No es cansancio el caminar…

8/FEB.- En el XXV aniversario de la creación del grupo de veteranos de la OJE en Cataluña.


Publicado en su núm. 244 de la revista Trocha, de febrero de 2023. Editado por Veteranos OJE - Cataluña. Ver portada de Trocha en La Razón de la Proa. Para recibir el boletín de Trocha

No es cansancio el caminar…

La vida nos ha concedido el privilegio de poder contemplar nuestra ya larga peripecia con cierta perspectiva y aunque creo que a algunos de mis antiguos amigos de la OJE ya se lo he explicado más de una vez me voy a permitir, ahora que viene al caso, a rememorar cómo llegué a la Organización Juvenil Española.

Fui el sexto y último de mis hermanos -cuatro varones y dos mujeres- y nací con gran diferencia cronológica con respecto a los demás, al punto que del mayor me separaban 21 años y del menor de todos, diez. Tuve, además, la mala suerte de que mi madre falleciese cuando yo tenía ocho años, lo que quiere decir que el hermano que me seguía en la lista ya había cumplido los 18 y tenía alguna de sus primeras novias (tuvo muchas más porque fue tremendo camaján, como dicen los cubanos). En cuanto a mis hermanas, la mayor de todas hacía tiempo que se había casado y ya le habían nacido tres o cuatro de los diez hijos que llegó a tener y la segunda, tuvo que retrasar unos meses la boda a causa del óbito de nuestra madre, lo que quiere decir que no tardó en irse de casa para formar un nuevo hogar con su marido. Quedé yo por tanto como un verso suelto con el que nadie sabía muy bien que hacer. Al final se optó por la solución más fácil: ingresarme interno en el colegio de los Jesuitas de Sarriá (que estaba a no más de doscientos metros de mi domicilio familiar, pero al que sólo podía volver los domingos de once de la mañana a ocho de la tarde y en vacaciones, claro.

En dicho colegio permanecí interno cinco años y mis compañeros fueron alumnos procedentes como muy cerca de la provincia de Barcelona o del resto de provincias catalanas, aunque los había de Andorra, Venezuela, Ecuador y algún otro país lejano. Quiere ello decir que, cuando salí del colegio para hacer fuera el sexto de Bachillerato -los venerables padres suplicaron a mi progenitor que me cambiara de centro, por malo-, perdí el contacto con mis condiscípulos y me encontré con quince años sin amigos cercanos.

Para entonces había tenido noticia de la reciente creación de la Organización Juvenil Española y como quiera que mi padre tenía su despacho en la calle Valencia, entre Balmes y Rambla de Cataluña, al que iba con frecuencia a estudiar, averigüé la existencia en sus proximidades del Hogar Zaragoza, sito en el Paseo de Gracia, por lo que resolví acudir en solicitud de información. Me encontré con un ambiente que me resultó sumamente grato y no perdí el tiempo en solicitar el ingreso, ya en calidad de cadete pues tenía la edad para ello. Participé en las diversas actividades que allí tenían lugar y, habida cuenta mis intereses específicos, rápidamente me encargaron de poner en marcha el aula menor -luego mayor- de formación y me invitaron a participar en el foro juvenil provincial. Más tarde asistí a la Escuela Provincial de Mandos que dirigía Santiago Carlos Castellá Ramón para hacer el curso preparatorio de mando menor y en agosto de 1961 fui a Covaleda en cuyo campamento, a cargo de Agustín Castejón Roy, me titulé como jefe de centuria, función que desempeñé luego en la Fernando Capaz. Estuve en la concentración que tuvo lugar en El Parral de Burgos en octubre de ese mismo año y colaboré más tarde como mando en campamentos y en la Universidad de Verano de Tarragona, me diplomé como profesor de Educación Cívico Social y aunque a lo largo de la vida anduve por itinerarios muy heterogéneos, siempre me quedó al huella de la formación recibida en la Organización Juvenil que si tuviera que resumir en tres puntos concretos diría que se expresaron en mi plena identidad con la unidad de España, bien que en toda su diversidad, en el sentido de igualdad entre todos los hombres y mujeres y en una acendrada voluntad de batallar por la justicia social. Y, además, me quedaron muchísimos amigos que he ido encontrando a lo largo de mi vida en muy diferentes lugares, profesiones, tareas e incluso opciones ideológicas.

En mí ya provecta madurez me he reencontrado con muchos de aquellos amigos de los años sesenta y he vuelto a compartir con ellos marchas (muy atemperadas) y viajes, reuniones, festejos y toda suerte de peripecias y a colaborar en la medida de nuestra posibilidades con la OJE, que ha logrado continuar su tarea en la España constitucional con plena lozanía y operatividad. Séame, pues, permitido, recordar en esta ocasión el pareado que escribió de su puño y letra Castejón el dorso de una foto de aquel campamento de Covaleda y que expresaba mejor que nada la lección que había recibido aquel verano en el raso de la Nava:

No es cansancio el caminar,
cuando se anda con calma,
llevando un sueño en el alma,
y en los labios un cantar”.