Debemos recuperar el valor de la austeridad

19/05.- El sistema económico actual está basado en el gasto, tanto a nivel social como a nivel individual, lo que nos lleva a crisis muy peligrosas, de forma continua. Ante ello, debemos recuperar el valor de la austeridad como fórmula de vida, y hacer del trabajo y el ahorro las palancas para hacer un país y unas personas más fuertes y libres.
Debemos recuperar el valor de la austeridad

Economía española: mantenimiento o apuntalamiento

Estamos asistiendo estos días a la irrupción de una verdadera catarata de avisos y prediciones o premoniciones sociales, que giran acerca del siguiente interrogante: ¿cómo será el mundo tras la crisis del coronavirus?, dando por supuesto que el mundo será distinto, así, en general, y sin mucha más precisión.

Si analizamos dichos augurios, veremos una constante en ellos: la de que el mundo será distinto, tal vez, pero que seguirá asentando sobre bases fungibles, transitorias, no nacidas ni asentadas en valores permanentes. Lo que se apunta es, simplemente, a un mensaje más bien pobre e incluso desolador: lo que se trata es de salir del paso, después ya veremos. O como se condensa en el terrible adagio a que tan acostumbrados nos tienen nuestros gobernantes: ‘el que venga detrás de mí, que arree’.

En el campo de la economía, en España estamos presenciando un curioso (por llamarlo de alguna forma) espectáculo: necesitamos dinero, mucho dinero, cantidades ingentes de dinero, para taponar las muchas vías de agua que presenta la nave nacional; de hecho, estamos en quiebra. Y nos dirigimos a Europa pidiendo que nos aporte liquidez, efectivo, ‘cash’, parné contante y sonante. La controversia reside en cómo queremos que nos lo aporte.

Nuestro Gobierno pide, implora, reclama que este trasvase de fondos hacia nuestras exhaustas arcas sea en forma de deuda perpetua; es decir, que no tengamos que devolverlo nunca, aunque sí pagaremos intereses también perpetuos. Esto, en sí mismo, ya es un engaño, porque la suma de un interés anual, más otro interés anual, más otro interés anual, etc., y así hasta el infinito, rebasará pronto el importe del capital recibido, ello sin contar que ya, desde hace años, los intereses al servicio de la deuda son enormes, exorbitantes: destinamos a ello más de ¡treinta mil millones de euros! anuales de los Presupuestos Generales del Estado. Treinta mil millones que vienen a igualarse con el déficit anual de la Seguridad Social para el pago de pensiones, paro, u otros servicios sociales.

La respuesta a esto de Europa, y sobre todo del país que manda, Alemania, es la de nanay: si queremos, si necesitamos dinero, tendremos que devolverlo. La premisa que utiliza es sencilla de entender: ‘¿Nos consulta España cómo gasta el dinero? No. ¿Consensua con nosotros la forma de gastarlo? Tampoco. Pues entonces, aténganse a las consecuencias’. Y así estamos, con la espada de tener que someternos a un rescate sobre nuestras cabezas.

La moraleja a detraer de este panorama es muy interesante, si sabemos dar con la herida. En el plano social y colectivo, la moraleja es obvia: España, en estos momentos, no necesita una ayuda financiera para el mantenimiento del edificio económico de la nación: necesita un apuntalamiento. Y lo necesita porque el edificio se cae. Eso debería hacernos reflexionar como país, y ver honradamente lo que estamos haciendo mal.

¿Eso significaría apretarse el cinturón y reducir nuestro nivel de gasto eliminando lo mucho superfluo de hay en él, y que tiene en la clase política su máximo exponente? Por supuesto. Eso conlleva a un gran pacto nacional en que se dejen definitivamente de lado las luchas partidistas, pero siempre será más digno apretarnos nosotros el cinturón, que no que nos lo aprieten desde afuera.

En el plano personal e individual, la moraleja es aún más atractiva. Cuando hablamos de pérdida de valores, el de la austeridad brilla con luz propia. Como el Estado, los españoles, vistos en su conjunto, hemos perdido el valor de la austeridad. Una austeridad que no quiere decir pobreza, sino adecuación sabia y prudente de nuestras necesidades a  nuestras posibilidades, fundando nuestra vida en el valor del trabajo y del ahorro como mimbres imprescindibles del cesto de la prosperidad.

Eso nos haría, a no muy largo plazo, ser un país realmente fuerte poblado de seres fuertes, y, por tanto, presto y prestos a apuntar a nuevas e ilusionantes metas. Lo que tenemos entre manos ahora, mejor que nos lo creamos cuanto antes, es una mentira, un castillo de naipes que puede venirse abajo en cualquier momento.

La austeridad, sí, es un valor que nos hará más fuertes y más libres como individuos y como pueblo. José Antonio nos lo recordó más de una vez. No lo olvidemos.


 

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