoria de aquellos hombres que lucharon por altísimos ideales de justicia y libertad, ultrajando y pervirtiendo el movimiento comunero, que no comunista, menos aún colectivista. Han convertido en una bacanal y un carnaval tan altos valores defendidos con la propia vida, de aquellos que se sublevaron contra las reales y caprichosas imposiciones regias, a la sazón imperiales.

Con motivo de la onomástica autonómica castellano-leonesa, en Valladolid, se colgaba una pancarta de unos okupas en un edificio ilegalmente apropiado, expoliado y saqueado, con el beneplácito, aquiescencia y simpatía del actual gobierno municipal socialista. El edifico en cuestión no es uno cualquiera, en absoluto, es un edificio histórico, junto al Puente Mayor que atraviesa el río Pisuerga, que albergó un establecimiento hotelero de cinco estrellas, Marqués de la Ensenada, reconvertido en Centro Cívico Social La Molinera. Una okupación de cinco estrellas –dirían los medios de comunicación al recoger la noticia del expolio–. La pancarta, de amplias dimensiones, exhibía las imágenes de Juan de Padilla y María Pacheco, la Leona de Castilla, con un texto que decía –con estrella roja incluida–: V Centenario de la Revolución Comunera y, en su encabezamiento proclamaba, «Que nunca nos diga el pueblo que nos echamos atrás». Me sentí íntimamente humillado, asqueado por la profanación de la historia efectuada, y por un deseo inquebrantable de dar respuesta a tamaño hurto y saqueo de la verdad ultrajada. Es por esto que hoy doy contestación, con este artículo, al sacrilegio y falsificación burda y grosera de la verdad y la realidad.

La memoria histórica, ahora dictada por ley orgánica, se apodera miserablemente del patrimonio de todos, imponiendo el fúnebre crespón de la ética –excluyente y vergonzosa– del pensamiento único, el oficialmente establecido desde los presupuestos de la mentira, la manipulación, el adoctrinamiento y la persecución de la disidencia intelectual. Pues sí, queridos lectores, me declaro disidente, revisionista y leal a la verdad que nada tiene que ver con la realidad que nos quieren imponer, sin escrúpulos ni decoro, los maestros del engaño, la sospecha y la calumnia.