Sobre la amistad

5/05.- La amistad verdadera, como nos recuerda Laín Entralgo que dijo Kant, es un «cisne negro» o un «mirlo blanco», como solemos decir los españoles.

Artículo de opinión de Gerardo Hernández Rodríguez.


Publicado en el número 302 de 'Desde la Puerta del Sol', 5 de mayo de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa

 

Sobre la amistad

El título de esta reflexión está tomado del de la obra de Pedro Laín Entralgo, publicada por Revista de Occidente en el año 1971, y lo hago porque es posible que éste sea un tema sobre el que pensar en estos días de «arresto domiciliario» ya que, en el aislamiento de nuestros hogares, aunque lo compartamos con algunos de nuestros familiares, es dado recordar a nuestros parientes y amigos.

A esos a los que ahora echamos de menos cuando, a lo peor, en circunstancias normales tratamos con menos entusiasmo y de los que, quizá hasta algunas veces, pensemos que «nos cargan». Ahora estamos apreciando el verdadero valor de su afecto, de su leal amistad.

Laín Entralgo, en esta obra aporta unas citas, una de ellas de Aristóteles y la otra de plena aplicación práctica en la actualidad, que merece la pena recordar:

«La amistad es lo más necesario para la vida» y «El mundo en que vivimos se halla menesteroso de amistad».

Los parientes nos vienen dados por nuestras respectivas circunstancias familiares, pero los amigos los elegimos, aunque también es cierto que frecuentemente identificamos amigos con conocidos.

Conocidos, compañeros podemos tener muchos, incluso «amiguetes» que constituyen una especie particular dentro de las relaciones sociales, pero amigos, amigos de verdad, no siempre se tienen tantos y, en ocasiones, hasta se podrían contar con los dedos de las manos.

Amigos verdaderos son aquellos que acuden a nosotros cuando los necesitamos, aunque no se lo pidamos. Y nosotros demostramos nuestra amistad cuando acudimos en ayuda de los demás que lo precisan, aunque no nos lo re-clamen.

Tenemos muchas y variadas relaciones sociales, pero, ciertamente, nuestro mundo, y nosotros en él, se halla menesteroso de amistad.

Es bueno que en estos días y en estas circunstancias hagamos un recorrido por la lista de nuestras amistades e, incluso, hagamos un examen de conciencia para ver cuál es o ha sido nuestro comportamiento con ellos y el suyo para con nosotros.

Y es casi seguro que nos llevaremos más de una sorpresa y, al acabar el confinamiento y en la fase correspondiente de esas establecidas aunque un tanto confusamente, por el Gobierno, vayamos a ellos para agradecerles tantas cosas que, por aquello de que «cuando hay confianza da asco», no les hemos reconocido adecuadamente. O tendremos que pedirles disculpas por acciones u omisiones propias en las que, de forma consciente o inconsciente, no hemos actuado como se merecían.

Como ya queda dicho, compañeros, colegas y hasta camaradas, aunque esta expresión tiene connotaciones muy particulares para algunos de nosotros, podemos tener muchos.

Del colegio, de la universidad, del taller, de la empresa, del Servicio Militar pero, como consta un poco más atrás, amigos amigos son bastantes menos pero que perduran a lo largo de toda la vida.

Y como reza la canción «algo se muere en el alma cuando un amigo se va».

Es curioso y a la vez significativo, como muchas veces, esas buenas y duraderas amistades se forjan en tiempos y circunstancias difíciles, incluso, con personas con las que probablemente no volveremos a coincidir físicamente nunca o casi nunca, pero con las que mantendremos una relación afectiva perpetua.

Con los compañeros de trabajo a veces se dan unas relaciones competitivas, tal vez hasta de rivalidad, en las que puede prevalecer el afán de superación, las ambiciones y no se forjan esas amistades duraderas, aunque compartamos los tiempos y los espacios durante años de nuestra vida, incluso durante toda nuestra vida profesional.

Son esos compañeros con los que podemos ir a compartir un aperitivo o una cena, incluso acompañados de los o las cónyuges, que tampoco tienen que simpatizar forzosamente. Son esas ocasiones en las que hay que «mantener el tipo», porque profesionalmente nos interesa.

Pueden ser esas comidas o cenas de empresa en la que se finge una pose entre personas con las que menos apetece compartir ese momento y que, aunque nos está deseando, por ejemplo, «unas felices Navidades y lo mejor para el próximo año», sabemos que va a hacer todo lo posible por «pisarnos los callos», como empleado o como jefe, y tratar de fastidiarnos en ese año para el hipócritamente que nos desea felicidad.

Tenemos también compañeros de estudios que, cuando acaban los cursos, cada uno va por su lado o cuando terminan las carreras orientan su actividad profesional en diferentes direcciones. Sin embargo, es curioso cómo, transcurridos los años, quizá para conmemorar las bodas de oro de la promoción, a alguno se le ocurre «tocar a rebato» y se reúnen en celebraciones en las que se comparten recuerdos, añoranzas y se hace memoria de los que ya no están.

Y se acuerda repetir la experiencia en años sucesivos, pero, por una u otra causa, con el tiempo el grupo de los que acuden a la llamada tiende a disminuir. Claro que los motivos relacionados con la edad y la super-vivencia tienen mucho que ver con este hecho.

Lo expuesto en las líneas precedentes no significa que no se puedan establecer amistades verdaderas en estos ámbitos. De hecho, con relativa frecuencia también se crean y mantienen buenas y sinceras relaciones de amistad en dichos entornos.

Especialmente entre pares, cuando no median a competitividad o las rivalidades. Cuando se celebran éxitos de esos amigos y no aparece la car-coma de la envidia.

Hay, sin embargo, una de esas circunstancias en las que compartimos las veinticuatro horas del día, en condiciones a veces duras, en las que no existe la perspectiva de progreso o desarrollo profesional, en donde la camaradería, el verdadero compañerismo se muestran en toda su dimensión y unos se sacrifican por los demás sin esperar recompensa.

Esas circunstancias, aunque sin descartar otras, tienen que ver, por ejemplo, con las estancias en los campamentos juveniles a los que asistimos muchos de nosotros, especialmente, los que ya peinamos canas o en el Ejército, durante nuestro Servicio Militar.

Allí no había muchas comodidades. Dormíamos en un petate en las tiendas de campaña o en un dormitorio con «tropecientas» literas, comíamos el mismo rancho, nos agotábamos en las mismas marchas, pero nos ayudábamos desinteresadamente unos a otros. Se compartía el «galufo» que uno recibía de su casa con los que no lo tenían. O en las salidas se hacía fondo común del dinero, independientemente de lo que cada uno pudiera aportar.

Y cuantas veces sufríamos un arresto por la «metedura de pata» de algún compañero sin delatarle, aunque ello supusiera quedarnos sin el permiso de fin de semana que nos iba a ofrecer la posibilidad de ver a la novia. Nadie dela-taba al culpable, aunque luego se le diera un manteo como desahogo del «mosqueo».

¡Con cuantos de aquellos compañeros, iguales, mandos o subordinados, hemos conservado una amistad de las de verdad, de las de toda la vida, para siempre!

Bien, pues ahora es el momento de recordar a todos esos amigos, de hacernos el propósito de convocarles para un encuentro para cuando acabe la «reclusión», de decirles todo lo que hemos callado hasta ahora, aun a sabiendas de que nos van a decir que no hace ninguna falta, «que para eso somos amigos» y que qué sentido tenemos nosotros del valor de la verdadera amistad.

Pero, no obstante, vamos a decírselo. Porque a veces echamos de menos ese apoyo, esas palabras de agradecimiento o de felicitación por algo que hemos hecho y en lo que hemos puesto toda la ilusión. En lo que ellos, por estar en el mismo grupo, han recibido la felicitación por algo que hemos hecho nosotros y que no han compartido con nosotros, «apuntándose el tanto».

Pero también es el momento en el que nosotros, haciendo un ejercicio de sinceridad, de humildad y de amistad verdadera, pidamos disculpas si hemos sido quienes hemos incurrido en tal comportamiento.

A veces somos más dados a la crítica, aunque digamos que es «constructiva», que a la felicitación o el halago siendo merecidos.

Aunque Gabriel y Galán dijera que «las palabras dicen menos que los ruidos y los ruidos dicen menos que el silencio», aunque sepamos que somos depositarios de los mejores sentimientos, en el amor y en la amistad hay que expresarlos. Y para ello disponemos de todos los lenguajes posibles, el verbal, el escrito e, incluso, el de los gestos.

No vale el «para qué le voy a decir lo que le aprecio, si él (o ella) ya lo sabe». Obras son amores y no buenas razones.

La amistad verdadera, como nos recuerda Laín Entralgo que dijo Kant, es un «cisne negro» o un «mirlo blanco», como solemos decir los españoles.

Comentarios