Los caniches rojos

8/OCT. Autor.- Sertorio. Los grandes banqueros y los caciques del IBEX-35 no tienen el menor empacho en compadrear con los supuestos “rojos” de este Gobierno, que es el más sumiso que jamás haya existido frente a las exigencias de la plutocracia planetaria.


Publicado en El Manifiesto (6/10/2021). Sugerida su lectura por la Hermandad Doncel a su lista de difusión. Ver portada Nuevo Mástil en La Razón de la Proa (LRP).

Los caniches rojos

De hacer caso a algunos, España está gobernada por un ejecutivo de extrema izquierda que realiza poco menos que una revolución bolivariana en nuestras instituciones. Conmueve contemplar la histeria de algunos observadores frente al comunismo del gobierno de radicales burgueses que impera de manera tan precaria y sectaria sobre un equilibrio inestable y pintoresco de fuerzas profundamente incompatibles con la salud y el bienestar de la nación.

La Ley de Memoria Democrática —al menos tienen el decoro de no llamarla “histórica”— es para muchos el símbolo más claro de esa regresión estaliniana. Y aparentemente no les falta razón: desde un punto de vista intelectual convierte la versión comunista de la Guerra Civil en única e indiscutible verdad, en dogma de obligada creencia bajo pena de castigos draconianos. La inanidad de estas normas salta a la vista: engrandecen la figura de Franco, que pasa a ser una encarnación metafísica del  mal y, por lo tanto, algo muy atractivo para los enemigos del “nuevo” régimen que estos zoquetes pretenden instaurar.

¿Quién nos iba a decir que la nueva forma de "épater le bourgeois" es defender al Caudillo?

¿Pensó alguna vez don Blas Piñar que su pensamiento iba a resultar más rebelde y rompedor que el de los sesentayochistas? Franco como espantaviejas, como pesadilla de beatas, como Ubú Rey, es una tentación irresistible para los futuros jóvenes alborotadores y jaraneros, igual que Mao en los sesenta.

Mirado desde cierta distancia, esto que pasa ahora en España tiene un tinte ridículo: una ceremonia de vudú postmortem llevada a cabo por antifranquistas nacidos después de Franco, con el general y su tropa bien enterrados; y ejecutada con la misma mojigatería que en los años cincuenta se organizaban los Congresos Eucarísticos y en el siglo XVI las quemas en efigie de los herejes ya muertos: la España Negra travestida de miliciana prêt-à-porter. Además, esta damnatio memoriæ, como todas, carece de futuro. En 1660, algo parecido hicieron los ingleses con Cromwell, cuyo cuerpo fue profanado y quemado y su memoria maldita por regicida. En el siglo XIX se le empezó a valorar como el creador de la potencia imperial británica y en el XX se rodó una gran película encomiástica y hasta se bautizó un tanque con su nombre. Con Francisco Franco, modernizador del país y padre de la sociedad española actual, pasará lo mismo. Y seguro que antes que con Cromwell.

“Bueno —se preguntará el sufrido lector—, ¿no es esa política de condena teológica del franquismo estrictamente comunista, incluso etarra? ¿No recuerda a las medidas de borrado y manipulación de la  Historia de la Enciclopedia Soviética, por ejemplo?”. Desde luego, pero si se incide tanto en ella es porque es la única política verdaderamente de izquierdas, en el sentido clásico de la palabra, que a este Gobierno le está permitido realizar. Sólo en esto les permiten jugar a los bolcheviques. Todo lo demás: las bufonadas de género, el delirio feminista, el suicidio identitario, todo eso no pertenece al comunismo, y menos que a ninguno al soviético de 1937-1986, sino al radicalismo burgués y universitario, a las modas parisinas de la gauche caviar. Estas políticas son estrictamente oligárquicas, están subordinadas al supracapitalismo del que ya hablaba Kautsky hace más de cien años, al imperialismo global de los grandes monopolios, que necesitan barrer toda resistencia a la homogeneización del mundo en una masa indiferenciada de productores y consumidores. Como los Millerand y Vandervelde que atacó Lenin en 1918, los políticos de la Nueva Izquierda son los mejores servidores de la burguesía, pues diluyen en un montón de reivindicaciones retóricas el aspecto esencial del marxismo verdadero: la lucha de clases. Todas estas bobadas del género, del feminismo y del multiculturalismo en realidad son sucedáneos de la lucha de clases, un ersatz con el que se adultera el verdadero problema revolucionario de nuestra época: la lucha de los pueblos contra el capitalismo internacional. Y el pueblo consciente es la nación, cuya voluntad democrática se expresa en el concepto de soberanía. Y eso es lo que necesariamente pone en almoneda el régimen supraimperialista en este Estado de la globalización, cuando la optimización de beneficios a escala mundial exige la supresión del poder popular soberano; para ello es necesario acabar con la identidad de los pueblos, algo que los cohesiona instintivamente y les otorga una defensa natural frente a la superélite mundialista, frente a las sanguijuelas de Davos y demás foros financieros. Tengámoslo bien claro: 

La lucha de clases es hoy la lucha de las naciones frente a la plutocracia mundial

La división de la sociedad en una suma de minorías es un recurso típico de todo poder imperialista sobre los sujetos a los que domina, el divide et impera clásico. Además, el pensamiento de la izquierda favorece la disgregación y atomización del hombre, que deja de ser persona, con lazos comunitarios, de sangre, de espíritu, de tradición, para convertirse en un individuo en pugna con un entorno dividido entre hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, y hasta carnívoros y vegetarianos.

Cuando hablamos de lucha de clases, ya no nos valen las categorías del siglo pasado. Hoy el concepto de proletariado no obedece únicamente a la clase obrera, sino que integra a ésta con unos estratos pequeñoburgueses crecientemente desposeídos y cuya miserabilización aumentará en los próximos años, precisamente debido a la competencia de los países emergentes y a las políticas de importación masiva de mano de obra barata por los oligarcas europeos, que dispondrán de un colosal ejército de reserva que permitirá poner el precio del trabajo al nivel de Bangladesh. Fíjese en este dato el curioso lector: ninguna patronal ha protestado jamás contra la inmigración masiva.

El obrero, el agricultor y los cuadros tradicionales de la clase media son el enemigo de la plutocracia mundial, que pretende operar una verdadera sustitución demográfica muy semejante a la que los plantadores esclavistas del sur de los Estados Unidos hicieron con los pequeños granjeros blancos en los siglos XVIII y XIX. Para ello, además de la dominación económica y política, es necesaria la dominación cultural: el hacer que los pueblos europeos se sientan culpables de su historia y abominen de ella. Una nueva versión del autodesprecio puritano del capitalismo clásico, que afirmaba que la pobreza se debía a la naturaleza pecadora y pervertida del pobre y no a la opresión económica o a la mala suerte. El complejo de culpa, la asunción de la propia inferioridad, es esencial en todo proceso de colonización y opresión clasista.

La izquierda dominante es el animal de compañía del gran capitalismo

Hoy los bolcheviques somos nosotros, la izquierda dominante es el animal de compañía del gran capitalismo, una versión radicalizada y especialmente venenosa del liberalismo democrático. Los grandes banqueros y los caciques del IBEX-35 no tienen el menor empacho en compadrear con los supuestos “rojos” de este Gobierno, que es el más sumiso que jamás haya existido frente a las exigencias de la plutocracia planetaria. Ni siquiera son tigres de papel, se quedan en caniches rojos de papel couché, que saltan alborozados alrededor de su amo. Sería hora de releer a Marx o a Bujarin o al joven Niekisch por nuestra parte, y de conocer a los hermanos Jünger y a Spengler por lo que pueda quedar de la izquierda tradicional, para operar una síntesis más que necesaria hoy en día. Íñigo Errejón lo intuyó, pero prefiere hacer piruetas y monerías homomatriarcales en lugar de llamar a su partido Más España. No lo pueden evitar, son las mascotas adiestradas del Nuevo Orden Mundial.

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