El miedo a la libertad

20/FEB. A ningún gobierno debería preocupar la libertad de elegir de unos padres sobre si conviene o no a sus hijos una actividad escolar que afecte a temas intrusivos para la conciencia y la intimidad.


Publicado en el número 329 de la Gaceta FJA, de febrero de 2020.
Editado por la Fundación "José Antonio Primo de Rivera".
Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa.

El miedo a la libertad

El miedo a la libertad

A ningún gobierno debería preocupar la libertad de elegir de unos padres sobre si conviene o no a sus hijos una actividad escolar que afecte a temas intrusivos para la conciencia y la intimidad.

No estaría justificado este miedo a la libertad de elegir como tampoco lo hay cuando se ha dado a elegir entre ir a clases de Ética o Religión. No estaría justificado salvo que el gobierno quiera entrar en el espacio de la formación de la conciencia de los hijos.

Acaso los únicos que deberían temer serían quienes promueven actividades extraescolares que violentan la intimidad de los niños o pretenden moldear sus conciencias escudados en que los contenidos a impartir son incontestables y absolutamente necesarios. Si –como ocurre mayoritariamente– la escuela se dedica a focalizar su tarea en la transmisión de conocimientos incluidos en los desarrollos curriculares y en los valores cívicos sobre los que se construye nuestra convivencia, nada más que colaboración se puede esperar de los padres.

El problema aparece cuando se intenta pasar como valores cívicos lo que son planteamientos ideológicos de sólo una parte de la sociedad y estos, además, entran en un campo de fronteras difusas como es la conformación de la conciencia y la intimidad de nuestros hijos.

En España hemos asistido con absoluta pasividad a un despliegue ideológico en el ámbito educativo. Me refiero a la parte educativa del Programa 2000 inspirado por Jordi Pujol y hecho público en 1990 ante la más absoluta indiferencia de políticos, jueces, fiscales, opinadores y resto de la sociedad.

En estos días estamos teniendo una intensa e interesante polémica en torno a la idoneidad de aplicar un PIN parental para las actividades educativas extraordinarias de nuestros hijos. Un PIN similar al que podemos activar para filtrar los contenidos en la TV, el PC o el teléfono de nuestros hijos.

La polémica ha sido mayor por coincidir en el tiempo con la divulgación de las opiniones sobre las prácticas sexuales que recomienda aplicar a los hombres la nueva directora del Instituto de la Mujer, Beatriz Gimeno.

Sin haber aún finalizado la II Guerra Mundial, cuando incluso pocos dudaban de la victoria de las potencias de Eje, en su ensayo de 1941 El miedo a la libertad, el psicólogo alemán Erich Fromm describió este fenómeno con lucidez: La persona considerada normal en razón de su buena adaptación, de su eficiencia social, es a menudo menos sana que la neurótica. Frecuentemente está bien adaptada tan sólo porque se ha despojado de su yo, con el fin de transformarse en el tipo de persona que cree que se espera socialmente que ella debe ser.

Según Fromm, en su explicación del entonces triunfo del nacionalsocialismo, la sociedad moderna nos otorgó una gran dosis de libertad, pero al mismo tiempo nos produjo sentimientos de aislamiento. Al no soportar la carga de la libertad, el hombre, afirmaba Fromm, emplea usualmente un mecanismo de evasión que él llama conformismo compulsivo automático. La sociedad, de esta forma, ante el vértigo de ejercer tal dosis de libertad acababa sucumbiendo a quienes le conformaban su conciencia horadando en el espacio de su propia libertad del que habían dimitido por puro conformismo. Las personas regalaban su libertad al dictador.

El Premio Nobel de Economía Milton Friedman, muchos años después, en 1980, publicó La Libertad de elegir donde, en parte de sus diez capítulos criticaba abiertamente la argumentación psicológica de Eric Fromm expuesta en El miedo a la libertad. En un planteamiento estrictamente económico, Friedman sostenía que el conformismo del consumidor miedoso teorizado por Fromm carecía de sentido.

En definitiva, el consumidor no sería complaciente con argumentos meramente publicitarios dejándose llevar por modas impuestas. Antes al contrario, la persona acabaría eligiendo siempre la mejor opción en un mercado libre incluso a pesar de existir publicidad engañosa. Esto último abría la puerta a otra discusión acerca de cuál debía ser la regulación óptima de la publicidad.

En la cuestión del PIN parental asistimos a más de una paradoja. Por ejemplo, durante siglos, las familias cristianas respaldaban la inspiración de los contenidos escolares relativos a la conformación de la conciencia porque, en último término, la influencia de la Iglesia no fue cuestionada formalmente hasta la creación de la Institución Libre de Enseñanza.

En ese tiempo, toda objeción de las familias no católicas a estos contenidos educativos era aplaudida por las formaciones progresistas hasta llegar a la Constitución de 1931. Fue primero con la creación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía y ahora con la penetración de la Ideología de Género en las actividades extraordinarias, cuando las familias contrarias a estos contenidos ideológicos a menudo disfrazados de educativos, reivindican su derecho a educar a sus hijos en unos valores diferentes.

Aun siendo crucial lo que se ventila tras la cuestión del PIN parental, el sistema educativo español no tiene su principal falla en las actividades a las que este mecanismo de los padres afecta. El problema está en las materias curriculares en cuya preparación los alumnos españoles siguen mostrando unos resultados sonrojantes.

Mientras tanto, el Programa 2000 de Jordi Pujol se ha ejecutado con absoluta plenitud y complicidad de la mayoría. Los pronunciamientos de los tribunales españoles han sido flagrantemente insuficientes. Para estas familias ni antes ni ahora, hubo gobiernos que se ocupasen de manera determinante de hacer efectivo el derecho de recibir educación en castellano.

Ya que las ideas de Fromm procedían de la Escuela Socialista de Frankfurt, el Gobierno haría bien en seguir a su pariente ideológico. Bastaría así con hacer con su plan ideológico lo mismo que se ha hecho con el Programa 2000 de Pujol, esto es, hacer sentir miedo a ejercer la libertad a las familias a la hora de pedir la educación en castellano para sus hijos.

Hacerles sentir el miedo a ser señalados por el resto de padres. Así hasta tener terror a pulsar el PIN de la educación en castellano. Quizá esta estrategia del miedo a la libertad le resulte al gobierno más eficaz que prohibir el uso de un PIN.


 

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