RAZONES Y ARGUMENTOS

Lo tenemos crudo

Si España no es un país especialmente rico y existen dentro de él algunas regiones que desean marcharse porque se ven bastante más desarrolladas económicamente que las demás. Y si parece que los españoles estamos dotados de unas cualidades que, dada su liberalidad y falta de cuidado, pueden hacer que esa marcha sea posible, mi opinión durante estos momentos duros que vivimos es que lo tenemos muy crudo para que podamos continuar existiendo durante mucho más tiempo como aquella nación que llegó a constituirse en el primer Estado de Europa.


Autor.- Augusto Mª Bruyel Pérez, es doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación (sus libros). Publicado en el núm. 145 de Cuadernos de Encuentro, de verano de 2021. Editado por el Club de Opinión Encuentros. Ver portada de Cuadernos en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP.

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Lo tenemos crudo

Lo tenemos crudo


Puede que sea por culpa de un tiempo tan negativo como el que estamos sufriendo, con restricciones, deterioro económico y muerte por todas partes, pero el caso es que siento la desesperanza aleteando alrededor. Quizás siempre ha estado ahí; sin embargo, hoy percibo con mayor fuerza el pesimismo que me invade respecto a la situación española en general. Situación que no tiene que ver, precisamente, con la actual pandemia. Se trata de otra enfermedad que nos carcome y va destruyendo el legítimo y justificado agrado de ser españoles. Pienso que el incremento de los nacionalismos, cuando no separatismos, en Cataluña, País Vasco, Baleares, País Valenciano, Navarra… –todo ello alentado o, cuanto menos, permitido desde el mismísimo gobierno– debe de tener una base que hace consistente su mantenimiento, por muy irregular, absurdo y delirante que este sea. Si no, no se entiende.

Como se suele decir que un pesimista no es más que un optimista bien informado, he procurado ponerme a pensar un poco en qué puede estar ocurriendo dentro de esa intrahistoria a la que tanta importancia daba, con muchísima razón, don Miguel de Unamuno.

Advierto, como resultado, que tanto acomplejamiento negrolegendario (que otros, entonces muy hostiles con nosotros, nos indujeron desde fuera), tanto ocultamiento vergonzoso de nuestros símbolos, tanto nombrar a este país ocultando su verdadero nombre, tanto –en fin– masoquismo generalizado… pueden tener su base en, al menos, dos elementos que me han parecido muy significativos: nuestra economía y nuestra forma de ser.

Me explico.


¡(Es) la economía, estúpido!


La conocida frase que James Carville, asesor de Bill Clinton, le aconsejó emplear contra George Bush (padre) durante su exitosa campaña electoral de 1992, intentaba dejar bien claro que lo importante no eran tanto los éxitos en política exterior –el fin de la Guerra Fría o la Guerra del Golfo Pérsico– como las cuentas particulares de los ciudadanos y el devenir económico general de la nación. Al principio la famosa frase ni siquiera tenía verbo. Luego, con este añadido, se ha ido generalizando su uso para casi cualquier análisis o debate que tenga que ver con la economía.

Esto es, justamente, lo que ocurre en lo que voy a decir.

Si comparamos las posibilidades económicas de España con las de otros países europeos –Alemania, Francia, Gran Bretaña, Dinamarca, Noruega, Holanda…– comprobaremos que nuestro país no es precisamente rico. Es cierto que gozamos de un sector turístico poderoso y que también tenemos industria, agricultura, pesca… Pero ni la industria de que disponemos llega al nivel de la alemana, la francesa, la italiana…; ni nuestros recursos agrícola-ganaderos o turísticos superan, por ejemplo, a los de Francia. De ahí que, mientras en nuestras provincias Vascongadas se hayan venido desarrollando desde el siglo XIX las ideas separatistas, en la zona vasco-francesa ni se les ocurre a sus habitantes pensar en separarse de Francia. Fenómeno parecido se da con Cataluña: a buenas horas en el territorio donde sobresale Perpiñán querrían abandonar el país francés, por muchas concentraciones y mítines que los de Puigdemont y compañía organicen allí.

Como el País Vasco y Cataluña se engancharon a tiempo a la revolución industrial, acabaron contando con una mayor fuente de ingresos y un consiguiente desarrollo económico superior al del resto de las regiones españolas. Así, por sorprendente que pueda parecer, pronto aparecerían las ideas supremacistas en una región como la vascongada, hasta entonces tierra más apta para el pastoreo (como se aprecia en su misma lengua) que para la agricultura extensiva, muy imposibilitada en terrenos tan quebrados. En cambio, ya que también daba al mar, había podido engendrar un buen número de marinos ilustres, bastantes de cuyos nombres han jalonado la Historia de España por América y el mundo entero durante los siglos que duró el imperio. Entonces no se querían separar de España.

Y es que siempre son las zonas más enriquecidas las que desean desmarcarse del resto.

¿Recuerdan por dónde empezó la descomposición de Yugoslavia? La primera en separarse fue Eslovenia, la región más industrializada y rica de todas, la cual recibió enseguida el apoyo de Alemania, pues tenía con ella grandes similitudes. La segunda fue Croacia; ¡qué casualidad!, precisamente la segunda región más desarrollada industrial y económicamente de aquella Yugoslavia cuya desintegración apoyaron las mismas poderosas naciones que estaban desarrollando la Unión Europea.

En Italia es la norteña, industrializada y de mentalidad más centroeuropea extensión conocida como la Padania (Milán, Turín, Venecia…) donde anida esa conciencia separatista respecto a un sur (Nápoles, Calabria, Sicilia…) hoy empobrecido y con sensibilidades bastante distintas. Pero lo que de verdad subyace es el fuerte contraste entre un norte italiano rico y un sur que está muy lejos de parecerse a lo que significó en siglos pasados.

Es tan habitual ese distanciamiento entre los territorios más y menos boyantes, que podríamos citar incluso el caso de la aún más rica Baviera en la desde luego no pobre Alemania, de cuyo gobierno central recibió no hace mucho tiempo una escueta pero contundente contestación sobre determinadas pretensiones de significación respecto a los otro länder. O el de la difícil relación entre Flandes y Valonia en Bélgica. Y no es una cuestión lingüística por hablarse dentro la lengua neerlandesa o la francesa, respectivamente; sino que hoy la flamenca Amberes, con su pujante puerto, queda a bastante distancia (económica) de Namur, la capital valona. Compárenlo con la espléndida Suiza: es un estado federal organizado en cantones, pero formado por cuatro territorios con otras tantas lenguas (alemán, francés, italiano y romanche); en cambio, no se conocen delirios separatistas entre sus ciudadanos. ¿Por qué iban a querer marcharse de un país considerado el cuarto más rico del mundo?

Parecería un caso completamente distinto el de una Checoslovaquia partiéndose en dos, pues ahí fue la zona menos desarrollada –Eslovaquia– la que se quiso separar. Sin embargo, lo que ocurrió en realidad fue que la parte más próspera –la República Checa, o Chequia– alentó, propició que se marchara la parte más débil. Así que el resultado fue el mismo: la región más floreciente se apartaba de la que lo era menos.

Que los territorios más ricos, por la razón que sea, quieran abandonar los menos desarrollados porque consideran a estos un lastre es una situación tan general que, alejándonos por un momento de nuestro continente, podemos observar, por ejemplo, en América el caso de Bolivia: su Departamento de Santa Cruz –el más extenso y poblado, y auténtico motor económico del país– es el que muestra las querencias separatistas. ¿Por qué, sin embargo, en Estados Unidos ni uno de esos estados desérticos piensa en abandonar el gran país al que pertenece? Pues porque, al menos de momento, EE.UU. es la primera potencia mundial.

Todo este largo exordio es para que podamos apreciar con mayor claridad el error mayúsculo que supone para España estar de continuo proporcionando a Cataluña y al País Vasco ventajas económicas, políticas y de gestión. Cuanta más diferencia vayan teniendo a su favor respecto al resto, más supremacistas se harán y más querrán marcharse de un país al que no paran de ver cada vez más empobrecido que ellos.

Así que lo estamos haciendo justamente al revés de lo que debería ser. Tal como ocurre con el País Vasco francés (Iparralde) o con el Rosellón y la Cerdaña, cuyos habitantes preferirán siempre pertenecer a una Francia que continúe estando más desarrollada que España, si nuestro País Vasco y Cataluña tuviesen menos progreso que la mayoría de las regiones españolas, no se querrían marchar. Así ha ocurrido históricamente… hasta que se sumaron a la revolución industrial, bien avanzado el siglo XIX. Pensémoslo. ¿Por qué en Galicia, con también otra lengua, no acaba de cuajar el separatismo? ¿Por qué tampoco en Canarias, al contrario de lo que vemos en las Baleares? ¿Seguirían aquellas considerándose islas afortunadas cuando pertenecieran a Marruecos?; porque esto es lo que acabaría ocurriendo en cuanto las Islas Canarias no contasen con la protección de España.

Obviamente, no estoy preconizando que se lleve a vascos y catalanes a ser más pobres que el resto de españoles (aunque esto sería mano de santo). Se trata de que debemos ayudar a que avancen las regiones menos desarrolladas. Es lo justo, humano y solidario. Si, por ejemplo, en Extremadura hay litio de sobra para ser empleado en las baterías de los venideros coches eléctricos, ¿por qué ha de ponerse la fábrica de ellas en Martorell? Lo justo, además de solidario, es instalarla en la región extremeña. Daría puestos de trabajo, aportaría ingresos a esta comunidad y elevaría la renta per cápita de sus habitantes, acercándola a las de regiones más favorecidas. Si no se hace así, estaremos actuando como se viene practicando con África y sus recursos naturales, lo cual ha venido impidiendo el progreso del continente por innumerables que sean sus posibilidades. Favorézcase, por tanto, que avancen todas las regiones; no solo las habituales. Mientras sigamos ofreciendo más y más posibilidades de distanciamiento a unas comunidades que ya están económicamente por encima del resto, menos se sentirán ellas vinculadas a un proyecto común.

¡Es la economía, estúpido; gobernante, es la economía!


Dos caras de la misma moneda


Cuando, hablando coloquialmente, oímos decir algo así como que los ingleses van siempre a la suya, lo cual se acaba de demostrar con su salida de la Unión Europea o con su nula reciprocidad en el reparto de vacunas contra el cóvid-19; o que los franceses son unos chauvinistas; o que la inflexibilidad innata de los alemanes les impide permitir alterar los límites marcados para controlar el déficit de los países de la UE; o que los japoneses son muy estrictos cumplidores con aquello a lo que se comprometen, tanto que algún alto dirigente se ha llegado a suicidar por haber defraudado las esperanzas que los ciudadanos habían depositado en él; o que los americanos (los estadounidenses), o que los suecos, o que los italianos… son esto o lo otro. Cuando, en fin, se escuchan ciertos tópicos generalistas respecto a determinadas características conductuales de algunos pueblos, es porque algo de eso puede haber. No será, desde luego, al cien por cien ni en ese grado supremo que determinadas ideas extendidas parecen indicar. Pero sí que debe de existir algo que ha dado soporte a que se hayan podido extender esos lugares comunes.

Resulta, por otra parte, curioso que las particularidades de esas tipologías pueden resultar negativas o positivas según como se miren o según sean las circunstancias en que son aplicadas. Por ejemplo, el criticado egoísmo de ciertas actuaciones británicas puede tener el lado positivo de que son capaces de mantener sus tradiciones –véase el régimen monárquico– independientemente de lo que hagan los demás. A lo mejor algún país de la vieja Europa no debería tender a abandonar con tanta ligereza tradiciones, costumbres o rasgos culturales –¿los símbolos de la religión cristiana o la fiesta de los toros, quizá?– que tan propios le han sido. De la misma manera, la que nos parece poca cintura germana para avenirse a mitigar elementos aprobados en su momento sobre política económica europea muestra en la otra cara el aspecto tan positivo de negarse tajantemente a considerar siquiera que el rico Land de Baviera tenga alguna posibilidad de desmarcarse un poco de lo que están obligados a cumplir todos los länder alemanes.

Si continuáramos analizando cada una de esas tipologías tópicas, podríamos ir comprobando como todos sus elementos no son, en realidad, sino dos caras distintas de la misma moneda: la forma de ser o de actuar en general de algunos pueblos.


A lo que voy.


España se ha significado ante el mundo en dos realidades en verdad únicas. La primera fue que, contra todo lo que su situación pronosticaba, ella quiso ser cristiana; otras naciones no pudieron no serlo: les vino dado. Poco a poco, de manera constante y tenaz, fue recuperando todo el territorio propio del que el islam se había apropiado. Después, una vez llegada a América, España no sólo llegó a dominar el espacio más extenso hasta entonces conocido, sino que lo mantuvo durante tres siglos, habiendo levantado en él ciudades y hospitales, fundado universidades, desarrollado el derecho internacional de gentes, facilitado la comunicación lingüística y viaria…

Pero, claro, cuando he escrito España, me estaba, en realidad, refiriendo a los españoles. Quienes han llevado a cabo todos esos hechos históricos han sido las personas. Y en estas se dieron con frecuencia unas características individuales que las podríamos identificar con el arrojo, la osadía, el entusiasmo, el temple, la alegría de vivir, la sociabilidad… También el humanitarismo. Además de la protección otorgada al nativo mediante las Leyes de Indias, inmejorables como legislación social, españoles e indígenas se cruzaron sin reparos; lo que no era, en absoluto, lo que sucedía en territorios dominados por otros europeos, los cuales propugnaban justamente lo contrario: de ninguna manera había que mezclarse, eso debilitaría la raza. Adolfo Hitler escribirá en Mi lucha:

La América del Norte, cuya población está formada en su mayor parte por elementos germánicos que apenas si llegaron a confundirse con las razas inferiores de color, exhibe una cultura y una humanidad muy diferentes de las que exhiben la América Central y del Sur, pues allí los colonizadores, principalmente de origen latino, mezclaron con mucha liberalidad su sangre con la de los aborígenes.

Al igual que la indígena, la población mestiza resultante fue protegida desde el principio. En una cédula del 3 de octubre de 1533 la Corona ya ordenaba a los progenitores españoles el ejercicio de la patria potestad y no abandonar a los hijos mestizos ni a sus madres indígenas. El resultado lo expone sucinta, pero muy claramente, Venancio Diego Carro, teólogo e historiador del Derecho:

Ahí está la misma permanencia de los indígenas de Hispanoamérica, que superan en mucho a los existentes en los países civilizados por otras naciones europeas.

Además de su espíritu humanitario, los españoles manifestaron otras cualidades por sus hechos. Tal como el historiador estadounidense Lummis reconoció y dejó escrito a principios del siglo XX, en América los exploradores españoles del siglo XVI:

Construyeron las primeras ciudades, las primeras iglesias, escuelas y universidades, montaron las primeras imprentas y publicaron los primeros libros; escribieron los primeros diccionarios, historias y geografías

Todas esas maneras apuntadas –arrojo, osadía, entusiasmo, temple, alegría de vivir, humanitarismo, creatividad…– constituyen, evidentemente, actitudes positivas de lo que podríamos considerar propias del carácter español. Pero –y es a lo que voy– existen otros procederes que también parecen formar parte de nuestra idiosincrasia, los cuales no serían sino la otra cara de la misma moneda. Me parece, así, que en la parte opuesta al entusiasmo o a la alegría de vivir podrían estar incluidas la permisividad exagerada, la dejadez, la indiferencia o la incuria.

¿A qué se deben, si no, hechos vividos como el de que unos cinco minutos antes de dar comienzo la misa en una de nuestras grandes iglesias se oiga por los altavoces el aviso de ir abandonando el templo quienes no vayan a participar en ella, observemos a continuación que se marcha gente y, sin embargo, veamos después que durante toda la celebración eucarística no han parado de pasear por las naves laterales individuos, parejas, familias con niños…? Los mismos que habían llamado a abandonar el templo ¡fueron después dejando entrar a cuantos se iban acercando a él! Intenten ustedes hacer lo mismo en el Reino Unido. ¿Por qué cuando nos paramos a tomar un tentempié en lo que parece un sitio ideal al borde de una cualquiera de nuestras carreteras, comprobamos con fastidio que hay por allí tirados cascos vacíos de cerveza, botellas de agua, arrugados envoltorios de bollería…? No veremos tal cosa en Francia, en Alemania, en Suiza, en Reino Unido…

Venimos siendo el segundo o tercer país del mundo con mayor esperanza de vida. Un dato positivo, sin duda, el cual parece significar que no sólo contamos con un amparo sanitario excelente, sino que también sentimos la alegría de vivir y sabemos disfrutar de lo que es la vida. Pero me parece que demasiadas veces este disfrute viene acompañado por la inconsciencia, el descuido o la falta absoluta de preocupación.

Es muy bueno que nos mostremos humanos, flexibles, sociables…: la cara de la moneda. Pero pueden resultar muy negativos el descuido, la incuria o el no cumplimiento de normas…: la cruz de la misma moneda. En España todo es posible. Somos tan humanos, tan elásticos y tolerantes (actitudes positivas: una cara de la moneda) que los dirigentes rebeldes de una comunidad autónoma se permiten decir, tras haber sido condenados, que lo volverán a hacer; y, sin embargo, desde el Gobierno de la nación se está viendo la posibilidad de indultarlos (la otra cara –la cruz– de esa moneda).

Así que, y en conclusión, si España no es un país especialmente rico y existen dentro de él algunas regiones que desean marcharse porque se ven bastante más desarrolladas económicamente que las demás. Y si parece que los españoles estamos dotados de unas cualidades que, dada su liberalidad y falta de cuidado, pueden hacer que esa marcha sea posible, mi opinión durante estos momentos duros que vivimos es que lo tenemos muy crudo para que podamos continuar existiendo durante mucho más tiempo como aquella nación que llegó a constituirse en el primer Estado de Europa.