Viaje al centro de la tierra

30/04.- Ella ha sido la creadora de un estilo de afrontar las cosas que denomina «a la madrileña», y ha tenido éxito, al menos en los sondeos. Para muchos, se trata de un inesperado viaje al centro de la Tierra.


Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 448, de 30 de abril de 2021. Ver portada Desde la Puerta del Sol en LRP. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.​

Viaje al centro de la tierra
Cuando una mente simple, como es la mía, oye la palabra centro, inevitablemente piensa en las plazas de toros. No lo puedo remediar. Tampoco lo podría explicar, aunque tal vez esta conexión de resabios cósmicos provenga de mis ancestros egeos, ámbito marítimo donde reinó el Minotauro en el Laberinto de las ideas, la Fenicia de los cedros y los dioses marineros. No olvidemos que Malaca, la ciudad donde nací y en la que vivo, fue fundada 586 años antes del comienzo de la era cristiana por los tirios. Sí, es posible que en esos barcos que llegaron buscando caletas y que, dicen, traían como mascarones de proa la cabeza coronada por un par de cuernos, estén los orígenes ignorados de toda una cultura tauromáquica. Después, pasito pasito, inventaríamos en esta llamada piel de toro nuestra Iberia soñada. Todo eso, y mucho más, bulle en mi cerebro, como en un coso abarrotado por la gente, cuando oigo los discursos que tratan de profundizar en el centro de las cosas. Una especie de centro de la Tierra. Un lugar que fascinó al francés Julio Verne. Pero dejemos esto.

Porque son más interesantes las declaraciones de doña Esperanza Aguirre, que ha dicho que «la estrategia de Casado de su viaje al centro no ha funcionado, la de Ayuso sí».

¡Vaya pupa! Resulta que sin querer, o queriéndolo, ha puesto sobre la mesa el plato y la tajada. Es decir, según se destila de sus palabras, en la Derecha española hay dos maneras de ocupar ese espacio anhelado que suelen llamar Centro, en la creencia de que será desde ese pasillo desde donde se ganarán las elecciones. Es posible, pero, según la política madrileña, esa fórmula ya ha periclitado. Ha dejado de tener ese empuje que tenía, ha muerto en plena euforia interpretativa. Hay vigencias que decaen, igual que es otra, mantenida por los autollamados liberales, que a la vista está el agujero en que se han metido. Pienso que debe de haber un error teórico en estos planteamientos. España, la que van dejando los filibusteros que se alzaron con el Poder, ha llegado a un punto en que necesita incorporar recetas atrevidas, capaces de hacerle frente a las guerrillas comunistas y socialistas que han montado su central de inteligencia en el Galapagar de una sierra. Esa estrategia, según doña Esperanza, la ha rescatado doña Isabel, a quien modestamente llamé no hace mucho la Leona de Castilla. Ella ha sido la creadora de un estilo de afrontar las cosas que denomina «a la madrileña», y ha tenido éxito, al menos en los sondeos. Para muchos, se trata de un inesperado viaje al centro de la Tierra.

En mi simpleza cognoscitiva, la cuestión arranca de mucho más atrás. No se trata de palabras mejor o peor ensambladas sino de significados profundos, tanto como el que se le supone al centro de este planeta que habitamos. Se trata, en fin, del tremendo error de haber confundido el centro de las cosas, nada menos que con su mitad. En la plaza de mis entendederas, donde se ventila cada día la persistencia de la Vida sobre la Muerte, no hay lugar para el descanso. Es sobre la arena amarilla donde el Hombre viaja derechamente al centro de la Verdad que es su vida, y se la juega con los labios apretados, como un hidalgo sin tacha. Da igual que sea una mujer: es la esencia del Ser que sabe lo que quiere y lo apuesta a una tela volandera y, a veces, sin importarle de qué lado sopla el viento. Es curioso, mientras a esa hora, cinco de la tarde, los españoles se debaten en el drama de la supervivencia, en otro país la gente se reúne a tomar el té, que es una tradición respetable pero que a nosotros se nos antoja falaz y provocativa, propia de personas acostumbradas a robar peñones en lugares que no son suyos. Pero también dejaremos esto. Por ahora.

En cierta ocasión escribí: «Y embiste el animal, que está rugiente / y no entiende las cosas del mercado, / al torero, que espera, frente a frente, / cegado por los gritos de la gente /. Y así, tan bravo, a mil millas del prado, / muere el toro que da paso al siguiente». Son los versos finales de un soneto, qué más da, donde entendí que más allá de los animalistas, como ahora se definen los comedores de filetes empanados, estaban quienes se comprometían con la Verdad traidoramente sojuzgada. Ahí, en esa trinchera, se plantaban los que no se arredran ante los ataques malintencionados de los que trabajan para la liquidación de la España de las tradiciones y levantaban una bandera de coraje/furia que «funciona». Ahí estaba, y está el centro, no la mitad. La botella, cuando está mediada, pide a voces ser llenada. Porque es su ser natural. Para eso le fue dado el regalo de existir.

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