ARTÍCULO DEL DIRECTOR

El odio a la primavera.

Por lo que se ve, esto de prohibir canciones o demonizarlas forma parte de la maniobra de censurar la historia; en el caso militar en concreto, se trata de que el moderno soldado profesional no puede sentirse heredero de otros gloriosos hechos de armas del pasado...

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Primavera lejos de mi Patria; primavera lejos de mi amor; primavera sin flores y sin risas; primavera de guerra y del Wolchow.
El odio a la primavera.

El odio a la primavera.


El ojo avizor del Gran Hermano nunca duerme; y, además, guarda en su infecta memoria o disco duro cualquier dato que le proporcionan sus soplones, para aprovecharlo cuando llegue el momento o cuando carezca de otra metralla para hacer daño; a tal efecto, dispone de una amplia red de confidentes y delatores infiltrados en los más diversos lugares –a cual más estúpido e ignorante– a los que imaginamos que paga con largueza.

Luego basta con filtrar la noticia a los medios, que, obedientes y sumisos, la difunden por doquier para escandalizar a los tontos del haba.

En esta ocasión –y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid– han sacado a la luz que, hace un par de años, en una fiesta organizada por futuros oficiales de la Armada española, se cantó, entre otras tonadas populares y festivas, el Primavera. La incultura del espía, o de la espía, de turno llevó a denominar esta canción como himno de la División Azul y, por ende, teñida de fascismo, de nazismo y de Dios sabe cuántos ismos malditos y denostados.

Como no podía ser menos, las noticias sobre el escándalo retrospectivo relacionan el hecho que ocurrió en 2018 con los chats que algunos militares en la reserva –por tanto, ciudadanos con derecho a la libre libertad de expresión– han juzgado recientemente la situación actual; en el fondo –no nos engañemos– estamos ante una campaña de desprestigio de todo el Ejército español, el de antes, el de ahora, el de siempre, cuya sola mención pone de los nervios a los servidores (o servilones) del Gran Hermano.

Vayamos por partes, y la primera es enseñar al que no sabe (que es obra de misericordia), en este caso, proporcionar referencias históricas verdaderas: la División Azul, a lo largo de su campaña sembrada de heroicidades y de caídos, tuvo como himnos el Cara al Sol (por algo se llamó azul) y el de la Legión, según todas las crónicas; el llamado Canto de la División Azul, con letra de José M.ª Alfaro y Agustín de Foxá, y música de Juan Tellería, fue, en realidad, una canción de homenaje, que se interpretó por primera vez en un festival en el teatro Calderón de Madrid en 1941; se trató, pues, de una canción conmemorativa, más que de un auténtico estimulante para la batalla (José de Arriaca), lejos de las trincheras rusas.

Primavera no es, por lo tanto, ningún himno de la División 250, sino que procede de una canción popular rusa, Katiuska, que asumieron los combatientes españoles; hablaba de una joven rusa que ve pasar a los divisionarios, los cuales añoran la primavera en España, también como símbolo de aquella primavera nacional que tendría que volver a reír, según el himno y el ideal falangista. Añadamos, como detalle curioso y gratuito, que, en los años 70, sirvió como base discotequera para el Kasatchot, que bailamos muchos jóvenes de entonces.

La milicia acostumbra a tener (o acostumbraba, porque ahora no sabremos a qué atenernos) una buena memoria musical para canciones añejas, de otras unidades o de hechos históricos; así, la letra de Los voluntarios alude a los catalanes que se alistaron entusiásticamente en las campañas de ultramar; las desenfadadas canciones del Tercio de los años fundacionales se siguen cantando hoy; la del frente de Gandesa (o de Toledo) procede de la guerra civil; creo, incluso, que goza de buena salud entre la tropa el Pita, pita, maquinista, que procede de aquellos soldados de reemplazo (que suprimió de un plumazo el señor Aznar).

Pero, por lo que se ve, esto de prohibir canciones o demonizarlas forma parte de la maniobra de censurar la historia; en el caso militar en concreto, se trata de que el moderno soldado profesional no puede sentirse heredero de otros gloriosos hechos de armas del pasado, acaso desde los Tercios de Flandes o, en el caso que nos ocupa, de la participación en la campaña de Rusia durante la 2ª GM. Cuando el Ejército, que es el pueblo en armas que existe para defender lo permanente, subyace –como la misma patria– por encima de las vicisitudes de la política y de las circunstancias históricas.

En el fondo, lo que destaca también es el odio a la Primavera y a sus alusiones poéticas, a las de la canción de origen ruso, y a la primavera de España, esa que muchos ansiamos; por lo visto, al Gran Hermano, a sus chivatos y a sus plumíferos a sueldo les es grata la oscuridad de los inviernos, las brumas que ennegrecen la vida política española en la actualidad.

¡La de veces que un servidor habrá cantado Primavera! En reuniones festivas, en los antiguos fuegos de campamento, incluso bajo la ducha matutina… Y lo que es peor: la va a seguir cantando. La ventaja es que ya hace bastantes años que marqué el caqui –guardo un buen recuerdo y me siento orgulloso de ello– y, ahora, españolito civil de a pie, nadie me puede poner trabas a que cante lo que me dé la real gana.

Y cantaré Primavera, y la Chaparrita, y el Monte Gorbea, y Empordà… y, cuando me ponga solemne, el Prietas las filas o el Montañas nevadas; acompañado todo ello, si se tercia, de ese a modo de saludo carpetovetónico por excelencia que es hacer la higa al Gran Hermano.

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