EDITORIAL | SEMBLANZAS

Julio Anguita. Ha muerto un hombre que fue joseantoniano.

Anguita fue, en un tiempo, joseantoniano; así lo confesó en una entrevista en la revista Época y mereció el desprecio de Santiago Carrillo, que lo calificó como una secuela de la revolución pendiente y una mezcla de su juventud falangista y su conocimiento tardío del marxismo y del leninismo
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Julio Anguita. Ha muerto un hombre que fue joseantoniano.

Ha muerto un hombre que fue joseantoniano

No nos duelen prendas el estilo lo exige a la hora de lamentar el fallecimiento de Julio Anguita. Y de elevar nuestra oración por su alma, porque solo Dios sabrá calibrar la fe oculta de quien se consideraba ateo o, por lo menos, defensor del materialismo explícito de la ideología marxista, además de comunista confeso.

En todo caso, Anguita fue, en un tiempo, joseantoniano; así lo confesó en una entrevista en la revista Época y mereció el desprecio de Santiago Carrillo, que lo calificó como una secuela de la revolución pendiente y una mezcla de su juventud falangista y su conocimiento tardío del marxismo y del leninismo; por su parte, Cristina Almeida lo motejó de antiguo y joseantoniano por su discurso sobre las dos orillas.

Anguita fue, ante todo, un político honesto, especie muy rara en nuestros días; parece que hizo suya aquella frase de Mussolini de lo importante no es subir del taller al palacio, sino estar dispuesto a bajar del palacio al taller, cuando se incorporó a su profesión de Maestro Nacional.

También fue consecuente en sus aspiraciones revolucionarias frente a la injusticia social del capitalismo y su denuncia de la falsedad de la democracia formal del liberalismo, que deja fuera a los más débiles. ¿Resabios de juventud? ¿Coincidencia de su postura comunista con su pasado falangista?

Se suelen menospreciar los cambios de ideología: tránsfuga les llaman sus antiguos camaradas; convencido, los que lo reciben. Conocemos casos en las dos vertientes, como aquel Manuel Mateo que, de comunista, llegó a la Falange fundacional y a la jefatura de las CONS y fue asesinado por sus antiguos conmilitones; a la inversa, el Padre Llanos y Manuel Sacristán, que dejaron la camisa azul y arribaron a las orillas comunistas al ver defraudadas sus deseos de una transformación radical de España.

No caigamos en la trampa: al legítimo derecho a evolucionar hacia otras posiciones debe unirse la lealtad a uno mismo y a las convicciones íntimas y sinceras en favor de una España de todos. Lo peor en negar o disimular un pasado –lo que no hizo Anguita– o fingir lealtades inconmovibles, ora a unos, ora a otros.

Julio Anguita ya no era joseantoniano, si por tal entendemos -como así lo hacemos nosotros-, no solo una admiración por su figura histórica, sino por la identificación con unos valores e ideales esenciales contenidos en el mensaje de José Antonio Primo de Rivera aplicado a nuestros días y como esperanza para el futuro. Sí lo fue en otros tiempos, y punto.

Pero siempre mantuvo una sinceridad a toda prueba y una aversión a dejarse ganar por la corrección política y aceptar la corrupción en nombre de la democracia. Coincidimos con él, a la hora de su muerte, en su rebeldía frente a lo establecido; también, en su elegancia en la postura y en el gesto; no así, en la ideología a la que había llevado sus expectativas.

Con José Antonio, respetamos el decoro de morir por una idea. Los joseantonianos de hoy no podemos sumarnos, ni a las evocaciones hipócritas de los comunistas actuales, colaboradores entusiastas del Orden Nuevo Mundial del hipercapitalismo, ni a los parabienes funerarios de la derecha neoliberal, porque ambos tuvieron en él un firme adversario.


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