Incapacidad

15/01.- Sin duda, por naturaleza, los españoles somos indisciplinados. Pero a veces, cuando tenemos buenos gobernantes, buenos jefes, «buen señor» que dice la frase célebre, lo tomamos en serio y respondemos con disciplina hasta la muerte.

​Publicado en la revista Desde la Puerta del Sol, núm 403, de 15 de enero de 2021.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.

No son pocas las veces que hablamos «sin fundamento» –que diría Arguiñano si se tratara de asuntos culinarios– quienes desconocemos los amasijos que se tejen en las alturas políticas. Lo que hacemos con la vista fija en lo que sucede, cuando los responsables actúan, y teniendo en cuenta qué hacen mientras tanto. De esta impronta de meter baza donde desconocemos a ciencia cierta los asuntos que tratamos nos dejó dicho Vizcaíno Casas, hace tiempo, en su novela Los descamisados:

«Lo que pretendo, sencillamente, es asomarme al balcón de mi casa y presenciar desde allí el desfile de despropósitos e impudicias que ofrece el tráfico diario de ciertas gentes, tenidas por importantes».

Para mí que es una definición perfecta, pues cualquier ciudadano tiene ese derecho, y hasta obligación, ya que, estando en su mano el destino del voto del que es dueño, lo ha de valorar para emplearlo con buen fin y no desperdiciarlo; precisa conocer lo que se mueve por la calle y se escapa por los balcones de los edificios donde se ejerce el poder. Lo cual nos lleva a asegurar que el tratamiento dado a la adversidad a la que nos hemos visto sometidos por la «Filomena» no ha sido, precisamente, el más adecuado.

Por ejemplo, si la AEMET (Agencia Estatal de Meteorología) venía anunciando a bombo y platillo, desde el 31 de diciembre –y por lo tanto el Gobierno debería estar al tanto– que nos venía la «nevada del siglo», lo lógico es que se hubieran puesto todos a pensar y trabajar qué habría que hacer en el peor de los casos. Pero no, como estábamos en las «fiestas del afecto» –según denomina Pedro Sánchez a la celebración de la Natividad del Señor–, había que celebrarlas y olvidar cualquier otra preocupación. Y por ello, incluso, no tuvo lugar el Consejo de Ministros el martes correspondiente –5 de enero– pese a que la anunciada nevada se produciría a partir del jueves día 7.

Y llegó la «Filomena» y nos cogió en ropa interior. Prácticamente sin haber tomado las medidas necesarias para mitigar en lo posible esa «nevada del siglo» que nos anunciaban y el consiguiente frío invernal que helaría toda la nieve caída. Pudimos ver, a través de los cristales de nuestro balcón, cómo nevaba sin que Televisión Española hiciera otra cosa que presentarnos los bellos paisajes que se iban formando, pero ni una toma de lo que ya se estaba haciendo para combatir el problema que se estaba produciendo. Creo yo, no lo sé cierto, que ni en el aeropuerto de Barajas pusieron en marcha las máquinas quitanieves hasta el día siguiente, algo inaudito, pues desde los primeros copos deberían haber estado funcionando. E igual en toda España, en todas las carreteras, en todas las calles de las ciudades.

¿Que faltaban máquinas? Probablemente. Pero que no se utilizaron todas las posibles, seguro. De la misma forma que la empresa constructora que está haciendo la obra del «Santiago Bernabeu» puso a trabajar las máquinas de que disponía colaborando con el Ayuntamiento de Madrid para limpiar las calles, el Gobierno, despertando, tenía que haber puesto en servicio todos los bulldozer, excavadoras, niveladoras, cargadoras… y demás máquinas de obras públicas que existieran en el país, así como los tractores en el medio rural.

Era un estado de alarma que había que combatir. Implicando en la faena a los miembros de la Unidad Militar de Emergencia –en lugar de esperar a que la medida la tomara la ministra del ramo, con retraso, pero con decisión– así como a todos los militares que fueran posible. Al menos de esa forma vemos desde el balcón cómo un gobierno debe enfrentarse con un grave problema nacional. Pero no. El presidente del Gobierno no apareció hasta dos días después en un 4x4 para asistir a una reunión –de cuyo resultado no tuvimos información–.

Menos mal que en esta ocasión no tuvo ánimo para soltarnos un sermón de los suyos asegurando que todo se encontraba bajo control. Mas todo siguió desordenado. Y días después –el martes 12– de nuevo el presidente tuvo ánimos para acercarse a visitar al batallón de la UME que actuaba en Madrid, suponemos que para agradecerles lo majos que eran.

Mientras, no pocos españoles, por sus medios, ayudaron de mil maneras en las ciudades y los pueblos a los necesitados. Taxistas y voluntarios de todo tipo llevando enfermos a los hospitales totalmente gratis, atendiendo a aquellos que no podían moverse de casa y necesitaban medicinas, comida, etc. en ciudades y pueblos.

Los médicos y ayudantes sanitarios haciendo dobles turnos en los hospitales al no poder llegar los relevos por imposibilidad de andar por las calles, así como la policía y Guardia Civil, sin olvidar los que manejaban las máquinas quitanieves o la simple pala para arrancar el hielo de las calles.

Sin ánimo de molestar a nadie, los que llevamos a cuestas algunos años más que la generalidad, recordamos el tiempo pasado cuando en Madrid nevaba varias veces durante el invierno, como sucedía en el resto de España, naturalmente, y no poco; como ejemplo pondremos el Puerto de Navacerrada se cubría de nieve hasta tapar los cables del telégrafo; cosa que ocurría en no pocos pueblos de España que llegaban a permanecer incomunicados durante semanas por la imposibilidad de abrir caminos dado las carencias de entonces. Y no pasaba nada.

En Madrid –ya que lo hemos mencionado– los porteros de las casas limpiaban el frente de las mismas, se echaba sal sobre las aceras para que no se formara hielo o sobre este para que se deshiciera, se iban limpiando los viales a medida que se podía, y todo el mundo iba a trabajar tomando el tranvía o el metro y andando con cuidado por las calles para no darse un trompazo por patinar sobre el hielo. Y las autoridades estaban al quite desde el primer momento con los medios que podían.

Y rara vez Barajas suspendía vuelos por estos problemas. ¿Por qué? Primero, naturalmente, no se puede olvidar, porque el barullo ciudadano no era en mismo. El número de coches era irrisorio comparado con ahora. Pero el que lo tenía ponía sus cadenas o iba con mucho cuidado y despacio hasta llegar a destino. Y segundo porque se asumía el problema como lo puedan hacer los de Montreal o Toronto, por poner un ejemplo. Las autoridades desde el primer copo estaban sobre el tema, y la población se preparaba para enfrentarse con la complicación que surgía para la vida cotidiana.

Y, lo que era importante, si te decían que no movieras el coche, hacías caso; como respetabas también las instrucciones que emanaban de quien tenía la responsabilidad sobre el tema. Eso ahora no se produce. Ni las autoridades toman las medidas adecuadas en el momento, ni los conductores hacen caso porque ellos son más listos que nadie, ni los de a pie respetan ninguna sugerencia y te saltas a la torera cualquier recomendación que te puede ayudar.

Nuestro comportamiento díscolo e indisciplinado nos induce a hacer lo que nos dé la gana con lo cual, en lugar de mejorar los problemas que surgen, se complican más. Así está ocurriendo con el covid, así sucede estos días con la nevada, y así pasa con cualquier medida que la comunidad adopte para la mejor convivencia. Y el mismo comportamiento que tiene el pueblo lo tienen los que reciben el mando de la colectividad.

No respetan nada, hacen su santa voluntad que, en la mayoría de las ocasiones, es negativa. Llegando en no pocas ocasiones a retorcer las leyes para que queden como les conviene. Lo que sucede en España en estos momentos.

Sin duda, por naturaleza, los españoles somos indisciplinados. Pero a veces, cuando tenemos buenos gobernantes, buenos jefes, «buen señor» que dice la frase célebre, lo tomamos en serio y respondemos con disciplina hasta la muerte.

Como ejemplo de las rarezas con las que nos atrevemos, hoy aportamos a la colección un botijo de lo más extraño que podemos imaginar. Es considerado como de vendimia, el propietario asegura que tiene forma de caimán, y procede de una cerámica de Casatejada (Cáceres), ya desaparecida. Sin duda nos apetece echar de él un trago de vino tempranillo para quitar el mal sabor de boca.

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