SEMBLANZAS

Miguel de Unamuno (II). Inauguración de curso académico.

Miguel de Unamuno: «Ni las Ciencias, ni las Letras, ni las Artes son monárquicas o republicanas. La cultura está por encima y por debajo de las pequeñas diferencias contingentes, accidentales y temporales de la formas de gobierno».


Artículo recuperado de septiembre de 2020

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Miguel de Unamuno (II). Inauguración de curso académico.

Miguel de Unamuno (II). Inauguración de curso académico.


Como rector, le toca el 1 de octubre inaugurar el curso académico 1931-1932. Con este motivo, en el paraninfo de la Universidad pronuncia unas palabras a los profesores y estudiantes allí congregados. Invoca el año 1901 cuando, en nombre del rey, abrió el curso en aquella fecha.

«Pasó el tiempo y vino el año 1914, en el que fui destituido de aquel cargo de rector por ardides electorales y por no rendirme a hacer declaración de monarquía».

Recuerda a todos los allí presentes cuando en 1926 Primo de Rivera era investido doctor honoris causa, «distinción que antes se le había dado a santa Teresa».

Corre el tiempo y vuelve a ser nombrado rector por sus compañeros con la llegada de la II República. Habla de que viene a continuar la historia de España, la historia de la cultura española.

«Ni las Ciencias, ni las Letras, ni las Artes son monárquicas o republicanas. La cultura está por encima y por debajo de las pequeñas diferencias contingentes, accidentales y temporales de la formas de gobierno».

Menciona a los Reyes Católicos, que formaron y fundaron la unidad de España, y a fray Francisco de Vitoria, «que dio normas al derecho de gentes, a los fines de la catolicidad, de la universalidad». Dice que los que se preocupan de las formas de gobierno, hacen creer que se ha roto la Historia de España, que se está forjando una nueva España, «y no es así. Es la misma que unificaron los Reyes Católicos, es aquella España la que continuamos». Se queja de los que se amparan en ciertas leyendas disgregatorias para dividir a España. Quiere que todos juntos luchen por la libertad de la cultura, para que haya ideologías diversas.

Termina su discurso diciendo que «en nombre de Su Majestad España, una, soberana y universal, declaro abierto el curso de 1931-1932 en este Universidad universal y española, de Salamanca, y que Dios Nuestro Señor nos ilumine a todos para que con su gracia podamos en la República servirle, sirviendo a nuestra común patria».

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Vuelve a intervenir en el Ateneo de Madrid el 8 de febrero. En esta ocasión en homenaje a Joaquín Costa que, según Unamuno, vivió siempre en la Historia, dentro de la Historia y para la Historia.

Lo consideraba «sobre todo un español. ¡A él sí que le dolía España! Era un español. Fomentó aquello de la europeización en puro españolismo, inventó lo de la europeización en puro españolismo, porque era, como Job, un hombre de contradicciones interiores. Era un hombre que vivía de luchar dentro de sí mismo, y cuando decía europeización –como lo decían otros–, acaso, en cierto modo, quería decir españolización de Europa. Un español no quiere europeizar a España, si no es intentando, en cierta medida, españolizar a Europa; es decir, llevar lo nuestro a ellos, en cambio mutuo».

Y cuando Unamuno se está refiriendo a que a Costa «sí que le dolía España», no estaba haciendo más que escribir una frase que, años después, repetiría Pedro Laín Entralgo, refiriéndose al ilustre vasco, cuando en una entrevista dijo que «la España de hoy le dolería a Unamuno» [1].

Al propio tiempo, recordaba, en el momento que dice de que Costa «era un español», las mismas palabras que llegó a escribir en una de sus novelas:

«¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo…» [2].

Y así lo iba demostrando siempre que se le presentaba la ocasión. Cuando el 27 de marzo pronuncia una conferencia en Murcia, saluda, en primer lugar, a las «mujeres y hombres de Murcia y de España». Vuelve a referirse a su patria donde tan honda y entrañada está la maternidad: «Una mujer es siempre madre, aunque muera virgen». Dice que constantemente ha creído en los sentimientos de la mujer y que le gustaría poder cerrar los ojos en el regazo de una hija que sea a la vez nuestra madre. Termina pidiendo a las mujeres de Murcia y de España:

«¡Que nos ayudéis, que seáis verdaderas madres de la patria! Así lo espero. Creo que contribuiréis a hacer con nosotros esta España que nace. Creo en esta primavera en flor. Primavera mejor que cuando llegue el fruto, Espiritualmente, la flor».

El 28 de noviembre de 1932, bajo el título El pensamiento político de la España de hoy, pronunció una conferencia en el Ateneo de Madrid «que constituía una violenta diatriba contra los hombres en el poder, y particularmente contra Azaña, al que venía a acusar casi de dictadura» [3].

Con este nuevo gesto, volvía a confirmar su postura de heterodoxo, al mismo tiempo que la mayoría de sus amigos del Gobierno que encendían en otro tiempo los epítetos más entusiastas para alumbrar sus palabras, ahora estaba para ellos «un poco loco» [4].

Cuando comenzó la conferencia dijo que se presentaba allí como quien va al sacrificio porque tenía el ánimo bastante deprimido.

«He dicho –agregó– que me dolía España, y hoy me sigue doliendo, y me duele además su República». Añadió que «después de la República vino el desencanto porque no se hizo la revolución. Ahora dicen los políticos que se está haciendo; pero se hace con actos verdaderamente temerarios como fue la quema de los conventos y la disolución de la Compañía de Jesús y la confiscación de sus bienes».

En otro momento volvió recordar la famosa frase de Azaña: «todos los conventos de España no valen la vida de un solo republicano», que Unamuno interpreta como que «los incendiarios eran buenos republicanos». Calificó de desdichada la ley de Defensa de la República y la secuela de arbitrariedades ministeriales.

«La inquisición –dijo– tenía garantías; pero hay algo peor que ella: la inquisición policíaca, que, apoyándose en un pánico colectivo, inventó peligros con el fin de arrancar unas leyes de excepción».

Criticó la suspensión de periódicos, cosa que le recordó lo ocurrido a un capitán que tenía delante a un soldado que le miraba socarronamente: «¿Se está usted riendo, eh?». A lo que el soldado contestó: «No, mi capitán». Replicándole éste: «Pero se ríe usted por dentro».

Siguió afirmando que él que había padecido injusticias, no quería que siguieran cometiéndose. Trató después de la enseñanza, diciendo que «suprimida la religiosa y creada la laica, se necesitan maestros, y, como no los hay, habrá que reclutarlos entre los frailes que eran lo pedagogos mejores y más baratos». Al pronunciar estas palabras escuchó protestas y silbidos, a los que contesta que no cree «que con alborotos se resuelvan los graves problemas planteados».

Criticó también «esa monserga de la personalidad diferencial de las regiones. El autonomismo cuesta caro y sirve para colocar a los amigos de los caciques regionales. Habrá más funcionarios provinciales, más funcionarios municipales; habrá un Parlamento y un Parlamentito. Es decir, existirá una enorme burocracia que contará, además, con el asilo del Estado federal. En vez de una República de trabajadores, vamos a nacer una República federal de funcionarios de todas clases».

Repite que sirve a un sentimiento de justicia y le aterraba que con otros se cometieran injusticias. Y termina:

«Dios quiera que vuestro hijos encuentren en esta nueva sociedad que se avecina las satisfacciones que yo no podré encontrar. ¡Que esa República federal de funcionarios de todas clases, encuentre un ideal! No es lo que yo soñaba. ¡Qué le vamos a hacer…!». 

El 8 de septiembre de 1933 la destitución de Azaña, por parte del presidente la República, Alcalá-Zamora, trajo como consecuencia de que fueran disueltas las Cortes Constituyentes y se convocaran nuevas elecciones a las que Unamuno ya no se presentaría; pero en el nuevo Parlamento el nombre de Unamuno se vuelve a escuchar cuando el diputado José Antonio Primo de Rivera, en su intervención del 28 febrero de 1934, se está refiriendo a que la misión de España no es averiguar si ha tenido el Estatuto tales o cuales votos:

La misión de España, –dice el fundador de Falange–, es socorrer al pueblo vasco para liberarlo de ese designio al que le quieren llevar sus peores tutores, porque el pueblo vasco se habrá dejado acaso arrastrar por una propaganda nacionalista; pero todas las mejores cabezas del pueblo vasco, todos los vascos de valor universal, son entrañablemente españoles y sienten entrañablemente el destino unido y universal de España. Y si no, perdóneme el señor Aguirre una comparación: de los vascos de dentro de esta Cámara tenemos a don Ramiro de Maeztu; de los vascos de fuera de la cámara, tenemos a don Miguel de Unamuno; con ellos todas las mejores cabezas vascas son entrañablemente españolas...

(El señor Aguirre: ¿Me perdona su señoría una pequeña interrupción? Es para hacer la advertencia de que los vascos de peores cabezas, que somos nosotros, somos, precisamente, los que tenemos la adhesión del pueblo. Esos señores como Maeztu y Unamuno, a quienes yo, por otra parte, respeto extraordinariamente, van a nuestro país y nuestro pueblo los repele. ¿Por qué? Porque no han sabido interpretar sus sentimientos. Ya contestaré luego a sus señorías. –Rumores).

No, señor Aguirre. Es que es mucho más difícil entender a Maeztu y a Unamuno que enardecerse en un partido de futbol, y probablemente los señores los señores Maeztu y Unamuno son las mejores cabezas vascas mientras no pocos predicadores del Estatuto forman un respetabilísimo equipo de futbolistas. [5] 

(El señor Aguirre: Su señoría es sapientísima, y contra sus señorías no podemos; es verdad. Ya le contestaremos adecuadamente porque desconoce en absoluto nuestra historiaRumores–, y ya veremos si todos esos señores de la minoría tradicionalista con las apreciaciones del señor Primo de Rivera o con las que nosotros luego hemos de hacer…). [6]

Mientras tanto, en la política nacional se presagiaban densos nubarrones, y a los pocos días de  jubilarse Unamuno, se produjo la Revolución de Octubre que ya el ilustre vasco intuía y presentía.

«Estamos viviendo en una guerra civil incivil. ¿Pasión? Más bien insensatez. Y hasta locura. Una verdadera epidemia. Y más de locura de demencia. De demencia mental».

Por eso, antes de leer su discurso había redactado unas cuartillas a manera de despedida y de súplica y que termina con estas palabras:

Salvadnos, jóvenes, verdaderos jóvenes, los que no mancháis las páginas de nuestros libros de estudio ni con sangre ni con bilis. Salvadnos por España, por la España de Dios, por Dios, por el Dios de España, por la Suprema Palabra creadora y conservadora. Y en esa Palabra, que es la Historia, quedaremos en paz y en uno y en nuestra España universal y eterna. Adiós, de nuevo[7]

Aquel día, el ministro de Instrucción Pública, Filiberto Villalobos, leyó el decreto nombrándole rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, creando en ella, además, la cátedra con su nombre. Al mismo tiempo anunció el acuerdo adoptado por la Facultad de Letras, de pedir para el rector vitalicio el Premio Nóbel. También le fue concedido el título de Alcalde perpetuo honorario de la ciudad del Tormes. Finalmente, habló el presidente de la República, Alcalá-Zamora que hizo un caluroso elogio de Unamuno, a la vez que descubrió un busto obra de Victorio Macho.

El 10 de febrero de 1935, Francisco Bravo, fundador de Falange en Salamanca y redactor del diario local La Gaceta Regional, acompañó hasta la casa de Unamuno, con quien le unía una buena amistad, a José Antonio Primo de Rivera y a Rafael Sánchez Mazas, éste pariente del rector [8]. Ambos se encontraban en la ciudad del Tormes porque tenían pensado participar en un mitin que iba a tener lugar en el teatro Bretón de aquella ciudad; pero antes quisieron ir a saludarle pues los tres falangistas sentían gran admiración por él y su obra. En un principio, José Antonio estuve algo cohibido ante la presencia de aquel hombre y prefirió que el rector y Sánchez Mazas terminaran de hablar de su Bilbao y del viejo poema de Rafael, Delante de la cruz los ojos míos, que había dedicado a Unamuno en 1916. Agotado el tema del «bilbainismo», el rector se dirigió a José Antonio diciéndole:

Sigo los trabajos de ustedes. Yo soy sólo un viejo que ha de morir liberal, y al comprobar que la juventud ya no nos sigue, algunas veces creo ser un superviviente. Cuando de estudiante me puse a traducir a Hegel, acaso pude ser uno de los precursores de ustedes.

Yo quería conocerle, don Miguel –vino a decir José Antonio–,  porque admiro su obra literaria y sobre todo su pasión castiza por España, que no ha olvidado usted ni aun en su labor política de las constituyentes. Su defensa de la unidad de la Patria frente a todo separatismo nos conmueve a los hombres de nuestra generación.

Eso siempre. Los separatismos sólo son resentimientos aldeanos. Hay que ver, por ejemplo, qué gentuza enviaron a las Cortes. Aquel pobre Sabino Arana que yo conocí era un tontiloco. Maciá también lo era, acaso todavía más por ser menos discreto. Estando yo en Francia, cuando la Dictadura, se empeñó en que hablásemos en un mitin contra «aquello». Yo me negué. Y él lo hizo ante unos cientos de curiosos a los que se empeñó en hablarles en catalán, siendo así que la mayoría de los españoles presentes no le entendía. Era un viejo desorbitado, absurdo[9]

Unamuno seguía criticando a Maciá, mientras Bravo aprovechó aquel momento para decirle que aquello de la Dictadura era ya historia. Además se atrevió a plantearle: «Díganos cuándo le apuntamos a Falange». A lo que el ilustre vasco contestó:

Sí; aquello es historia. Y lo de ustedes es otra historia también. Yo jamás me apunté para nada. Como tampoco jamás me presenté a candidato a nada; me presentaron. Pero esto del fascismo yo no sé bien lo que es, ni creo que tampoco lo sepa Mussolini. Confío en que ustedes tengan, sobre todo, a la dignidad del hombre. El hombre es lo que importa; después lo demás, la sociedad, el Estado. Lo que he leído de usted, José Antonio, no está mal, porque subraya eso del respeto a la dignidad humana.

Lo nuestro, don Miguel –le dijo José Antonio–, tiene que asentarse sobre ese postulado. Respetamos profundamente la dignidad del individuo. Pero no puede consentírsele que perturbe nocivamente la vida en común. [10]

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Ambos siguieron hablando de España. «¡España! ¡España! –dijo Unamuno–, que combatí sañudamente a quienes estaban enfrente; acaso quizás a su padre. Pero siempre lo hice porque me dolía España». Les contó la anécdota de que siendo presidente de unos Juegos Florales «o algo así», un amigo le envió una poesía «que a mí me sonaba al leerla»; pero no le gustó, no la premiaron y ni tan siquiera la mencionaron. «Luego resultó que era mía y que yo no me acordaba de ella». El tiempo se estaba agotando y los oradores debían ir pensando el abandonar aquella casa para acercarse al teatro donde iba a celebrarse el mitin.

La sorpresa de los tres fue grande cuando Unamuno les dijo: «Voy con ustedes». Aquel día hacía frío, buscó una boina y como se disponía a salir sin abrigo, Bravo le dijo: «Me ha autorizado su hijo Fernando para multarle cuando salga usted de casa sin abrigo». Caminaban los cuatro por las calles ante el asombro de gentes que rondaban las esquinas sin atreverse del todo a entrar en el teatro, donde iba a tener lugar el mitin, para intentar boicotearlo, como siempre hicieron y siguen haciendo. Desde entonces, en España han cambiado muchas cosas, pero lo que no ha cambiado es el talante de la izquierda española que sigue teniendo el de siempre.

Después del mitin fueron a comer al Gran Hotel y con ellos Unamuno. Les acompañaron los poetas falangistas, Eugenio Montes y José María Alfaro. Durante el almuerzo, todos estuvieron entregados a una conversación literaria y política conducida casi siempre por Unamuno y José Antonio. Al finalizar la comida y despedirse a continuación, Unamuno estrechando la mano del fundador de Falange, le dijo: «¡Adelante! Y a ver si ustedes lo hacen mejor que nosotros».

Aquel liberal: «¡Ay de los que nos hemos criado en pecado de liberalismo!... ¡Ay, España, cómo te están dejando el meollo del alma!», escribía Unamuno el 8 de enero de 1936 en un artículo publicado en el diario Ahora que tituló: Hinchar cocos. Un día antes había escrito a su amigo Guillermo de Torre: «Buen año y en él fe, aguante y brío para soportar la batalla de guerra civil que se avecina» [11]. No es fácil –dice el historiador Gonzalo Redondo– saber con precisión qué quería decir Unamuno con estas palabras.

En cualquier caso, el día 21 del mismo mes firmó «un manifiesto, enviado por el abogado Ossorio y Gallardo, para evitar una guerra civil, que se iba insinuando en la conciencia de muchos españoles como inevitable» [12]. Pero rehusaron firmar este manifiesto, «alegando que se exageraba la gravedad del diagnóstico, los señores Marañón, Castro, Marquina, Castro y Ortega y Gasset. El patrocinador de la idea llegó a dar la razón a éstos, y desistió de su proyecto. Sin embargo, no sólo era inminente el peligro, sino que desde los dos campos extremos surgía retadora la amenaza». [13]

La cuenta atrás comienza cuando el Frente Popular gana las elecciones el 16 de febrero. Este mismo día, Unamuno sale de España hacia París, y dice a los reporteros que hablaría al llegar de nuevo a España. «No esperaba el triunfo del Frente Popular», le comenta al periodista Felipe Morales, y le advierte al mismo tiempo:

«No quiero que me pregunte usted nada. Y menos aún si sus preguntas hablan de ser de un tono político. Yo siempre contesto a las preguntas que no se me hacen; a las que me dirigen las guardo un profundo silencio».

También se ve rodeado de fotógrafos. Pero  nada le molestaba porque en cierta manera era ya su profesión. Y seguía hablando, aunque nada le preguntaba el periodista:

En París yo supe el resultado de las elecciones. Me causó asombro. No lo esperaba, por la misma razón que tampoco lo esperaban los dirigentes del Frente Popular. Ni Azaña ni Largo Caballero. Pero aun hubo de causarme mayor asombro cuando allá me dijeron que en todas las ciudades de España se organizaban manifestaciones que pedían la cabeza de Gil Robles. «¿Es posible –me dije– que aún no sepan en España que Gil Robles no tuvo nunca cabeza?». [14]

Critica a los padres, y lo que es peor, a las madres, que obligan a mantener enhiesto el brazo derecho con el puño cerrado y a proferir estribillos de odio y de muerte y no de amor:

O a quien oigan acaso eso del «amor libre» que no es tal amor. Delante de unos niños –acaso hijos suyos– decía una de esas desalmadas que mientras supiesen ellas, las de su ganadería, quiénes eran los padres de sus crías, no habría progreso en España. Y dicho eso aullaba insensateces. [15]

No cesaba de criticar el comportamiento de los representantes de la tan cacareada revolución. Por ello, faltando apenas quince días de que diera comienzo la Guerra Civil, publicó un artículo, bajo el título Justicia y bienestar, que retrata bien a las claras el ambiente que había en España en aquellas fechas previas a que tuviera lugar lo que partió a los españoles en dos bandos irreconciliables y que él llamó la «guerra civil incivil».




Este relato es más completo por lo que se ha publicado en tres artículos separados​:

  1. Miguel de Unamuno y su res pública.
  2. Inauguración de curso académico.
  3. Comienzo de la Guerra Civil.



NOTAS:

[1] Diario ABC, Madrid, 28-XII-1997, pág. 10.

[2] UNAMUNO, MIGUEL DE: Obras selectas. Editorial Plenitud. Madrid, 1960, pág. 742.

[3] BÉCARUD, JEAN: Miguel de Unamuno y la segunda República. Taurus Madrid, 1965, pág. 29.

[4] FERNÁNDEZ FLOREZ, WENCESLAO: Atenciones de un oyente (1931-1932). Editorial Prensa Española. Madrid, 1962, pág. 210.

[5] El propio José Antonio Aguirre había sido jugador del club de fútbol Athletic de Bilbao.

[6] PRIMO DE RIVERA, JOSE ANTONIO: Obras completas. Plataforma 2003. Madrid, 2007. Tomo I, pág. 501.

[7] UNAMUNO, MIGUEL DE: Op, cit.. Tomo VII,pág. 1091.

[8] Matilde Orbegozo Jugo, abuela de Rafael Sánchez Mazas, era prima carnal de Miguel de Unamuno Jugo.

[9] BRAVO, FRANCISCO: José Antonio, el hombre, el jefe, el camarada. Ediciones Españolas. Madrid, 1939, pág. 87.

[10] Ibid, pág. 88.

[11] GONZÁLEZ EGIDO, LUCIANO: Op. cit., pág. 30.

[12] Ibid., pág. 31.

[13] GIL ROBLES, JOSÉ MARÍA: No fue posible la paz. Ediciones Ariel. Barcelona, 1968, pág. 487.

[14] Diario La Voz, Madrid, 11-II-1936.

[15] UNAMUNO, MIGUEL DE: Op, citTomo XI,  pág. 1106.

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