Entre elecciones

España como tal sigue siendo ese borrador inseguro de nuestro dolor; se aleja de un horizonte próximo su consolidación como patria de todos los españoles.


​​Publicado en la revista El mentidero de la Villa de Madrid núm. 759 (6/JUN/2023), continuadora de Desde la Puerta del Sol. Ver portada El Mentidero en La Razón de la Proa (LRP) Recibir el boletín de LRP.​

Entre elecciones

Va a ser inevitable que el avezado lector encuentre un fácil paralelismo entre el título que encabeza estas líneas y el de la famosa novela de Carmen Martín Gaite Entre visillos, y no le va a faltar razón; la misma sensación de vulgaridad y de aburrimiento que se respira en el ánimo de las protagonistas de la obra está tiñendo ahora lo que, en otros momentos, era calificada por los más entusiastas como la gran fiesta de la democracia.

Si la convocatoria del pasado 28 de mayo se presentaba a todas luces como una preparación o anticipo de las generales, señaladas en origen para finales de año, ahora la cita adelantada, de forma apresurada pero no menos calculada por el autócrata de La Moncloa, la convierte en un verdadero plebiscito, bajo el lema casi apocalíptico de ellos o nosotros.

Ellos son, para Sánchez, el mal sin paliativos, eso que en su repetido y cansino juego de palabras es «la extrema derecha y la derecha extrema»; el nosotros es, evidentemente, el progresismo, la bondad sin límites, el bien del pueblo –¡qué ironía!– y no el interés partidista y sectario. Los mensajes iniciales parecen desprender, incluso, un tufillo guerracivilista, por lo que no nos extrañaría que se sacaran a colación reminiscencias de la memoria de hace ochenta años y promesas de nuevas profanaciones de sepulturas; no parecen querer evocar, sin embargo, que el cambio de Régimen de 1931 se debió a unas elecciones municipales…

La oposición, a todo esto, está pletórica de entusiasmo por los resultados obtenidos y, puestos todos evocar un pasado lejano, no nos extrañaría que se rescatara aquel cartel triunfalista de la CEDA que anunciaba a bombo y platillo «a por los trescientos», rápidamente arriado ante el resultado fraudulento, pero de calamitoso peso histórico, de febrero de 1936.

A ese entusiasmo, este humilde escribidor (que, como ha dicho tantas veces, no entiende de política) puede aducir algunas discordancias que lo enfríen, sin pretender ser agorero. En primer lugar, la consolidación y crecimiento del feudo neo-etarra en el País Vasco y Navarra; allí, los hijos (léase, Bildu) amenazan con destruir, al modo edipiano, a los padres (es decir, al PNV, el que recogía las nueces). En segundo lugar, en Cataluña, donde no tocaban elecciones autonómicas pero sí municipales, el afianzamiento de los candidatos abiertamente separatistas; concretamente en Barcelona, parece (salvo pactos-sorpresa a los que ya estamos acostumbrados) que le inutilidad manifiesta de la señora Ada Colau será sustituida por la vetusta presencia del señor Xavier Trías, el heredero de Jordi Pujol y de Artur Mas. Es sintomático que Aragonés lance la idea de formar un frente común de los separatistas para prevenir el ascenso electoral de la derecha.

El tercer foco de inquietud para un servidor es la constatación de que en Ceuta y Melilla persiste un partido pro-marroquí, en extraña connivencia con elementos de otros partidos nacionales; el escándalo a raíz de la compra de votos por correo no va a hacer mella entre sus seguidores. No nos queda más remedio que sospechar que, en otras esferas desconocidas, sigue cuestionándose la españolidad de ambas ciudades, sin que acertemos a vislumbrar si existe o no el cacareado chantaje del móvil pirateado al señor Sánchez o si están más o menos planificadas para el futuro maniobras internacionales o globalizadoras para satisfacción del constante aliado de los EE.UU., todo ello para añadir desinformación y sumir en perplejidad a ceutíes y melillenses, y, en general, a todo un pueblo español que se ha acostumbrado a todo.

Sea como sea, con los tres datos mencionados, España como tal sigue siendo ese borrador inseguro de nuestro dolor; se aleja de un horizonte próximo su consolidación como patria de todos los españoles, incuestionable en su unidad y, acaso secundariamente, defendida por un orden constitucional concreto; y añadamos –muy subjetivamente, si se quiere– el viejo refrán de que acaso de aquellos polvos vinieron estos lodos, dada la manifiesta irresponsabilidad con que se gestionó un sistema autonómico como el que tenemos, que priorizó y dio alas a los nacionalismos interiores.

Por otra parte, la oposición aparece claramente dividida, entre la apuesta por la continuidad del bipartidismo que representa el PP (recordemos que, en sus mandatos, aun con mayoría absoluta, no derogó ninguna medida de calado de su teórico adversario del PSOE), y el rupturismo de Vox, que prefiere llamar a las cosas por su nombre y, de momento, adopta una actitud de intransigencia con gran parte del Pensamiento Único del Sistema.

Quizás la maniobra del estratega Sánchez sea conceder escaso tiempo a ambas formaciones para que no puedan dirimir sus diferencias y acuerden o no pactos en las circunscripciones donde han batido a la izquierda el 28 de mayo; maniobra al margen, no lo olvidemos, de fastidiar las vacaciones de los españoles y conseguir que, en su pleno disfrute, no acudan a las urnas en la víspera de San Juan.

Las observaciones apuntadas, con más o menos acierto, de este español de a pie encierran un reto para nuestro borrador inseguro que es España, pero, al mismo tiempo, transmiten esa sensación de mediocridad y de sopor, que se verá acrecentada por el calor que se avecina, ante la repetición urgente de la fiesta de la democracia.




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