SEMBLANZAS

El maestro olvidado.

Luys Santa Marina, un gran desconocido para casi todo el mundo en esta España de hoy que no se sabe si causa más rabia o tristeza. Sin duda un maestro de tantas cosas, tristemente olvidado.


Artículo publicado en primicia en el diario digital Sevillainfo (28/06/2020). Recogido en el número 335 de la Gaceta FJA, de agosto de 2020. Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa

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El maestro olvidado.

El maestro olvidado.


Entre otros muchos agradecimientos que figuran en el prologo de Diccionario de un macuto del maestro Rafael García Serrano, figura este:

«…Abundan, entre otras, las referencias a Luys Santa Marina, mi jefe y maestro…».

El mismo García Serrano, el día siguiente a la muerte del que proclamó su maestro, escribía en El Alcázar un artículo que llevaba precisamente ese título, Mi maestro Luys, en el cual, entre otras cosas, decía:

«Su manera de escribir parecía nacer en los campamentos de Isabel la Católica, entre los Tercios del Gran Capitán, entre los artesanos que labraban la piedra para las fachadas platerescas, y Luys semejaba un fraile de Cisneros, un capitán de Granada, un amigo de Vázquez de Arce. Nadie escribió como él de La Legión Española… Luys Santa Marina vivirá siempre con nosotros y también cuando nosotros desaparezcamos, porque es carne inmortal de la lengua española».

Fue pues Luys Santa Marina maestro de maestros y destinado según vaticinaba su discípulo García Serrano a perdurar inmortalmente…¿y dónde está ahora su nombre?...

Luys Santa Marina nació en Colindres, provincia de Santander, la víspera del día de Reyes del año 1898 y en su biografía dice que fue escritor y poeta falangista… Lamentablemente, ¿quién recuerda hoy sus obras?

Después de iniciar su trayectoria literaria en Barcelona, Luys hizo un paréntesis que duró unos años en esa su vocación de escritor y poeta e ingresó en 1933 en Falange Española, en la que llegó a ser jefe de la Falange catalana en 1934. Si algo le caracterizó desde ese momento y durante toda su vida fue su fidelidad a la Falange y a la figura y legado de José Antonio. Desde ese momento se dedicó a la política y abandonó su actividad literaria hasta finalizada la guerra civil.

Al mando del SEU dirigió, durante la huelga de estudiantes, el asalto al paraninfo de la Universidad de Barcelona, donde se habían hecho fuertes los estudiantes independentistas. 

Durante el Alzamiento se presentó en el cuartel de Pedralbes al mando de una de las cuatro centurias de Falange que allí llegaron. 

Tras el fracaso del Alzamiento en Barcelona es detenido, juzgado y condenado a muerte. Ahí dio comienzo su penosa peregrinación por las cárceles y checas republicanas: vapor Uruguay, en el puerto de Barcelona; castillo de Montjuich; cárcel Modelo; prisión de Inadaptados de Sabadell; penal de Figueras; prisión de Inadaptados de Vich; cuartel de Ausías March; penal de Chinchilla (Albacete); cárcel de Mislata (Valencia) y cárcel de San Miguel de los Reyes (Valencia). Con tres condenas a muerte y a la espera de la ejecución tras dos años y medio de cárcel, amotinó a los presos de la cárcel de San Miguel de los Reyes (Valencia) a la espera de la llegada de las tropas del bando nacional.

Antes de la guerra y de su ingreso en Falange, en Barcelona, conoció a importantes hombres de letras como Max Aub, con quien mantuvo una intensa relación de amistad en la que no interfirió el marxismo militante de Aub, o Félix Ros. Con este último fundó, en 1932, la revista literaria Azor, abierta en principio a literatos y colaboradores de cualquier ideología.

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De izquierda a derecha: el arquitecto catalán Andrés Manuel Calzada, falangista fusilado durante la guerra civil, Max AubSan Marina)

Desde la dirección de esta revista entabló contacto con otros intelectuales de Madrid, como es el caso de José Bergamín, que dirigía la revista Cruz y Raya, donde también colaboró en cuatro ocasiones, y aún quiso hacerlo bien entrado 1936, pero Bergamín le envió una carta el 17 de junio en la que le decía:

«en la situación actual española su significación, deseo que pasajera, de fascista, pesa más que la de escritor».

En estos años, están presentes en su obra la evocación de hechos pasados y la exaltación del imperio español. A pesar de las diferencias ideológicas entre Max Aub y Santa Marina, el fuerte vínculo que les unió desde su llegada a Barcelona le libró de la pena de muerte a la que había sido condenado por participar en la sublevación en julio de 1936.

En los años previos a la guerra, Santa Marina ya había formado un grupo de amigos procedentes de la intelectualidad catalana como Josep Janés Olivé, Martín de Riquer y Xavier de Salas, con quienes mantenía tertulias en el café Lyon de las Ramblas y, posteriormente, en el Navarra. Formaron parte de su círculo de amigos también José María de Cossio o Samuel Ros, entre otros muchos intelectuales. También en aquellos años, comienza su carrera como escritor con Tras el águila del César (1924) donde narra con una intención épica y elegiaca si propia experiencia marroquí a través de los 96 legionarios que partieron desde Nueva York para servir en el Tercio de Extranjeros.

Otro gran poeta y escritor falangista, Dionisio Ridruejo, definió a nuestro hombre en su libro Casi unas memorias, como un hombre...

«de espíritu encendido y un poco quimérico pero de corazón sensible y generoso. Era un hombre sarmentoso con una mirada intensa y al mismo tiempo lejana».

Su estilo literario, que tan bien definió, como antes hemos visto, el autor de La fiel Infantería, es también dibujado por Mónica y Pablo Carbajosa, autores del libro La corte literaria de José Antonio. Para ellos, este poeta se acerca al prototipo de...

«hombre de acción (poeta-soldado), alejado del estereotipo de señorito fascista que teorizaba sobre la necesidad o bondades de la violencia sin haberlas experimentado de primera mano».

Según esos mismos autores lo que destaca de sus creaciones literarias es el discurso de las armas y las letras que él hace suyo y que se transforma en...

«el motor narrativo como relato, no solamente con evocación ensayística, sino también con nostalgia imperial».

Durante la guerra, fue condenado a dos penas de muerte más, aunque de nuevo la mediación de intelectuales y escritores de ideologías opuestas y, paradójicamente, de algunos dirigentes de la CNT, le salvó de morir antes de tiempo. Jamás olvidó esta experiencia, hasta el punto que, una vez acabada la guerra, se cosió bajo el yugo y las flechas de su camisa azul tres calaveras en recuerdo de las tres condenas a muerte que habían caído sobre él con la inscripción no importa.

Durante su encarcelamiento en la prisión de Chinchilla, en Albacete, condenado a la pena capital, escribió Primavera en Chinchilla, su primer libro de poemas. Luego, fue encarcelado en Sabadell y en Valencia, de cuya prisión salió para liberar la ciudad del Ejército Rojo y tomar el mando antes de que la ocupara el general Aranda.

En la obra antes reseñada La corte literaria de José Antonio, y en relación a sus sentimientos durante la posguerra, se dice:

«El desengaño, traducido en sus versos, no provenía de la desilusión personal del falangismo, ideología que siguió profesando con obstinación hasta su muerte, sino de la amargura ante el olvido y aprovechamiento de muchos otros que también lo fueron».

El conformismo de una gran parte de sus antiguos camaradas, ajenos ya ese espíritu revolucionario que el siempre conservó, lo sumió en una profunda decepción. En eso se asemejó también, una vez más, al que se autoproclamó su discípulo, Rafael García Serrano.  

Su libro de 1958 Hacia José Antonio es una muestra más de su compromiso con el falangismo y una loa a las virtudes del Jefe Nacional, también una defensa de lo que vendríamos a llamar “un hombre de acción”.

A partir de la finalización de la guerra, se centró sobre todo en el periodismo como profesión y teniendo la literatura mas como una afición y una devoción ocasional. En este sentido, llegó a dirigir el diario falangista Solidaridad Nacional en el que permaneció hasta 1963.

En su madurez, escribió magníficas obras como Karla y otras sombras, de 1956, donde la nostalgia ya no se dirige a heroicidades de guerras y trincheras pasadas sino a su propia infancia y juventud en algo parecido a una biografía pergeñada a base de metáforas. Una benemérita editorial de curioso y precioso nombre, La Umbría y la Solana, reeditó esta joya literaria hace pocos años. Solo se había hecho antes en esa edición imperfecta de 1956, que apareció llena de erratas y páginas traspapeladas. En ella Santa Marina parece sentir aún el asombro con el que el niño que fue observó todo lo que aquí relata.

«Quien en su juventud escribiera libros de exaltación de la guerra o poemas de trinchera o artículos realmente iracundos se veía de repente conmovido ante el sufrimiento de un animal, o comprensivo ante los llamativos comportamientos de gentes extravagantes o desnudo ante un paisaje ya interiorizado y lleno de símbolos privados. La historia de Pelagia y Fructuoso, matrimonio mal avenido, debería figurar en cualquier antología de la prosa española de los 50, así como las aventuras de los indianos, siempre llenas de silencios, o las cartas de un amor herido por imposible» dice de esta maravilla casi totalmente desconocida Juan Marqués en una reseña de diciembre de 2017. 

Defendió en muchas ocasiones a personas amenazadas antes y después de la guerra por sus acciones o por sus palabras. El propio Dionisio Ridruejo dijo de él que,...

«cargado de méritos de los que entonces podían servir para casi todo»…., «no era de los que se preparaban para una carrera cómoda ni para instalarse entre los sorteadores de la túnica».

Hace unos años se reeditó una antología de su obra poética que se llamó En el alba no hay dudas.

En el último tramo de su vida cayó en el extrañamiento y la postergación, por una parte por el fracaso de sus últimas obras, pero también por el profundo desengaño con sus coetáneos que anidaba en su alma. 

Hasta su muerte, su fidelidad y lealtad al Jefe fueron inquebrantables y cuando lo recordaba, decía que... 

«entró en él más por el corazón que por el cerebro», y nunca le decepcionó, «siempre el primero en todo, y con aquella cordialidad tan suya, tan española, aquel compartir el peligro y el pan con su gente, y saber el nombre de todos, y tratarlos siempre como hermanos, quitándose el bocado de la boca para dársele, lo mismo que trajano hacía».

José Antonio siempre fue con él, hasta el fin de sus días, como modelo de conducta  y referente y, así, escribía:

Mucho nos enseñó. Fue lo primero
juntar los derramados por el suelo
sagrado, en escueto haz -acero y vuelo-
desdén por todo lo perecedero.

Y nuestro amargo barro y altanero
aceptó el arduo yugo, y el desvelo
de la noche estrellada, y el anhelo
de abnegación con hito de lucero.

Y pasó el tiempo eterno y breve. Un día
subió a lo alto a contemplar España
total, inmensa
solana y umbría.

Y con su fin transustanció la huraña
y señera soberbia en temple ardiente,
a la obediencia o mando indiferente

Siempre lo tuvo en su recuerdo con lo que él llamaba “el tenaz recuerdo”, que dio título a este otro poema: 

Pasa el tiempo, los días sucesivos
cenicientas oleadas son de niebla
que quieren alejarle de nosotros…

Pero es inútil, queda su palabra,
su palabra moviendo los cerebros
o los curtidos, viejos corazones.

No murió; le sentimos vigilante
en los peligros y malaventuras;
se cruza con nosotros por las calles
y le vemos tendido en las montañas

piedras, encinas y cielos inmensos.

Nada, es inútil, no murió… ¿qué importan
razonamientos de vuelo ratero?
Vive, está con nosotros, cada día
mira el radiante amanecer de España.

Cargó sobre sus hombros, junto a otros falangistas de Barcelona, la dolorosa carga del féretro del Jefe. Fue el 24 de noviembre de 1939, desde el kilómetro 187 hasta el 197 de la carretera que une Alicante con Madrid. Escribió esta bella poesía en aquellos días. La llamó “Adiós a las armas”:

Cuando esto acabe, volveré a mi vida.
Ya no sé lo que de ella quedará:
mas no podrá faltarme cielo arriba
y tierra para andar…

Cuando esto acabe, volveré a mi pluma,
marchita el alma, algunos años más,
Arts longa, vita brevis…Cae la tarde:
¡no hay tiempo de soñar!

Hice lo que debía. Terminada
mi guardia, entrego consigna y afán.

Digo adiós a las armas; melancólico,
veo nuevas Falanges avanzar
de donde nace el sol, y allí, al ocaso
–brazos en alto, impasible ademán–
severos gloriosos nuestros muertos
con quienes –vivos– partí vino y pan.

Luys Santa Marina, fue un hombre bueno, leal, fiel siempre a sus ideales y, una vez más, a su modelo de vida y de estilo, José Antonio Primo de Rivera, hasta el punto de jugarse la vida por ello. Un hombre serio, que, decían, parecía un catedrático de griego, o un soldado raso, o, siempre, un falangista de filas. Y fue un gran escritor, bronco a veces, el más tierno y nostálgico en otras. Un grande de nuestras letras que debe ser recuperado y reivindicado, como tantos otros, en esta España triste y rencorosa, víctima de la estupidez más ignorante. 

Y también fue, como lo hubiera sido José Antonio de no haber sido asesinado, un hombre que personificó en sí mismo el espíritu de reconciliación nacional, y que, cuando en 1951 un periodista le realizó una pregunta sobre aquellos que perdieron la guerra, respondió:

Desde el primero de abril de 1939 no consideré enemigo a ninguno de los españoles a quienes habíamos vencido; primero, porque eran españoles, y segundo, porque no es de caballeros recordar al vencido su derrota. Creo que cuantos han combatido piensan así”.

Luys Santa Marina, sin duda un maestro de tantas cosas, tristemente olvidado.

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