El 'fake news'

13/11.-  En sustitución de dicha expresión, en español tenemos una palabra como bulo, de meridiana claridad en su significado, que se emplea normalmente cuando se quiere dar una noticia falsa.

​Publicado en la revista 'Desde la Puerta del Sol', núm 375, de 13 de noviembre de 2020.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa.

El 'fake news'

Estos días en los que vivimos da la impresión de que aquel que no sabe algo de inglés y lo va repartiendo en lo que escribe o habla, es un chorlito. Y, al parecer, para evitarlo, nuestros periodistas y no pocos de nuestros escritores de novelas, van regando los artículos y las páginas de los libros de expresiones en dicho idioma aunque esas palabras suelen tener su correspondiente en español. Se dirá que otros lo hacen en latín o en griego, y es cierto, pero la razón no es la misma; en estas dos lenguas se recurre a ellas para dar realce al significado de la palabra toda vez que sus raíces se encuentran en una u otra.

Pero estar con la tabarra del fake news para definir las noticias falsas que puedan largarse a través de la prensa, ya escrita o hablada, o a través de esas redes sociales que parece han de marcar por dónde ir en todos o casi todos los aspectos de la vida, no deja de ser una «modernidad» pija, dado que en español se puede decir lo mismo de forma que se entere todo el mundo de qué se está hablando. Para usar en sustitución de dicha expresión, en español tenemos una palabra como bulo, de meridiana claridad en su significado, que se emplea normalmente cuando se quiere dar una noticia falsa con intención de confundir al personal o implicar a quien va dirigida por estar ésta enrollada en algún complejo enredo o intriga.

Y si el término bulo no lo consideramos suficiente o adecuado, podemos recurrir a otras palabras como trola, mentira, embuste, camelo, engaño, bola, chisme, cuento, paparrucha, filfa, infundio, patraña,… con las que podemos matizar la importancia del bulo. Y si bulo tampoco es suficiente, se puede recurrir al uso de otro vocablo tal como difamación, palabra también clara en su definición, pudiendo complementarla con el uso de algunos términos superlativos en la cuestión de poner como un trapo a quien dirigimos el calificativo, tales como calumnia, injusticia, maledicencia, vilipendio, oprobio, insulto, des-honra, denigración,… y, como decíamos, los oyentes usuarios del español podrían valorar lo que realmente se dice y con qué intención.

Porque si el señor Iglesias y su cohorte, tan empeñados en meter mano a todos aquellos que no hablen con sus palabras, sus términos, sus intenciones, su ideología considerarán que han de ser sometidos a la hoguera, sin emplear el fake news, los usuarios del castellano podrán culparlos de inquisidores de mala baba, o de cosas peores; claro que los que no estén sujetos al castellano por aquello que tienen lenguas propias por más que solo se hablen en su rincón, seguirán sin enterarse de qué va el tema y podrían levantarse contra ellos con las horcas y las hoces para proclamar una república independiente en la que utilicen su lengua oficial propia, sus leyes, sus gobernantes y jueces, e incluso la aplicación de las normas que consideren más adecuadas en tiempo de pandemia, aunque en su rincón todo el mundo estuviera sano como robles.

Según dicen por ahí, el español es el idioma más rico del mundo, pues en número de palabras es el más generoso, es profundamente prolífico, y el significado de las oraciones puede ser variado según el orden de las palabras o los signos de puntuación que se empleen. No lo puedo jurar pues no he adentrado en el tema, ni, comparativamente, he estudiado los 3.000 idiomas que existen en el mundo con sus 7.000 dialectos. ¿A que parece mentira que la gente hable distinto en tantos sitios?

Si esto es así, y si no que me lo demuestren, no deja de ser una simpleza el utilizar palabras extranjeras y una sandez el revivir como vehicular lenguas –ya sean idiomas o dialectos–, de limitado uso cuando hay un idioma común para todos los que viven en un mismo país tan rico con el que poder entenderse, no solo en ese lugar, sino en muchas de otras latitudes.

Es como si nos empeñamos en beber un agua fresca de manantial en una jarra de Sargadelos y no en un botijo. Con las dos piezas de artesanía podremos saciar la sed, pero sin duda no tiene nada que ver el agua sorbido de la taza al trago recibido del botijo a través de un chorro cantarín.

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