Opinión | Razones y argumentos

La democracia y los truhanes.

Sin duda la democracia es casi una obligación en la convivencia de la raza humana, pues permite el ejercicio de la libertad de cada individuo en los distintos espacios en los que tiene lugar la convivencia.


Publicado en el núm. 144 de Cuadernos de Encuentro, de primavera de 2021. Editado por el Club de Opinión Encuentros. Ver portada de Cuadernos en LRP. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa (un envío semanal)

La democracia y los truhanes.


Quienes nos acercamos a la cosa política al toparnos con ella en la calle cuando salimos de casa, o cuando miramos por la ventana con el ánimo de saber si ya verdean los árboles que hace unos meses perdieron sus hojas, o lo sentimos en el bar al disfrutar de una cerveza fresca y bien tirada, o paseando por el parque de la ciudad y apreciamos en qué situación están los comercios, y palpamos el ambiente falto de alegría, o, sentados en casa, mientras leemos con ahínco los libros que a veces son instructivos, en ocasiones fundamentales para ayudar a centrar la reflexión, estimando que, más frecuentemente de lo deseable son nefastos de nacimiento, por lo que en no pocos momentos nos da el pálpito de que algo falla, que las formas no responden a los esquemas pergeñados para el buen gobierno, apreciando que en las intenciones del ambiente que nos rodea se producen grietas que van supurando secreciones nocivas o hendiduras por las cuales se escapan las buenas ideas que se vierten para el buen hacer.

Todo ello se deduce fácilmente de los rumores que andan por el ambiente, de los comentarios de las gentes, de lo que se lee en la prensa ya sea impresa o digital, e, incluso, lo que es más sorprendente, en las propias gentes que tienen la misión de cuidar de la buena gobernanza porque para ello han sido elegidos de entre otros, o han sido designados por otros que tenían la potestad para poder hacerlo.

Y es que hablar de democracia es tanto como hablar de las estrellas. Hay quien dice, no sé en qué se basa, que en el universo hay trescientos mil millones de estrellas. Sin duda una barbaridad. Pero basar la definición de un Estado en que es democrático como si solo existiera un modelo de democracia, es sumamente atrevido y hasta puede reflejar un asomo de ignorancia. Desde la democracia de los griegos hasta nuestros días, –largo recorrido sin duda–, han sido muy diversas las democracias que han existido y siguen existiendo, pues, sabido es, el hombre es capaz de modificar infinidad de veces un esquema para crear de alguna forma un cuadro diferente, como los virus van modificando su estructura con diversas y variadas estratagemas para escaparse de las trampas que los científicos los van poniendo. Y en ello no faltan las ideas e interpretaciones que sobre un mismo tema se van originando en mentes distintas, en nuevas generaciones y, sobre todo, en la constante evolución de mentes más o menos privilegiadas, o, por qué ignorarlo, en cerebros confusos, ambiciosos, plagados de odios o rencores y resentimientos.

Platón, que analizaba profundamente a la especie humana, sin gran dificultad se dio cuenta de que cualquier maniquí no podía gobernar la República, por lo que se atrevió a escribir:

«En la ciudad ideal, que ha de ser gobernada de acuerdo con la Idea del Bien, los únicos que alcanzan ese conocimiento son los filósofos por lo que, por paradójico que parezca, ha de ser a ellos a quienes les corresponda gobernar, pues son los únicos que alcancen el conocimiento de dicha Idea. [por ello] La mejor forma de gobierno posible será, pues, aquella en la que un filósofo gobierne; pero si no es posible que uno sólo destaque sobre los demás, el gobierno deberá ser ejercido por varios filósofos y durante un corto período de tiempo, para evitar todos los males que genera la persistencia en el poder. Esta teoría es generalmente conocida como la del filósofo-rey».

¡Si Platón levantara la cabeza y viera qué cerebros, en uso de la democracia, gobiernan hoy las repúblicas! Probablemente perdería la cordura y sabe Dios cuál sería su fin, si recurriría a la cicuta o se pegaría un tiro en la sien.

Él mismo quiso aclarar el panorama e hizo unas apuntaciones respecto a las diferentes formas de gobierno que existe, haciendo un análisis de las mismas, graduándolas de mejor a peor.

En primer lugar sitúa la aristocracia, es decir, el gobierno de los mejores (aristos), que vendría representado por el gobierno del filósofo-rey de la República ideal; en ella los mejores son los que conocen las Ideas, los filósofos, y su gobierno estaría dominado por la sabiduría.

La segunda mejor forma de gobierno la representaría la timocracia, el gobierno de la clase de los guardianes, que no estaría ya dirigida por la sabiduría, sino por la virtud propia de la parte irascible del alma, que es la propia de dicha clase, abriendo las puertas al desarrollo de la ambición, que predominaría en la siguiente forma de gobierno, la oligarquía, el gobierno de los ricos, y cuyo único deseo se cifra en la acumulación de riquezas.

Posteriormente encontramos la democracia, cuyo lema sería la libertad e igualdad entre todos los individuos y cuyo resultado es la pérdida total del sentido de los valores y de la estabilidad social. No cabe duda de que Platón tiene en mente la democracia ateniense que tan odiosa le resultó después de la condena de Sócrates, aprovechando para satirizar el predominio de los discípulos de los sofistas en la vida pública.

Por último, en el lugar más bajo de la escala, se encuentra la tiranía, que representaría el gobierno del despotismo y de la ignorancia, dominado el tirano por las pasiones de la parte más baja del alma, dando lugar al dominio de la crueldad y de la brutalidad.

Tras el detallado examen de los diversos sistemas posibles, sigue manteniendo como preferente el gobierno de los mejores que sería representado por el filósofo-rey.

Evidentemente Platón no está pensando en la monarquía que ha sido la que, hasta el momento, durante más años, ha ejercido el poder sobre las naciones, con todos los problemas originados entre unos reyes y otros a lo largo de los siglos por infinitas ansias de poder, ambiciones, mezcla de sangre, reparto de tierras entre los hijos al fallecer un monarca, guerras de conquista, etc., lío que tampoco se le escapó a Platón, ya que también dejó escrito que:

«No existe peor gobierno que el que hace de una sociedad varias, al igual de que no hay mayor bien para las comunidades que aquellos que las reúnen y unifican».

Es una máxima que durante no pocos años, tras los tiempos de rencillas y ambiciones, fue tenida en cuenta por los gobernantes de las diferentes repúblicas europeas, uniendo condados, marquesados, ducados y resto de trozos de tierras afines hasta conseguir las naciones que actualmente podemos contemplar en cualquier mapa. Encontrándonos ahora que, habiendo transcurrido tiempo de trabajo en común, de avances insospechados, son varios los países en los que vuelven de nuevo a surgir rupturas apoyados sus iniciadores en historias caducas, idiomas las más de las veces inventados fundamentados en el habla de un terruño, en ideologías progresistas depredadoras de las buenas costumbres, o apoyadas en el onírico magín de cualquier individuo que más estaría para mandarlo con Don Quijote a enfrentarse con los molinos en uno de sus peores días.

Pensando un poco en lo que nos dejó dicho Platón hace siglos, no vendría mal que los filósofos, o incluso los matemáticos –por poner un opuesto– y demás miembros de reales academias, claustros de universidad y cenáculos de cerebros privilegiados, se pusieran a pensar respecto a la democracia que requieren los países en el momento actual, quitando esa potestad que vienen ejerciendo con petulancia los truhanes de cualquier significado o matiz que, mediante retrueques y engaños, son capaces de encaramarse en lugares que no les corresponde por su falta de conocimientos para poder ejercer el buen gobierno o por carecer de cualidades adecuadas para llevar a esos gobiernos por el camino de lo ideal.

Cada día que pasa es más sencillo descubrir cómo el tema de la democracia es algo tan vago y confuso que difícilmente hay que tomarlo en serio si no está en manos de quienes son capaces de una buena interpretación. Digamos que si una buena sinfonía, compuesta por un cerebro prodigioso, es interpretada por un grupo de truhanes que toman por primera vez los distintos instrumentos de la orquesta y a su frente se pone como director uno de aquellos pregoneros que existían en los pueblos y de música solo conocían el sonido de su modesta trompeta, los ruidos que saldría de aquel batiburrillo no tendrían nada que ver con la sinfonía bien interpretada por una orquesta adecuada.

Sin duda la democracia es casi una obligación en la convivencia de la raza humana, pues permite el ejercicio de la libertad de cada individuo en los distintos espacios en los que tiene lugar la convivencia. Pero ha de ser bien interpretada, partiendo de la base de que se ejerce con honestidad y honradez por quienes participan en cada acto, y que como idea primigenia se tiene el valor de cada una de las personas sometidas a la elección para el ejercicio de los cargos, valorada unigénitamente, teniendo en cuenta los trabajos de cualquier especie realizados, la representación que ha de tener para cobijar la que se requiere. Si no existe ese protocolo previo ni predisposición a cumplir el mandato, la democracia es papel mojado que se puede inclinar hacia cualquier lugar.

No sería ocioso prestar un poco caso a Platón, pues no es desatinado el que se ocupara sobre estas cuestiones hace ya bastantes años con el pensamiento en el futuro toda vez que la base del mismo no se ha deteriorado, no ha caído en desuso, sigue vigente su normología, y cada día hay que recurrir a ella. Por lo tanto no hay que olvidar que la buena ordenación del gobierno y el respeto de las leyes pueden estar en manos de uno, de varios, o de muchos. Es algo completamente lógico. Si respetan las leyes, la monarquía es el mejor gobierno, seguido de la oligarquía y, en último lugar, de la democracia, por lo que la democracia es catalogada como la peor forma de los gobiernos que tienen ley; pero si no se respetan las leyes entonces la jerarquía se invierte, siendo mejor la democracia, peor la oligarquía y, en último lugar, la tiranía. ¡Vaya susto que nos da! O sea, que si no se respetan las leyes lo mejor es la democracia. Sentencia que nos lleva a comparar los gobiernos de hoy día, todos ellos democráticos: respetan poco las leyes, las retuercen, las reinterpretan al gusto, la cambian contra sí mismas…

Nuestra intención hoy era aclarar, sin otro ánimo, que esto de la democracia es cosa muy compleja, que para los que no respetan la ley es el mejor sistema de Gobierno. Si analizamos la célebre frase de Abraham Lincoln de que «la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo» nos parece una broma aunque, dado el personaje que la pronunció, hemos de pensar que era el deseo de un iluso que no se había dado cuenta de que el pueblo no cuenta para nada en este sistema de gobierno salvo para emitir un voto favorable o negativo respecto al comportamiento que le han dicho que van a tener unas personas que normalmente no conoce de nada.

Por otro lado tenemos la más célebre frase pronunciada al respecto, debida a Winston Churchill que aseguraba que «la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado». Pienso que fue un de las muchas frases cínicas que pronunció en una de sus sesiones ante una buena comida. El propio Aquilino Duque, persona sensata, de quien creo que medita todas las palabras que salen de su verbo, comentó al respecto: «Yo confieso que esa frasecita nunca la entendí del todo hasta que en cierto modo me la aclaró un historiador demócrata diciendo que, desde el punto de vista filosófico, la democracia es un absurdo, pero que aun así es la mejor de las formas de gobierno. Desde un punto de vista filosófico, eso no es más que zanjar la cuestión con una petición de principio».

Para terminar, la propuesta que hemos de hacernos es si no podemos convertir en eterno la disquisición de que la democracia es un sistema de gobierno muy versátil, que puede ser enfocado de muy distintas maneras, que es sencillo llevar a cabo desde variadísimos puntos o ideologías, y que no garantiza la Idea del Bien que Platón considera que ha de ser la meta del buen gobierno.

En ese análisis podríamos hablar de lo absurdo que es votar a una papeleta con cincuenta nombres de personas que no conocemos de nada y a la cual concedemos todo el poder sobre los órganos de Gobierno; o lo lógico que es dar el voto a una persona en concreto que sí sabemos por dónde camina, cuáles son sus inclinaciones, sus conocimientos, su honorabilidad, etc.; o podríamos enfrentarnos opinando sobre un salteado de partidos políticos en el que hubiera representantes de muy diversos extremos, con cabida para los asesinos, los que pretendan promover la disolución de la nación, los que persiguen la destrucción de los valores que deben adornar a todo individuo, los que buscan la ignorancia en la enseñanza de las nuevas generaciones con el fin de controlar mentalmente a todos los individuos, los que provocan las revueltas callejeras, los que toman por profesión el enfrentamientos con las instituciones del Estado en un permanente desequilibrio, los que tienen como meta medrar lo más posible en beneficio propio, o los que pululan constantemente ofreciendo sus inclinaciones políticas que son una sucursal del beneficio propio, en vez de encaminar la mayoría de votos hacia grupos o personas de garantía a toda prueba y siempre bajo la supervisión de las instituciones existentes para eso.

Dentro de seguir lo más sencillo de la norma democrática para el buen gobierno de un país –o de cualquier otra institución– sin duda sería valorar esos puntos señalados anteriormente para atinar en la diana y no tener que estar luego en una lucha cruel, larga, a veces indecorosa, con la intención de solucionar el problema que estaban produciendo los truhanes que nos habían engañado.