Opinión | Actualidad

'Por las malas o por las malas'.

Las ideas y las posturas más radicales se están imponiendo 'por las malas o por las malas', por la fuerza de los hechos consumados o de las leyes promulgadas al efecto.

Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol núm. 479, de 16 de julio de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP.​

Por las malas o por las malas


No sabemos si se deberá al covid-19 o a otros procesos más complejos, pero lo que es evidente es que en la sociedad española y en buena parte del mundo occidental, se está observando una indolencia sorprendente, un pasotismo inconcebible y una mansedumbre inaudita y, probablemente, impensable en tiempos aún no muy lejanos.

Estamos asistiendo impasibles a una manipulación, un adoctrinamiento que disfrazan de sensibilización y a una imposición absoluta del pensamiento único, sin que haya el menor atisbo de rebeldía, de no aceptación de unas normas impuestas a través de una censura de hecho y una marginación social propias de la más férrea a la vez que sutil de las dictaduras.

Quien no participa de una ideología que, en principio, no es mayoritaria, pero que se está imponiendo como predominante es reprobado por los directores de la orquesta con el asentimiento, por acción o por omisión, de una masa amorfa que se está demostrando como carente de criterio propio.

Se está imponiendo una dictadura de ese pensamiento único no por medio de la persuasión, los razonamientos o los argumentos, sino por la vía de los hechos cuando no por la de la promulgación de leyes, frecuentemente harto arbitrarias, como la de violencia de género, la de la memoria histórica o la de homosexualidad, lesbianismo etc. para perseguir, acosar y excluir a quienes difieren, llegando al esperpento de sancionar a quienes discrepan y se atreven a manifestarlo de palabra y, por descontado, por escrito.

Los padres no pueden, salvo amenaza de sanciones, expresar ante sus hijos unos criterios, unas opiniones, unas ideas e, incluso, unos valores diferentes y ya no digamos si son contrarios, a esa dictadura del pensamiento único. Y otro tanto les ocurre a los maestros, profesores y docentes en general si se atreven a discrepar o manifestar ante sus alumnos unos criterios que no se ajustan a lo políticamente correcto. Pueden ir a los centros docentes adoctrinadores oficiales u oficiosos, pero no se permite discrepar a los profesores ni a los profesionales y verdaderos expertos, por ejemplo, de la medicina con razonamientos científicos.

Basta una acusación de no observar ese pensamiento único o manifestarse, aunque sea de forma respetuosa, discrepante con la doctrina oficial que se ha impuesto para ser expedientado, marginado, prohibido, apartado de sus funciones y, si llega el caso, hasta procesado. Y, en definitiva, tratados como apestados. Y, además, en estas leyes se contempla y estimula la delación como procedimiento acusatorio contra los discrepantes. Práctica que ya sabemos en qué tipo de regímenes políticos se fomenta y practica profusamente.

No se pueden hacer alusiones laudatorias del régimen anterior bajo amenaza de acusación de apología del franquismo, aunque esas alusiones se ajusten a meros hechos históricos demostrados, independientemente de que cada uno puede y debe de ser libre de tener sus propias opiniones.

Determinadas minorías radicales se han impuesto sobre la lógica, el sentido común y hasta sobre la misma naturaleza del ser y de las cosas ante la pasividad de las mayorías. Cualquiera puede darse por aludido u ofendido ante las expresiones de otras personas por el mero hecho de que no sea de su cuerda y convertirse esa expresión, que puede definir simplemente una realidad incuestionable como puede ser el sexo o el color de la piel, en un delito de odio. El derecho a la libertad de expresión queda restringido para quienes no admiten la expresión libre de quienes no coinciden con ellos.

Las ideas y las posturas más radicales se están imponiendo por las malas o por las malas, por la fuerza de los hechos consumados o de las leyes promulgadas al efecto como ocurre, por ejemplo, con la denominada ideología de género. Tenemos que escuchar afirmaciones tales como la de una ministra que sentenciaba que la Justicia o es feminista o no es justicia. La Justicia lo que ha de ser es justa, independientemente de que se aplique por o para hombres o mujeres. Y, por lo general, afirmaciones tan rotundas como esa, hechas por una persona con esa alta responsabilidad, no suelen ser oportunamente cuestionadas ni rebatidas.

Dudamos si todo ello obedece a pusilanimidad, malentendidos respetos humanos, voluntad de no complicarse la vida o directamente cobardía.

El pertenecer a ciertos colectivos o participar de sus postulados es tenido como muestra de excelencia y progresía, mientras que el pertenecer a la mayoría silenciada más que a la mayoría silenciosa es establecido como un estigma del que avergonzarse.

Mientras que los radicales, sobre todo si son de tendencia izquierdista, se enorgullecen y engríen, y se consideran poseedores de la verdad absoluta, los prudentes parece que se avergüenzan y van por la vida como acoquinados y teniéndose que hacer perdonar por algo o no ser tachados de fascistas, machistas, racistas u otros apelativos terminados en ista o en fobo.

Quizá, antes de que sea demasiado tarde, haya llegado el momento de rebelarse contra esa imposición, de hacer valer y defender las propias ideas y esos valores que esas minorías se han empeñado (y parece que lo están consiguiendo) erradicar. Hacer uso del legítimo derecho a la libertad de expresión, naturalmente mientras no sea real y objetivamente ofensiva para otras personas. Una cosa es definir y otra calificar. Y, en su caso, derogar esas leyes de claro carácter dictatorial que se promulgan para imponer por la fuerza, la amenaza y la coacción aquello que no se es capaz de enseñar mediante la argumentación y el respetuoso, pero firme, razonamiento.

Se reclama tolerancia a los prudentes y moderados por parte de los más intolerantes y radicales. Que no sea cobardía o indolencia. Quizá convenga recordar que antaño se conocía a los lupanares o prostíbulos también como «casas de tolerancia». Que por ejercer esa tolerancia condicionada no acabemos por ser una gran «casa de tolerancia».